Arrabal Placita de Caguas, 1952
Corría
la primavera del 1828 y, en una movida que había tenido y tendría múltiples
iteraciones, el congreso mexicano pasó una legislación que formó un tribunal
especial para combatir lo que, a su parecer, era el mal que tenía al joven país
amarrado a la crisis económica: la vagancia.
Concepto
harto acogedor, vagancia implicaba a mendigos y rateros; a obreros
hallados fuera de talleres en pleno día laboral, a desempleados, a desocupados
de desconocido abolengo, y a cualquiera que, a ojos recatados, no pareciera
gente decente.
El
Tribunal de Vagos fracasó en pocos meses, pero no fue una huérfana paja mental.
Era parte de una camarilla de pajaritos preñados que constituía la imagen de
una nación futura y desarrollada. Para ese México a venir, decían, la promesa
del progreso necesitaba tanto la pacificación del territorio, como la
implantación del espíritu de emprendimiento, la moral, ética, y el amor del y
por el trabajo que juraban era el motor primordial y único del desarrollo y las
riquezas de sus vecinos anglosajones.
Los
defensores del Tribunal insistían, en palabras desquiciadas similares a las
expresadas por algún ex-presidente universitario recientemente, que el problema
no era sólo el fallo estructural, sino que el problema también era la gente y
sus actitudes. Los legisladores (como el ex-presidente) argüían que la crisis
no se evadiría mientras el pueblo permaneciese enajenado, existiendo del día a
día, sin trabajar o esforzarse.
Claro,
estaban profundamente conscientes de que el país estaba sitiado por guerras,
que el desempleo cundía, que la estructura misma imposibilitaba la mejora
inmediata. Pero, como vemos (aun hoy), cuando las cosas se pintan complejas,
siempre es más fácil evitar el pensamiento crítico, proceder a culpar a
aquellos más afectados por las crisis. Culparlos por las dificultades que
padecen, claro, pero también por las del resto del país. Después de todo, el
moralismo y el voluntarismo del acomodado son, y han sido siempre, tremendas
malas mañas.
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2 comentarios:
El millonario le paga al rico para que haga una campana que convenza al de clase media de que la culpa es del pobre
El millonario le paga al rico para que haga una campana que convenza al de clase media de que la culpa es del pobre
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