domingo, agosto 31, 2008

verano, 24: conclusiones

1.
Tambaleas por la Avenida Universidad. Tomas una derecha. Bajas las escaleras, cuidadosamente, para llegar al cul de sac de la Calle Humacao. Te recuestas (sólo por un momento, te dices) de un poste y llevas tu mano derecha hacia tu estómago. Piensas en las palabras ronroneo, en cantaleta. Dos palabras que suenan a dolor de cabeza. No debiste haber bebido tanto. Es el momento perfecto para que te asalten. No tienes ni un peso encima, pero es el momento perfecto. Tu mano izquierda está enterrada en el bolsillo del mahón. La sacas, porque jamás la ordenaste a entrar, y descubres las llaves del portón bien apretadas entre índice y pulgar. Empujas al poste. Llegas a tu portón, metes la llave y lo abres. Subes las escaleras. Lanzas tu bulto al cuarto y corres al baño. No quieres arrodillarte, no quieres ñangotarte frente al inodoro. Lo haces. Tu estómago se tuerce como contorsionista coreano. Tu garganta se trinca. Piensas que está a punto de fracturarse. Esperas bilis, esperas asco, esperas ese incesante tufo del human folly. Pero lo que surge, desafortunadamente, es un manantial de melancolía.
2.
Más temprano, mucho más temprano, casi doce horas antes, Juanluís me acompañó para el Post Office de Río Piedras. Cruzamos por el Paseo de Diego, doblamos por la calle que no era, pero terminamos encontrándolo. La novela—grabada en un disco compacto que, como no tenía cajita, enrollé en una página arrancada de un cuento que me regalaron—se fue para Francia. Dos dólares y pico. Quise salir de ella rápido. Después de releerla, no estoy satisfecho con el producto. La re-editaré en varios meses, me digo. Otros proyectos, insisto, otros proyectos por ahora, antes de entrar a la Grande. La Grande me tienta. Me pone nervioso.
3.
La soledad y la tristeza son criaturas extrañas; están más presentes cuando estás rodeado por personas, cuando hay siete voces hablándote, cuando no hay espacio para ninguna de las dos. Aún no logro deducir un patrón. Jamás llega cuando espero que llegue, cuando estoy encerrado en mi cuarto riopedrense solo y sin compañía, cuando espero la deseo.
4.
¿Y ahora qué? ¿Qué se hace cuando se acaba? ¿Cuándo lo que empezaste hace algún tiempo llega al fin que predecías, al fin que habías visto venir desde el primer día? No tengo una respuesta. Bolaño se murió escribiendo 2666; Cristina Rivera Garza está viva. Haruki Murakami también. No hablo de mi relación, claro está, hablo de la novela. Hay que masificarla, totalizarla. Hay que volverla cáncer, a la literatura, digo. Hay que permitir que se te riegue, la peor de las metástasis. Hay que dejar que nos coma. Que nos muerda. Que nos ahoguemos en ella y que todo lo que hagamos sea para ella, sólo para ella. Bolaño está muerto. Los dos Manueles, el Abreu y el Ramos, también.
5.
No hay más dinero para cervezas, concluyes. No volverás a beber cerveza. No volverás a sentirte como asco, no volverás a trincar la garganta. Por los próximos dos meses, no te beberás ni una gota de alcohol. ¿Por qué dos meses? ¿Por qué no? Tienes que pensar en la metástasis. Convencerte y asegurártelo, aún cuando el malestar comience a retroceder.
6.
Lo siento. Realmente lo siento.
Summer’s over, kids.

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