lunes, febrero 20, 2012

teatro, una columna

Esta es columna aparecerá el próximo miércoles, 22 de febrero, en el Buscapié de El Nuevo Día. La cuelgo aquí.

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Decir “la política” como se dice “el teatro”. Nada nuevo ahí.

Recurrir, por eso de, al prólogo que Luis Rafael Sánchez le escribió a su obra teatral Quíntuples. Leer cómo en el comienzo de la obra, dirá el autor, el público espectador interpreta otro público sin saberlo. Que frente a este otro público los actores darán pie a “la locura instalada en la cordura, la wagnerización de las anécdotas”. Pensar, rápido, que en esta otra obra en cuestión, nosotros sin duda representamos al público de una democracia electoral, la “cúspide de la política occidental”.

Señalar, también, que en esta obra en cuestión, difiriendo de la de Sánchez, los personajes se hacen cada vez más caricaturescos, que sus posturas se tornan cada más extremas y vacías. Añadir que, a pesar de la redundancia, cuando hablan lo que dicen son palabras sin más. Que su oratoria está compuesta por unidades inconexas, ubicadas en la ecuación sólo para generar una reacción. Que son palabras que no dicen nada. Palabras fácilmente contradichas después, sin coherencia con esa puesta en escena anterior (ver: Fortuño, Gasoducto).

Imaginar que existe un guión, un texto que dicta el movimiento. Imaginar que podemos accederlo, que podemos descifrar finalmente qué mueve a esta gente. Ver cómo se llega hasta ese punto de quiebre, en el que se pierde la continuidad y se erige la pared que separa al público que somos de los políticos, en el que de las palabras sólo queda su sonido.

No obstante, desafortunadamente, advertir, como lo hace Luis Rafael Sánchez a quien monte su obra, que “de ninguna manera, bajo ningún pretexto de experimentación, distanciamiento o muestra de originalidad, deberán dichas acotaciones ofrecerse al público. Son, pese a su apariencia, un código de señales para que la palabra y el gesto proyecten la plenitud de los contenidos que se le han asignado, para que la atmósfera específica que el autor imaginó mientras construía su pieza teatral se realice”. Porque él sabe que para que haya teatro, es necesaria la audiencia. Lo saben los actores, los directores; lo saben los técnicos y los músicos. Lo sabe la audiencia.

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