Tomó un momento en llegar, como todo. Me desperté con ese feeling de que olvidé algo importantísimo, de que tuve un sueño esclarecedor, un sueño-epifanía, y que me urgía recordar tan siquiera lo más mínimo de este. Evité encender la computadora, ver televisión, leer o hacer cualquier cosa que me distrajera y me dediqué a lo mundano: vacié el dish-washer, lavé los platos, dividí la ropa en colores y coloqué la primera tanda en la lavadora, y justo cuando cerraba la puerta dije, bisagra. Así, no más. Una palabra que apenas uso, que normalmente me parece rara, y tan pronto la dije sentí que era eso lo que buscaba. Bisagra, repetí y ya. El resto del sueño se deshizo. El resto del sueño dejó de importar, no porque fuese nimio, sino porque se sabía perdido.
Bisagra, coyuntura.
No escribo poesía—se me hace imposible alejarme del suceso, de la historia cotidiana, de lo anecdótico, maldición de clase media, hacerme sólo lenguaje—pero supongo que tropezarse con un buen comienzo de poema se siente algo así.
Está algo soleado: por eso me gusta este coffee-house, porque está rodeado de vidrios. La muchacha de las botas rojizas baja una cortina y conecta su computadora a un interruptor.