lunes, febrero 13, 2012

midwest


Conduces quinientas millas desde el midwest norteamericano hacia el sureste,  cruzando largas planicies vacías, de montañas tan lejanas que son inexistentes, salpicadas por pequeñas islas de nieve y hielo que forman a lo largo del paisaje un archipiélago titubeante. Aunque sabes lo suficiente como para deshacerte de la idea, se hace extremadamente difícil elidir el pensamiento que te dice toda esta tierra está vacía, toda esta tierra se puede poblar, y, tomado por ese mismo aire que suaviza el cerebro, comienzas a formular las posibilidades comunales que históricamente han vertido hacia el fracaso. Comienzas a imaginarte a un grupo de personas que, aprovechándose del aislamiento, del silencio de las geografías ajena a los mares y a las urbes, ignorando totalmente que también la tierra es historia (la historia de otros, pero también la de los nuestros, Walcott), deciden comenzar desde cero, dejar la mugre de los días atrás, construir una gran casona que funja de origen, y un concepto, muy semejante al ascetismo, a la austeridad de las ermitas. Desde cero: o partiendo del cero. Son unos solos pocos. Quizás sean los únicos, y se piensen a sí mismos no como los integrantes de la comunidad, sino como sus productores, como mero eslabón en ese producto que harán entre todos, consumado por sus hijos, y los hijos de sus hijos...

Ves un automóvil despejar el paisaje, en dirección contraria. Es el primero que ves en más de media hora. Una camioneta roja, cristales oscuros. Al borde del camino, hay una bolsa ensangrentada. No sabes si fue un perro, o un venado.   

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