lunes, febrero 27, 2012

la lectura expuesta


Últimamente no puedo evitar la terrible sensación, después de varias horas de estar rajándome frente a un libro, de que hoy en día la más particular de las particularidades de la literatura no se encuentra sólo en el contenido del texto leído, en su forma de afectarnos, sino en el acto mismo de la lectura profunda. Que su singularidad yace en ese posicionamiento incómodo frente a un pedazo de papel, o frente a una pantalla, en el que te abres en dos; en el que suspendes todos tus alrededores (cuando ya estás hondo, hondo) y te vuelves la más vulnerable de las criaturas, te transformas en el lector de Cortazar, aquél de La continuidad de los parques. Por un momento se suspenden ciertos presupuestos, y entras en una extrañísima relación en común con otro, quien-sea.

Si no es eso, o si no es eso ahora mismo, estoy tan lejos como siempre lo he estado. En momentos así, ese intento de alcanzar lo literario desde el estar-juntos, ese comunismo literario del que escriben demasiado pocos, me parece tan cerca de acertar.

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