sábado, septiembre 29, 2012

rulfo decía "¡cuente!", elizondo "¡busque!", recordaba Sada.

Por esa epoca, justo en los años 70, abundaban los libros de teoría literaria. Era común enterarse de la existencia de jóvenes escritores que casi no habían leído novelas pero sí una excesiva carga de teoría literaria. Rulfo me dijo alguna vez que echara a la basura todos los libros teóricos, ya que ese material estaba destinado a los autores que carecían de imaginación. “La imaginación resuelve todo y usted la tiene, más de lo que supone”, me dijo. Sin embargo, las recomendaciones de Elizondo eran harto distintas: me decía que el arte es conocimiento, exploración, búsqueda y que siempre había más preguntas que respuestas. El impulso que me daba Rulfo era: “¡cuente!, ¡cuente!, ¡cuente!, ya que sólo así saldrá a la luz todo lo teórico que usted trae dentro”. Mientras, Elizondo, me decía: “¡busque!, ¡busque!, ¡busque!”. Para mí los dos puntos de vista de mis maestros eran importantes y los hice propios: el arte no es una aclaración, sino una preservación del enigma. Cuando llegué a esta verdad me sentía un rey o un perico en alfombra. Me sentía privilegiado al tener dos escritores tan capitales en la literatura castellana como Rulfo y Elizondo: el primero, un clásico el segundo, un vanguardista. Aquello no podía ser poca cosa para mí.
Dijo Daniel Sada, en El escritor lampante, retratando esas dos pulsiones tan clásicas, esas dos vías que dan a lo literario; siempre chocando, la una con la otra. Las largas duraciones de los aciertos románticos, ¿no? 

sobre la mano invisible del mundo del libro


A pesar de que la entiendo, esta fijación de los escritores de que los (re)conozcan transnacionalmente suele perder de perspectiva que realmente ellos no conocen la narrativa (ese borroso monstruo total) de otros países. Digo, conocen aquello que les llega. Aquellos escritores publicados por editoriales grandes o editoriales independientes con distribución amplia. Pero no aquellos que son publicados por casas pequeñas en lugares grandes como México o Argentina digamos, o pequeños como Uruguay, o Paraguay (de seguro hay escritores allá), como las que nos publican acá, o inclusive en ramas de las grandes editoriales que no distribuyen más allá de su específico recinto. Recuerden el caso de Alfaguara en Puerto Rico, que sólo enviaba uno que otro ejemplar a las otras ramas, a ver si estas se interesaban en publicarlo. Y aun cuando conseguimos reeditar en otros países, se sigue tratando de núcleos bastante específicos, de ediciones que están limitadas a fronteras nacionales. Sigo pensando que es trabajo (y responsabilidad) del escritor buscar y hacer contactos en otros países, expandir sus redes; mientras más, mejor. Pero aun así, no debe ser esto el mayor criterio de juicio. Al mismo tiempo, nada alegra más que un buen autor local (Luis Negrón, por ejemplo) consiga guisos en Costa Rica, o Estados Unidos. Bueno, el punto es que hoy en día se publica mucho más que nunca, y al igual que nunca, los libros que consiguen atención fuera de sus lindes nacionales son los menos--y, la mayor parte de las veces, queda anónimo el trabajo del mismo escritor o de algún fiel lector que se fajó para conseguir esa ampliación del radio de distribución de equis libro. Supongo que eso es lo que quiero decir: que no hay una mano invisible dirigiendo el actual mercado editorial. Que detrás de todos los mitos románticos (el super premio editorial, el místico agente literario), el mundo del libro está tan fracturado como siempre lo ha estado, en donde las cosas más interesantes suceden fuera de los lindes de las cuatro o cinco empresas transnacionales (aunque a veces estas lo pegan).



domingo, septiembre 23, 2012

‎Everyone must leave something behind when he dies, my grandfather said. A child or a book or a painting or a house or a wall built or a pair of shoes made. Or a garden planted. Something your hand touched some way so your soul has somewhere to go when you die, and when people look at that tree or that flower you planted, you're there. It doesn't matter what you do, he said, so as long as you change something from the way it was before you touched it into something that's like you after you take your hands away.

 Ray Bradbury, Fahrenheit 451

martes, septiembre 18, 2012

de alguna manera ése y muchos otros eran el último día, scripsit cortazar

No me contestó, tenía los ojos perdidos en una manchita rosada de la sábana, pero claro que me estaba contestando, ahí no había cortes en las escenas, no era necesario nombrar a Francine, para qué, el silencio era un estallido de claridad, no habría otro día, de alguna manera ése y muchos otros eran el último día aunque siguiéramos despertándonos juntos y jugando y besándonos, repetición ceremonial que inmoviliza el tiempo, el primer beso en el pelo, los dedos en la espalda, la inútil tregua delicada, el primer mate.
Julio Cortazar, El libro de Manuel

fenomenología del miope

Estoy seguro que hay o debe haber una fenomenología del miope, del espejuelado, del anteojado desde niñez; y que esta gira en torno al no fijarse en el vidrio para poder ver, para evitar el mareo; en ignorar el a través, olvidar la condición misma de la vista; en hacerle caso omiso a los bordes borrascoso que enmarcan el mundo; en el mundo como pantalla, como monitor; en la dificultad de explicar cómo ver a través de una ventana, o observar una videograbación no es tan diferente al cotidiano. El punto de todo esto es que mi taza de café se ve bien: es grande y verde y está hasta el tope; pero más importante es que huele bien, que sabe bien. Sí, tiene que ver con el café nomás

sábado, septiembre 15, 2012

jueves, septiembre 13, 2012

nuestro nombre ampara un extraño, dixit paz


Todos los días oímos frases de este tenor: cuando Fulano se exalta es ‘irreconocible’, se ‘vuelve otra persona’. Nuestro nombre ampara también a un extraño, del que nada sabemos excepto que es nosotros mismos. El hombre es temporalidad y cambio y la ‘otredad’ constituye su manera propia de ser. El hombre se realiza o cumple cuando se hace otro. Al hacerse otro se recobra, reconquista su ser original, anterior a la caída o despeño en el mundo, anterior a la escisión en yo y ‘otro’.

Octavio Paz, en El arco y la lira (1956)