La salida al brunch con amigos, uno de esos tempranos domingos de primavera. La hora y media en el parque que se estira de jardín frente al complejo de apartamentos donde vivo, con lecturas requeridas y el germen de una historia en la cabeza. Las visitas al café cercano con otra camarada. Las conversaciones triviales como razón para evitar trabajo. Los mensajes de textos que alcanzaron el teléfono horas después de la cirugía. Las dos noches de insomnio consecutivo, como homenaje a esos cada vez más lejanos primeros meses en Atlanta. El siempre interesante proceso de acoplarse a la sombra de uno, tras una ruptura. La llamada indicada para evitar estar a solas. Los dos discos que se hacen canción de fondo para este marzo particularmente comedido. Esos primeros lapsos de silencio en los que se fundan nuevas rutinas sin querer queriendo. La repentina revelación que surge de una salida al cine a solas. La conversación amena en el campus universitario. La caminata en el día lluvioso. El irrisorio descubrimiento de hallarte en proceso de una reflexión lanzada hacia atrás que viene como brisa refrescante. La gracia de que el teclado recobre lo obtuso del golpe. La habilidad de tornar a los inventarios como proceso de flanquear la vigilia, como intento de desatascar la cita que lleva horas pillada entre vértebra y vértebra y que, al sentarme a escribir esto, encuentro en un documento sin nombre (que debí transcribir en algún momento mientras leía la respiración artificial de Piglia el mes pasado), lista para hacerse conclusión a una entrada de blog a cinco minutos de la medianoche.
El argentino dixit: Porque a lo sumo ¿qué es lo que uno puede llegar a tener en su vida salvo dos o tres experiencias? Dos o tres experiencias, no más (a veces incluso, ni eso). Ya no hay experiencia (¿la había en el siglo XIX?), sólo hay ilusiones. Todos nos inventamos historias diversas (que en el fondo son siempre la misma), para imaginar que nos ha pasado algo en la vida. Una historia o una serie de historias inventadas que al final son lo único que realmente hemos vivido. Historias que uno mismo se cuenta para imaginarse que tiene experiencias o que en la vida nos ha sucedido algo que tiene sentido. Pero ¿quién puede asegurar que el orden del relato es el orden de la vida?
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