viernes, octubre 31, 2008

otoño, 8: simone

1.
Me despierto con una canción dando tumbos entre los muros de mi cerebro. El cuarto aún está oscuro. No porque las ventanas están cerradas, sino porque no encuentro mis espejuelos dónde los dejé la noche anterior. Odio perder los espejuelos. No veo nada sin ellos. Cuando digo nada es eso, nada. Vale, hagamos el chiste. Volvamos a la escuela elemental. ¿Cuántos dedos ves aquí? Estiras la mano. Escondes el pulgar. Meneo mi cabeza de lado a lado. Contesto: Cuatro. Entonces puedes ver, me dices. Le digo que no, que puedo trazar las formas de la mano. Las siluetas las veo. Formas borrosas. Veo una mano color piel. Sin rallas, sin bordes, una masa nublada, gaseosa. A veces, veo menos. ¿Qué estoy haciendo? Vuelves a preguntar. Te contesto: No sé. Te sorprendes. ¿Qué hacías te pregunto? Me dices que me sacabas la lengua. Eres ciego, me dices.
2.
La canción. No se va.
Hoy es la secuela del Día Nacional de Ocio de Sergio. Por lo menos, hasta el medio día. Me levanto. Observo a mi hermano jugar XBOX. La canción no se va. Busco Catcher in the Rye. Jamás lo terminé, recuerdo. Así que hoy lo leeré. Mañana comenzaré a escribir un bildungsroman. Y tengo que leer algo parecido, antes de escribirlo. ¿Qué mejor excusa para terminarlo? Leí en algún sitio que F. Scott Fitzgerald, autor de The Great Gatsby, dijo que antes de empezar a escribir algo cogía sus tres libros favoritos más parecidos a lo que estaba escribiendo y transcribía grandes porciones de ellos, para así caer en el flow de su nuevo texto. No haré eso. Es mucho trabajo.
3.
La canción es de Nina Simona.
Me encanta Nina. Me gusta mucho. Además, la encuentro preciosa de una forma casi reptílica. Y no sé si eso hace sentido. La pieza es del disco High Priestess of Soul que salió creo que en el 1967, con una banda dirigida por Hal Mooney. A mi me copiaron ese CD y eso fue lo que me escribieron en la portada. 1967, Nina Simona, banda por Hal Money.
No sé qué tan acertado esté.
4.
Escribo esto con prisa. Tengo mucho que hacer hoy. Recoger. Lavar ropa. Tomar la guagua pública hasta Río Piedras. Encontrarme con Juanluís, eventualmente con Samuel. Hoy hay reunión catalítica. Como los viejos tiempos. Me da cosquillitas eso.
5.
Nina.
La canción. Keeper of the Flame.
I’m the keeper of the flame
My torch of love lights his name
Ask no pity, beg my shame
I’m the keeper of the flame

Played with fire and I was burn
Gave a heart but I was spurn
All these time I have yearned
Just to have my love return

Years have passed by
The spark still remains
True love can’t die
It smoulders in flame
When the fire is burning off
And the angels call my name
Dying love will leave no doubt
I’m the keeper of the flame

Years have passed by
The spark still remains
True love can’t die
It smoulders in flame
When the fire is burning out
And the angels call my love
Dying love will leave no doubt
I’m the keeper of the flame
6.
Nina.
La cantante.
Mi otra canción favorita.

viernes, octubre 24, 2008

otoño, 7: bauzá (literatúr portoricensis)

1. Ya van casi tres años de haber descubierto la narrativa de Manuel Ramos Otero; un poco después, me tropecé con la cuentística de Pedro Cabiya, Abreu Adorno, Tomás Ramírez. Hace algunas semanas, conseguí Pez de Vidrio de Mayra Santos-Febres, del cual el cuento La Escritora me voló la cabeza. Y ayer en la tarde, rebuscando en el catálogo en línea de la Biblioteca Lázaro, me precipité sobre La Sustituta y otros cuentos de Juan Lopez Bauzá, el cual ya casi termino.

2. No tengo problema con aceptar que mi interés con la literatura puertorriqueña comenzó como un pasatiempo forzado. Una iniciativa de partir a conocer al contexto del cual provengo. Hasta mi primer semestre de la universidad, conocía las lecturas obligatorias de la Escuela Superior, por las cuales no tenía ningún cariño. Con la excepción de La Carreta, de René Márquez. Inclusive, recuerdo que en mi segunda clases de mi año de prepa en la UPR, durante una clase de Introducción a la Literatura Española me empeñé en diatriba contra La Charca de Zeno Gandía, quejas de estudiante ignorante recién salido de escuela privada, recién salido de la masacre de una deficiente maestra de literatura, y la profesora me paró en seco. Me miró de reojo y me preguntó si yo estaba consciente de mis palabras. Algo dijo que no recuerdo, algo relacionado con la literatura nacional que olvidé. Pero esa primera oración—¿estás consciente de tus palabras?—me hizo reevaluarme. Llegué a casa de mis padres, aún no me hospedaba, y releí La Charca. Me obligué a hacerlo. Y descubrí lo erróneo que había estado. Descubrí que era y es una novela quintesencial. Sé que en una relectura, especialmente ahora, descubriría aún más. Justo antes de emprender en las páginas del Zeno, había terminado de leer Cien años de Soledad y me había prometido que intentaría leer las novelas del boom—las encontré en una caja de mi padre, quien al parecer las había leído en algún momento—para adentrarme más a conocer la literatura hispanoamericana. Eso hice, pero a la literatura hispanoamericana le sumé la literatura puertorriqueña. Salí adónde un compañero de un taller que tomaba en esos entonces, el primero de los dos talleres de cuentos de los que he participado (el resultado del cuál está en el libro En el vientre de una isla, publicado dos años después en Abrace, 2006) y le pedí algunos libros de literatura local. Me pasó Gloria de Elidio Latorre Lagares y me lo tragué. Aún recuerdo la sensación que me produjo, un agrado diferente, mas no era exactamente lo que buscaba, tampoco me había encantado. No me pareció una gran novela, sinceramente. Pero lo que si me hizo ver fue que estaba extremadamente equivocado acerca de los temas tratados por los escritores boricuas. No fue hasta leer Exquisito Cadáver y Sirena Selena Vestida de Pena, y descubrir la existencia de Póstumo el Transmigrado, ese mismo año, que me percaté de otra cara de la literatura puertorriqueña.

3. Edición esquelética del Editorial de la Universidad de Puerto Rico. A duras penas setenta páginas. Negro, con una franja azul cielo. Una imagen rectángulada, una mujer sonriendo. No le vemos los ojos. El título está en minúsculas. En letras blancas. En una esquina, algún bibliotecario le escribió PR 863 L8646s c.2. Merman los excesos. Nada acerca del autor. Nada acerca del texto mismo, ni el recuerdo de una sinopsis, sólo una brevísima nota del compositor: Seis cuentos trabados en la armazón de lo azaroso con lo coordinado, de la extrañeza y el estrépito. Seis cuentos que proyectan vidas inyectadas con sustancias muy otras.

4. Pero, ¿cómo uno se entera si no es por empeño propio? ¿Cómo uno descubre que desde hace tiempo escapamos del campo, del insularismo literario? ¿Cómo nos tropezamos con unos Página en blanco y Staccato de Ramos Otero, o un No todas las suecas son rubias de Abreu Adorno, o un Historias Atroces de Cabiya, o los cuentos de Juan Antonio Ramos, de Tomás Ramírez, o el Breviario de Juan Carlos Quiñones?
¿Es posible? Me pregunto. Sí, la industria editorial en Puerto Rico está hinchándose. Sí, se están publicando una cantidad enorme de libros. Pero también está surgiendo una inmediatez desfachatada. Me doy cuenta con compañeros, conocidos, y gente que veo en algunas clases y que declaman en voz alta a qué escritor/escritora/poeta/poeto/poetiza/poetastro conocen, que sólo se recuerda, se habla, y se nombran los libros publicados la semana anterior—sin necesariamente haberlos leídos. Y no es que esto sea malo. Seria imposible vivir recordando todos los textos publicados el año pasado.
Acepto que esto me surge de vez en cuando, al tropezarme con libros como el de Juan López Bauzá, que cumple once años este dosmilocho. Tampoco tengo una solución, o un manifiesto para declarar. Sólo pregunto ¿cómo es posible que textos tan buenos no se mencionen? Entendería su invisibilidad si me dijesen que se han publicado un maratón de colecciones de cuentos buenas en los pasados cinco, seis años. Pero sólo he logrado atrapar una que otra.

5. La mujer negra, cuyo campo visual quedaba en dirección a la puerta, le prestó más atención a la ortografía de sus contornos, al conglomerado de vello de la señora. El pelo: un complejísimo enjambre de moños y remolinos atornillados vertiginosamente, y de un matiz como si se le hubiesen derramado la noche encima; las patillas, poca diplomáticas, desparramadas a manera de alfombrilla por los lados de la cara hasta derrumbarse en la papada como una barba de corsario; en los brazos unos pelos largos y prietos, formidables para enramarlos en trenzas , contrastaban acusadamente con su piel de grasa cruda, a través de cuya membranosa superficie aparecía una retícula horripilante de venitas en diferentes azules, abajo, sumergida, como una escritura antigua; era el mismo tipo de pelambre que sobre el labio le formaba un bigotillo duro y mal cuidado. La prieta, al verla, mudó de color, mudó de palabra y voz, y procedió a aferrarse tenazmente a los brazos de su amante para evitar que hubiese allí una escena. Y efectivamente, no hizo el joven muchacho más que verla pasar por su lado que ya estaba forcejeando con su novia para caerle encima a la señora y darle de bofetadas. (página 4, La Sustituta y otros cuentos, J. López Bauzá).

6. “Sustancias muy otras”. Me gusta eso.

martes, octubre 21, 2008

otoño, 6: clases

1.

Solía cruzar las piernas debajo del escritorio, hacerlas trenzas, trincarlas de improviso, y luego, relajarlas como vencidas. Y yo las estudiaba, las miraba, las analizaba. Mientras el resto de la clase discutía el intransigente canto de Salicio, yo me limitaba a hacer monografías del pequeño lunar triangular que diferenciaba un tobillo izquierdo del derecho, de la heterogeneidad en los patrones de pecas de sus pálidas rodillas, de cómo coqueteaban sus pequeños pies en los oscuros tacos negros, escondiéndose a veces, otras lanzándome miradas de detrás de la cintilla plateada. Pasaron el quiz y yo preguntándome de qué misterio gozaban esas carnosas piernas, qué éxtasis místico las hacía retorcerse de tal modo, y no podía evitarlo, no podía…

2.

Presta atención, Sergio, me regaño. Deja la ficción. Aterriza ya de ese viaje anti-aburrimiento. Lector, te advierto que esas piernas no son, para nada atractivas. Y si algo tuviesen, el bigote que adorna el rostro de su capitán las destruiría espontáneamente. Hay que alejar la ficción de lo real, Sergio, me insisto, hay que respetar las advertencias, mantener las dos lo más lejos posible, declarar un sorte de apartheid literario.

3.

Las recorro una y otra vez. Quiero escribirle algo, dedicarle un poema. Un poema a piernas. Alguien lo debió haber escrito ya. No lo dudo. Lo precioso en esa blancura es sinigual. ¿Cómo se escribe un poema? Me pregunto. No importa, me respondo. Si cierro un ojo, puedo descifrar una letra en los patrones de lunares, puedo ver una sutil sugerencia de una revelación que hallaría en la pantorrilla, que me está tan ajena e imposible de alcanzar desde mi lugar, desde este séptimo asiento de la cuarta fila del salón LPM _0_. La gente comienza a levantarse. ¿Se acabó la clase? ¿Qué sucedió con Nemoroso? ¿Quién era Isabel de Freite? ¿Qué égloga escribió el individuo a esa perfección hecha patas? ¿Cómo las hablo sin sonar superficial, carnal, demasiado mundano? Se van, se van y las sigo, salgo del salón, ignoro el reloj, llamo su nombre. ¡Profesora! Y ella se vira…

4.

Ve a tu clase, Sergio, me repito. Son las 1:12pm. Se supone que esté allí. LPM 210, creo. Se supone que esté aprendiendo acerca de las Peregrinaciones de Bayoán. No estoy seguro. Falté a la clase anterior. ¿Qué hago aquí ahora? Tuve que venir a una computadora. A verificar mi email, a escribir esto. Transcribir, mejor dicho. Ya lo había comenzado en una hoja de papel, durante la clase. Me quedé sin tinta, a mitad. ¿Cómo voy a escribir en la clase de Faría? No sé. Esta parte no es ficción, no, no, no lo es. ¡Apartheid! Lo he dicho. Mantenerlos alejados. Eternamente alejados y conscientes de ello.

Mierda. Voy 20 minutos tarde. Y no llego a hacer hincapié de que es ficción, de que jamás le miraría las piernas a la profa.