A menudo intento hacer listas al papagayo de los eventos más importantes de una década. Fracaso profundamente. A menudo lo intento, particularmente, con los noventa, con la intención de entender algo, lo que sea, del presente.
Hasta ahora me agoto diciendo que se cayó el muro de Berlín, empezó y acabó la primera Guerra del Golfo, despuntó sangrientamente la de la antigua Yugoslavia, que se pasó una ley que hacía pero no hacía del español idioma oficial, que la isla entera recibió un premio literario a manos de un rey español por su excelsa defensa de la lengua, que se derogó esa ley, que se celebró el Quinto Centenario (¡la Gran Regata Colón!), nació la Unión Europea, ganó Rosselló (no este, el otro), que hubo no uno, no dos, sino tres plebiscitos, uno constitucional, dos de status (y sí, “ninguna de las anteriores” sigue siendo una locura); “Provócame, mujer, provócame”, que el desempleo llegó a veintitantos por ciento y los “carjackings” estaban de moda, “Mano dura contra el crimen”.
Inhalo, exhalo: que en Norteamérica se firmó NAFTA, “aum, oye lo que es un bembé”, que se alzaron los zapatistas en Chiapas, que le gané a mi hermano una pelea en Street Fighter II, que Ricky Martin lanzó A medio vivir (“tanta pasión, tanta osadía, oh, tú, fuego de noche, nieve de día”), que nació mi hermana, que Lorena Bobbit, OJ Simpson, Bill Clinton; ay, no, Selena, pobrecita; chiji, chijá, ganó el capitalismo; Madonna se pasó la bandera por…, el huracán Hortensia anunció a Georges, mi abuela perdió el techo de la casa; me conecté a internet por primera vez, se reconoció un primer ciudadano puertorriqueño, “Chim bum bam, que viva la alegría”, se derogó la 936 (pero dio tumbos una década más), se privatizó la Telefónica, hubo huelga nacional, una bomba mató a David Sanes en Vieques, se les dio clemencia a varios presos políticos…
Y hasta ahí doy, siempre con la impresión de que he olvidado lo más importante.
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