lunes, agosto 24, 2009

mami dice que le da pena, un cuento

Mami decía que los vagabundos le daban pena porque eran personas que se habían dejado llevar y terminaban hechos mierda; y cuando se enteró de que su primogénito, mi hermano mayor, había terminado bum en North Carolina, lo mandó a buscar, lo encerró en su casa y empezó a mantenerle el vicio con dinero que le daba dizque para que fuera a comer. Entonces mami sufrió un cambio drástico, ahora veía a los vagabundos en la calle y no sentía lástima, sino que rompía a llorar porque se identificaba con las madres de esas pobres almas que se habían dejado llevar. Ay, esos nenes, no es culpa de ellos, decía ella y yo le decía que era culpa de ellos sí, que si quieren drogas, y quieren mantener el vicio lo menos que pueden hacer es solicitar cupones y el welfare y metérselo y así no tienen que estar ensuciando las calles. Así no tienen que estar jodiéndonos las vidas a los demás que no nos metemos na’, o si nos metemos algo nos lo metemos bien, sin que nadie se entere, sin motivo de estar andando las calles con un maldito vasito de Burger King; como si el fast-food los apoyara, porque todos, hasta mi hermano mayor cuando me lo encuentro en la Milla de Oro tiene el maldito vasito de Burger King.
Que se jodan todos, que se jodan todos hasta él, que se creía mejor que yo, y que todo el mundo creía mejor que yo, porque dibujaba mejor, porque bailaba una salsa endemoniada, porque era más bonito, y más suavecito que tu, Pedro; y yo tenía que sonreír y decirles que yo era más inteligente, que yo era más recogido, que yo era más aplicado y ellos sonreían y me decían que sí, que por lo menos yo tenía algo, si no hubiese sido así, las cosas no serían justas, ¿verdad? Claro, yo les contestaba y me iba encojonau, porque ellos no eran nadie para estar diciéndome que mi hermano era mejor que yo.
Mejor que yo tres carajos. Mejor que yo no hay nadie en este mundo. Más dedicado que yo, que he transformado la literatura en el oficio más lucrativo del mundo, más interesante que yo, que me rodeo con artistas y estrellas de la televisión, y a veces me ves con actrices de telenovelas mejicanas, y hasta con gente de la Fania cuando me da con viajar a Miami.
Pero, ¿no te da lastima tu hermano? No hables así, que es tu hermano. Ay, escuché lo que le pasó a tu hermano, bendito. Siento lo de tu hermano, Pedro. Ay Pedro, ese José tenía tanto talento, vamos a rezar por él.
El bicho mío reza por él. Yo no rezo por nadie, ni por mi mismo. Son una plaga esos malditos vagabundos, hasta mi mismísimo hermano. Todos, muertos deberían estar. Uno no se puede parar en ningún lau sin que le pidan a uno, sin que intenten parasitarle a uno por lo que uno se mata, se jode. Si supieran que por cada día que paso de mi vida, por cada peso, he vendido una palabra… ¡por no terminar como ellos! Me mantengo mi vicio y nadie se mete con eso. Me mantengo yo, mantengo a mi madre, y ahora ella mantiene a mi hermano, pero se acabó. Se lo dije: si sigues dándole mi dinero a José Alberto, te dejo de ayudar. Pero, m’ijo, cómo tu vas a decir eso. Pues así, como te lo digo, mami. No trabajo para mantenerle el vicio a nadie. Si el quiere meterse perico o el culo que sea que se mete, que se lo compre él. Pero, pobrecito… ¿Pobrecito? ¡Pobrecito yo que tuve que joderme toda la vida escuchando mierda y escuchando la gente teniéndome…! mira mami, ya, ya está bueno. No puedo más con los ese es el hermano de José Alberto, ay, pero si no se parece, ¿verdad que no? Tu hermano es tan guapo, Pedro. Oye, Pedro, escuché que tu hermano se fue para North Carolina a tocar por allá. Te estás quedando atrás, Pedro. Siempre supe que ese José Alberto tenía futuro, ¿verdad Pedro?
Yo también supe que siempre tuvo futuro. Futuro de ser mierda, como lo es. Lo supe desde chiquito. Desde que empezaron los comentarios porque él se puso lindo de repente y yo no. Desde ese momento me dije, Pedro, cálmate, sólo sonríe, porque las cosas se viran en si mismas. Simplemente escribe, Pedro. Alimenta tu prosa con el odio, con esos comentarios, porque algún día lo verán a él y le dirán: Ay José Alberto, ese hermano tuyo tiene tanto talento. Es una gran estrella.
Y me encojona que no lo digan; y me encojona que se pongan a preguntarme por él en las entrevistas, ¿y cómo te sientes de tener un hermano en la calle? ¿un drogadicto en tu familia? ¿Apoyarás el Hogar Crea? ¿Apoyarás la causa de sacar la gente de la calle? ¿Qué le puedo decir yo a eso? Tengo que sonreír, decir que si, mandar miles de pesos para esa escoria, eso, que es lo más bajo de lo bajo, y dejar que nombren un centro de rehabilitación con mi nombre, y que me llamen para todas sus actividades, y me vuelvan un maldito escritor dedicado a la causa, un prócer puertorriqueño cuando no quiero ser prócer de nada. En todo caso, sería prócer de Pedro y Pedro de prócer. No hago esto para nadie. ¿Y qué crees del estatus? ¿Crees que el estado actual, la situación social, es culpa de que somos una colonia? Tres carajos me importa la colonia. ¿Cómo te inspiras de tu situación familiar? ¿El vagabundo de tu última novela, Faro, está inspirado en tu hermano? ¿Cómo te afecta? ¡Me encojono! No me afecta en nada. No me afecta en nada, nada, nada. Les quiero decir la verdad. Les quiero decir que cuando los veo en la calle subo el cristal de mi BMW, me aseguro que los seguros estén puestos, cambio la cara y las pocas veces que no me da tiempo de hacerlo, y termino hablando con ellos le tengo que decir mala mía, es que hoy no tengo nada, y ellos me miran el carro, me miran bien vestido y me vuelven a pedir, porque saben que les estoy mintiendo, y me molesto más aún porque me saben mentiroso, porque me saben débil, y saco la mano y le echo dos dólares en el maldito vaso de burger king, y siguen cojeando hacia el próximo carro. Malditos sean todos. Deberíamos encerrarlos en una cámara de gas y matarlos.
Vi a tu hermano el otro día, Pedro; me dice una muchacha, Lourdes, con la que salí en la universidad, con la que me quise casar, con la única que me atreví a cerrar los ojos cuando dormíamos juntos, y empieza a llorar, y me recuerdo que también lloró cuando me dejó porque le gustaba mi hermano, me acuerdo que me dejó y se desapareció porque mi hermano en ese momento tenía una novia, y se recuesta de mi hombro, y quiere que la abrace, y me veo obligado a abrazarla, y lo que quiero es susurrarle que a ella también le deseo la muerte, que a ella también la odio, que desde que ella se fue yo no he podido estar con nadie, porque todo el mundo me sabe a fracaso, todo el mundo me sabe a vacío y no puedo cerrar los ojos, y me quedo mirando el techo que jamás a gotereado, el techo blanco, el techo perfecto de mi nueva casa que sólo quiere albergar a una familia que por más que intento no puedo crear. Ayúdale, por favor, me pide y me mira a los ojos, y me siento deshaciéndome en líquidos, y me aprieta la mano, y me vuelve a abrazar, y le prometo que haré todo lo que puedo hacer por ayudarlo, y la próxima vez que lo veo en la calle, vistiendo unos zapatos nuevos, y unos pantalones rotos, y una camisa mía que había dejado en casa de mami y estoy seguro que ella le dio, me enojo y me recuerdo de Lourdes, de ella, y me detengo a su lado, para ofrecerle un poco de almuerzo, pero él me mira y tiene los ojos viraus, rojos y viraus y ni me reconoce, y me habla con voz de zombi, y me mira con ojos de zombi, y me dice pay, dame unos chavitos, oíte, papito, dame algo pa’ comprarme un almuercito. Siento que se me estremece algo adentro, pero a la misma vez se me hierve el cerebro y le saco el dedo y le digo: Ojala de mueras, pedazo de mierda y acelero, y acelero y me pierdo por el enredo de edificios y de bancos, y de cementos y de trajes de tres piezas y de luces, cámara, ¡acción!
Pedro, tenemos que ayudar a tu hermano, me dice mami cuando llego esa tarde. Ya no pudo más. Ya no puedo con los dolores de cabeza, me dice y yo sonrío y le digo que la entiendo. Ahora te necesito a ti, Pedro (y es el ahora lo que me duele). Ahora necesito que tú lo ayudes, Pedro. Encontré este lugar (y saca un panfletito), lo recomendó Domingo Quiñones en la televisión, diciendo que ahí lo curaron del vicio para siempre, y lo metieron al señor, y yo llamé, llamé y me dijeron que curan a quien sea, que curan hasta al mismísimo diablo del mal y lo vuelven un niño de catequismo y le dije que está bien, que quería ingresar a José Alberto, y me preguntaron quién pagaría por los servicios (me sigue doliendo y cojo el panfleto). ¿Ves? ¿Ves lo que dice ahí? Lo pueden curar, Pedro, pero está caro. Por favor, hazlo por tu hermano, tu tienes mucho, tienes demás, y uno tiene que ayudar a la familia cuando lo necesitan (cierro los ojos, miro para otro lado, quiero llorar), porque es lo único que uno tiene. Además, tanto dinero que tú tienes, y no tienes en quien gastarlo, no tienes ni una noviecita ni nada, Pedro, tienes que arreglar eso también, así que pensé que tú puedes mandar a José Alberto para allá, tu puedes mandarlo para allá, para que me lo devuelvan arregladito y todo sea como antes.
Así que saco el bolígrafo Pilot, de tinta negra, y firmo aquí y allí, y me comprometo a pagarle todo, aunque no quiero que todo sea como antes. Ese antes con el que mami sueña era una pesadilla para mí. En ese antes yo no existía, en ese antes todo lo hacía José Alberto, todo era José Alberto, todos querían a José Alberto. Y me quedo esperando a José Alberto esa noche, en la sala de mami, y ella se va a dormir. Le digo que voy a hablar con él. Él entra como a las dos de la mañana, tambaleando, con la mirada igual de virá. Le toma un rato reconocerme, allí sentado en la oscuridad, en el sillón que papi solía ocupar, y cuando descubre que soy yo sonríe e intenta pronunciar un Pedrito que se le tropieza con la lengua y se le cae por sobre el labio inferior. Se me acerca, como para que yo me levante y lo abrace, y me levanto, pero lo veo tan loco, tan rampante y feliz en su nota que lo único que puedo hacer es desembuchar un puño que le rompe la nariz y cuando está en el piso, no sé lo que hago, así que lo pateo una, dos, tres, cuatro veces, hasta que él está tosiendo y le escupo. Escucho a mami levantándose en el cuarto de al lado y la llamo, y le digo que mire, que mire como llegó José Alberto, que alguien le había dado una paliza y ella empieza a llorar encima de él, y lo mece entre sus brazos como nunca me meció a mi, y llora, y reza, y dice que dios mío por favor, cúrame al nene.
Al otro día, se llevan a José Alberto en la van roja. Dicen que toma diez meses el proceso, estará diez meses internado allí, y luego lo sueltan en casa, y lo velan por diez meses más. Garantizan que lo curarán y esa mañana veo que mami está sonriente, y me prepara un bowl de avena, y me sirve café, y me hace tostadas y cuando regreso esa tarde, ha comprado un calendario y ha marcado cuando es que se cumplirán los diez meses y cuando es que volverá José Alberto. Hay algo en su acto que me sigue lastimando adentro, así que me voy y compro un pasaje y me voy para Santiago de Chile, a casa de un amigo, dónde no puedo recordar ni a mami, ni a José Alberto, ni a mi mismo, porque sólo veo un negro mensual, porque allá todo es tan blanco y tan diferente a acá, y la gente está en las calles por otras razones completamente. Pasan los meses y mami nunca me llama. Mami no me escribe, mami no me procura. A los diez meses de haberme ido, recibo una llamada: José Alberto regresó, Pedro, está tan cambiado que hasta está tocando la guitarra otra vez. Yo le digo que eso es lo que esperábamos, que que bueno, que cuando pueda visito, pero lo que hago es que me consigo un trabajito por acá, empiezo a dar clases en una universidad y me olvido por completo de mi familia, excepto cuando recibo un e-mail de Lourdes, diciéndome que se encontró con José Alberto y él le explica que yo le pagué el centro de rehabilitación y ella me da las gracias y me dice que soy la mejor persona que ella conoce. Le doy delete al correo, jamás le respondo y me meto tanto y tanto en mi escritura que pasan años antes de que regrese o que le conteste una llamada a mami o a José Alberto, que cuando vuelvo a la isla tengo canas enredadas en mis rizos, y soy tío, y mami está muriéndose en un hospital y cada segundo que paso sentado al lado de ella, me está contado de José Alberto, de cómo éste está contento, cómo la ha hecho feliz dándole los nietos que siempre quiso, y que aún no conozco. Me quedo esperando y llega Lourdes con los nenes, y se ve igual de bella que cuando dormía a mi lado, le sonrió, y me presento ante los nenes. Son dos, se llevan dos años. El mayor es alto, blanquito, bonito, tiene el pelo suave y es decente. Hola tío, me dice, me llamo José Alberto. El otro, se esconde detrás de la pierna de su madre, es más trigueñito, un poquito gordito, más feito y desde lejos, desde detrás de Lourdes me presento, y le digo que soy Tío Pedro y él mira a su mamá confundida, cómo diciéndole: Se llama como yo.
Lourdes me sonríe y miro a mami que se está riendo y dice: me da tanta lastima ver a esos dos nenes así, tan como ustedes a esa edad, y pensar que ustedes ya son dos hombres que no necesitan que los cuiden. Y le sonrío antes de irme. Me voy, pensando que yo aún necesito que me cuiden. Me monto en el carro y veo que José Alberto se estaciona al lado mío y se baja, como para saludarme, pero hago como si no lo hubiese visto y me desaparezco en la carretera, me desaparezco y pienso que jamás debí haber vuelto a esta maldita isla en la que todo apesta a desespero.
[Este cuento es parte de la colección Probabilidad de Lluvia, con la que gané la mención honorífica del Certamen Intrauniversitario de Cuentos de la Universidad de Puerto Rico, otorgada por Christian Ibarra, Fernando Iwasaki, y Yolanda Arroyo.]

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