miércoles, noviembre 27, 2013

materia, una columna

Esta columna fue publicada en el miércoles, 27 de noviembre del 2013 en El nuevo día.


En la escuela no decías mucho. Las más de las veces llegabas a casa pensando que la piel no daba para tanto y que en cualquier momento estallarías. Pero alguien, por suerte, se te acercaba y te aplacaba, informándote a modo de refrán que las palabras se las llevaba el viento. La promesa te era suficiente por esos días. Llegaste a pensar que el problema para ti no era el articular, sino todo lo que venía con el decir.

En la escuela, a veces y en contra de tu voluntad, te atreviste a hacerlo. Llegaste a ofender, confesar, recriminar. Recuerdas aun el miedo, el pecho apretado, las manos sudadas y la terrible vulnerabilidad de tirarte al medio. Nunca quisiste pelear, porque siempre supiste que perderías. Sin embargo, en ocasiones, te desplegaste sabiendo que hablar implicaba la posibilidad de la reacción física, la densa materia del bofetón.

Entonces, ante la ascensión de las redes sociales y los mensajes de texto y la distancia y los teléfonos, te dijiste que ya estaba todo solucionado. De cierto modo fue cierto, y las manos te dejaron de sudar y peleaste mejor, recriminaste mejor y confesaste mejor. Años después, más cerca de antier, frente a la computadora y la eterna archivística de Facebook, comenzaste a pensar que quizás estabas mal y que nunca te avisaron que la palabra que se llevaba el viento era palabra circunstancial.

Aun no lo jurarías, porque nunca has estado en la banca de la oralidad, ni mucho menos de las sentencias, y porque eres parcial a las errancias de la literatura, pero comienzas a considerar que la gran violencia de la sociabilidad virtual puede ser que ha dado paso a un mundo más cartesiano que nunca. Temes que por breves momentos has olvidado el hecho de que eres cáscara, músculo y grasa; y que las palabras no son sólo sintaxis y sílaba e idea. De golpe te dices que también son lengua, labios, mandíbula, dedos, y muñeca. Será, sigues, que quizás lo que extrañas en las redes es el recordatorio de la apacible ternura de la piel, de lo insondable del pecho apretado, de una palabra inseparable de las manos sudadas.

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