De seguro alguien dijo algo importante en
esta casa alguna vez. Es lo suficientemente vieja como para traficar historias
en lo venoso de sus maderas, en las ventanas selladas por años y años de
pintura indiscriminada, en sus pasillos alfombrados a la fuerza y sus
habitaciones transformadas en oficinas vacías. No sé si fue la universidad que
la compró, o si una anciana terrateniente, azorada por la nostalgia, la donó en
un testamento mecanografiado.
Sólo una ventana abre, y la abro aunque
haga frío, para dejar escapar la brisa vieja que quién-sabe-cuánto tiempo lleva
encerrada, como una inhalación que una vez concebida es detenida por alguna
fuerza que busca congelar su potencialidad.
A las afueras de la oficinita en la que
escribo esto, en la que me siento todas las mañanas a hacer nada, en lo que dan
las horas de irme a dar clases, hay como una pequeña salita con muebles
incómodos que tienen un llanto como de vaho, y que sostienen un cuadro de una
reproducción de Dalí que parece que alguien alguna vez quiso colgar y dejó ahí.
La oficina está remodelada, dicen. Un
escritorio nuevo en forma de ele y unas sillas extremadamente cómodas. En las
paredes hay dos pizarras, una de corcho, y la otra de marcadores. En ambas un
proyecto como abortado, o quizás en estado de suspensión animada, como la
inhalación.
Comencé a leer La Vorágine acá adentro y me pareció algo tan atroz que lo detuve.
Me pregunto si hay lugares que exigen tipos específicos de lecturas. Si fuera
así, supongo que este lugar exige una poesía como la inhalación ajolote que
dejo escapar empujando la ventana de madera. Una poesía que prometa pero no
cumpla, pero que no por eso sea insatisfactoria. O una poesía que se encaje en
el momento de pasar de in- a ex-.
Van dando las nueve y quince. Ahora a
caminar a la clase.
Nos vemos orita, bye.
1 comentario:
Saludos desde PR. Lei su columna en el nuevo dia... y decidí conocerle mejor...
Mucho Gusto. Exito
Cesar Maraver
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