jueves, agosto 13, 2015

y sigue, una columna

Esta columna apareció en El nuevo día el 22 de julio del 2015. 

Foto de RTVE.


El mes pasado me dije que no más, que ya está bueno de hablar de la crisis. El primer paso tomado fue dejar de colgar cosas en mi Facebook; el segundo, parar de comentarla; y el tercero, evitar discusiones personales que girasen en torno al tema. No dejé de seguir las noticias (ese viejo y frustrante vicio), pero me dije que ya no había más que decir. Que los pasados 8 o 9 años de crisis económica por fin trajeron el tema a la discusión pública en una clave distinta a la anterior, más apta -un registro más negativo, quizás, con palabras como inequidad, impago, recesión, etcétera). Iba a escribir sobre literatura. Eso quería.

Pero, entonces, la deuda que sabíamos impagable hizo frente a la cámara. Junto a ella, García Padilla, y Krueger, y todos los refritos de discursos que hemos visto popularizarse con una velocidad realmente sorprendente a nivel internacional de la boca de políticos, financistas, y economistas de ojos atrapados entre ombligos y fantasías libremercadistas que ni el viejo Adam Smith apoyaría (por lo menos sin dirigirse abiertamente a la necesidad de extinguir poblaciones, como hizo). Discursos y conversaciones (que si austeridad, que si sacrificio) que hemos visto explosionar con la misma velocidad con la que se popularizan, y no sólo en Grecia y en España. Son discursos que vimos estallar anteriormente (recordemos las secuelas de las neoliberalizaciones de las economías latinoamericanas en los 80 y 90 y sus funestos resultados sociales), pero que siguen regresando; la primera vez como tragedia; y la segunda, aún como tal.

Este mes, entonces, me veo diciéndome que lo que queda es, por lo menos, intentar vencer el cansancio y el aburrimiento. Tal vez quedarse con el cinismo, abrazarlo. Intentar que no sea uno desmoralizante. Intentar que sea un cinismo de potencias, un cinismo curioso, extrovertido. Tal vez uno que nos lleve a reunirnos, a conversar, organizarnos y, ojalá, hasta a hacer. ¿Cinismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad?

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