Mientras admiraba la obra restauradora del maestro y de sus hijos, un mocetón enorme vino a abrazarme. Era Joaquín Murrieta, el luchador, mi ahijado de matrimonio. Charlamos un momento. Ya él no lucha, sino que maneja un camión de refrescos. Yo no he vuelto a las luchas. Es decir, sí, fui hace poco, pero ya no me gustaron nada. Me aburrieron. Hay muchos luchadores nuevos, muy jovencitos, desconocidos, producidos, como las calles nuevas, coomo las colonias flamantes, en este año y medio que ha bastado para que ya esta ciudad no sea mía, o para que yo ya no pertenezca a esta ciudad.—Escribió Salvador Novo como si la lucha libre fuera la ciudad, o fuera una extensión de la misma, en su Diario (impreso en el periódico), un 4 de septiembre de 1943. Se encuentra en el primer volumen de La vida en México en el período presidencial de Manuel Ávila Camacho (1965)
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