sábado, enero 28, 2012

dice carlos esteban cana sobre palacio


En las letras, desde Puerto Rico: Cezanne Cardona reflexiona acerca de Palacio,  primera novela de Sergio Carlos Gutiérrez.

por Carlos Esteban Cana

Conozco a Sergio Carlos Gutiérrez desde que era estudiante de escuela superior. Sucede que desde muy joven Gutiérrez supo que su vocación era la creación, por ese motivo me lo encontré como uno de los participantes de El barco de tinta china.  Con ese nombre había bautizado el poeta y narrador Amílcar Cintrón su taller de escritura, uno que estimulaba la creación literaria mediante la exploración de memorias, historias y la búsqueda de voz en los talleristas. Amílcar había invitado al cuentista Angelo Negrón y a este servidor para que compartiéramos breves impresiones sobre la experiencia de ser escritor. Los tres (Angelo, Amílcar y yo) nos habíamos convertidos en buenos amigos durante los años que desarrollamos la revista de creación alternativa Taller Literario durante los 90’s.

Recuerdo como si fuera hoy esa última sesión de El barco de tinta china cuando procedimos a escuchar lo escrito por los pupilos de Amílcar. Dos jóvenes destacaron sobre todos los demás: Ana Teresa Toro (que con el tiempo se ha convertido en una de las principales voces del periodismo cultural del País, ya sea en la radio o en prensa escrita; el trabajo creativo de esta narradora -quien también estuvo ligada al panorama teatral- le ha hecho merecedora de becas y premios nacionales e internacionales) y Sergio Carlos Gutiérrez. 

Fue curioso el gesto espontáneo y simultáneo que Angelo y yo tuvimos cuando escuchamos el cuento de Sergio Carlos. Uno que hablaba de diversos dioses instalados en el ambiente urbano. Literalmente nos quedamos con la boca abierta. Allí, sin lugar a dudas, había un excelente narrador, esa fue la impresión con la que nos despedimos y el tiempo no ha hecho más que confirmar aquella intuición.
Con el tiempo volví a tropezarme con Sergio Carlos. El libro En el vientre de una isla abre con su cuento Los hijos de Coalibey. Más adelante le solicité un cuento para el accidentado Taller Literario número 8 (número que íbamos a subir en línea pero que fue hurtado en el último momento). También lo leí en su propia bitácora en el ciberespacio. Y ya de forma esporádica me encontraba en los linderos laberínticos del circuito de librerías del casco urbano de Río Piedras. Esta vez él era uno de los integrantes de la flamante mesa editora de la revista Agentes Catalíticos (junto a Juanluis Ramos, Rubén Ramos y Samuel Medina –su fundador-), publicación que con el tiempo se convertiría en uno de los tres principales proyectos de vanguardia colectiva y literaria que tuvo la primera década del siglo XXI en las letras puertorriqueñas: El Sótano 00931, Derivas y AC. Aquí voy con mis metáforas musicales. Si los Beatles cerraban los 60’s y Led Zeppelin abrían los 70’s. El Sótano cerraba esa primera década con dos épocas, singular presencia mediática y una editorial, y Agentes Catalíticos se desplega en la que recién comienza con el paso firme que aún lleva su proyecto impreso, diverso y multi-mediático. 
 
Por todo lo anterior fue muy significativo asistir a la presentación de la primera novela de Sergio Gutiérrez Negrón, titulada Palacio. Una velada original que tuvo la marca registrada del tipo de eventos organizado por Agentes Catalíticos. La pantalla amplia con un collage de imágenes en el fondo, y al frente dos personalidades que instalan su nombre con paso seguro en el panorama literario. Me refiero a Cezanne Cardona, autor de la novela La velocidad de lo perdido, y Manolo Núñez Negrón creador de la colección de cuentos El oficio del vértigo.  

Sergio escuchó atentamente las reflexiones de Cezanne Cardona acerca de su novela. Después Él mismo leyó un fragmento de Palacio,  y finalizó la velada –que para mí tenía cierto aire de relevo generacional- con una amena conversación entre Gutiérrez y Manolo Núñez Negrón. Al día siguiente, si no me equivoco, escuché un poco más del proceso creativo en Palacio cuando Sergio fue entrevistado por Rafael Josué Vega para el programa Piedra, Papel y Tijera de Radio Universidad de Puerto Rico.

viernes, enero 27, 2012

comforter, un cuentito

Candler Park de mañanitas, otra vez.

H despierta y se endereza, sentándose en su cama. A su alrededor, todo está desperdigado en una serie de nubarrones de distintas variedades circulares y de colores chatos. Entre la espesa nubosidad una forma como de silla derretida, plateada. Inhala profundo y aguantando el pulmón expandido, estira su mano izquierda hacia la mesa de la noche. La palpa, con duda en la punta de sus dedos. Tumba un vaso de agua. Maldice. Retira la mano un segundo, la mueve un poco más hacia la izquierda, vuelve a palpar. Sienta la forma plástica que busca. La toma y la lleva a su rostro. Baja la cabeza, y acomoda los espejuelos de pasta por sobre sus ojos, pero mantiene estos cerrados, por unos segundos más. Lo hace con cuidado. Evitando los golpes. Recuerda lo que sucedió la noche (¿el mes?) anterior. Recuerda el estrépito con el que culminó todo, el azote que hizo que quedara en silencio, la angustia con la que se deslizó entre las sábanas perfectamente cuadradas con el comforter. Abre los ojos pero no ve nada. Los vuelve a cerrar y lleva el brazo izquierdo hacia detrás de su cabeza, en busca del cordón de la cortina, y lo tira, haciendo que todo explosione en una luminosidad obtusa. La habitación está deshecha; testamento de la más indómita y febril desilusión de la que puede sufrir un hombre que acaba de sobrevivir un accidente automovilístico que claudicó la vida de su hermana y su novio.
H no tiene frío, pero teme salirse de entre las sábanas. Lentamente, se quita la mano izquierda del rostro (la misma que tomó los espejuelos, la misma que tumbó el vaso de agua y aún sigue húmeda.) Mira por encima de su hombro por la ventana hacia afuera. Más allá de la escalera que cubre la vista, más allá de la explanada de asfalto que funge de estacionamiento para el complejo, y más allá de la verja, puede ver el parque, aun cubierto por una finísima capa de neblina. Mirándola la pequeña inclinación del terreno, hace descender su mano por entre las colchas, rozando su muslo, hasta que alcanza la rodilla aruñada y la detiene.

Continuar la exploración, lo sabe, significaría dar paso a la certeza de lo perdido. 

jueves, enero 26, 2012

el poema, la poesía, y el pulular


Candler Park hace como dos días, en la mañana.


Caminando a casa con dolor de cuello, me estaba preguntando hoy que cuál es la relación entre la poesía y el poema. Es una paja mental, y pensé que podía escribir algo más extenso luego, tras leer ciertas cosas que tengo pendiente, y que creo que tocan el tema. Pero de todos modos, cuando por fín llegué a casa seguí pensándolo y, por impaciente, decidí saltar al vacío en el blog, un ratito, como descanso de todas las tareas que tengo que hacer. Entonces, ¿cuál es la relación entre la poesía y el poema si entendemos la poesía como ese algo inasible, inaccesible, e irrepresentable? Ese algo que nos sobretoma, que nos sobra, y que nos sobrepasa, ¿puede el poema expresarla? El poema como producción cultural tiene data histórica: sus formas y contenidos son productos que han evolucionado por siglos, por lo cual cualquier poema, todo poema es parte de ese sistema literario. Ningún poema sale de esos parámetros, ningún poema es máquina soltera, en ese sentido.  El poema es producción, y, aún el poema más azaroso, el poema más repentino debe entenderse producción racional porque recurre al idioma, a esa otra maquinaria del pensamiento. Esto dicho, debe quedar algún rastro de la poesía en el poema, y quizás ese rastro sea lo único a lo que podemos acércanos: todo lo demás es tradición, propia o ajena; todo lo demás está social, cultural, e históricamente predeterminado.

El poema es aquello que dice algo distinto. Cuando decimos “esa pintura es un poema” nos referimos a esa cualidad esquiva que sabemos que carga el poema. No obstante, la poesía no es ese algo: dentro de nuestros sistemas de significación la poesía no es nada de lo que podemos nombrar (¿ah?). ¿Entonces? ¿Entonces, qué tanto de la poesía hay en el poema? Supongo que sólo su murmullo, sólo el eco de lo que fue la poesía. Y aún así ¿no es esto una visión bastante optimista? ¿Pensar que queda algo de aquella cosa que es la poesía? Si la poesía deja algo, deja algún rastro, debe operar de algún modo. Y si opera, produce. Porque toda operación es la producción de algo. No sé.

Pienso esto, y luego me incomodo porque esa concepción de la poesía es demasiado religiosa. Demasiado cristiana, demasiado mítica y recostada de la inspiración divina, de la irrupción de una experiencia mística. ¿No debería la experiencia mística trastocarnos y dejarnos incapaces de producir? Entiendo que sí. Entonces, lo que producimos después es el mero eco, la mera repetición ya perdida de aquello que no sabemos que fue pero que fue. Reemplacemos lo de místico con lo otro. No una experiencia mística, sino una experiencia otra.

La poesía en tanto inasible debe pertenecer a otro registro. No obstante, depositarla en un registro externo que nos da o golpea  de repente me parece equívoco. Otra vez, le rehúyo a la inspiración divina. Pero, entonces, si la poesía nos surge de adentro debe provenir de algún lugar dentro de nuestra biología, como el pensamiento mismo. ¿Será que la poesía, ese golpe que nos conmueve, nos trastoca y nos deja en ese lelo tras el cual producimos el poema no es más que la accidentada aumentación, o disminución de algún químico en ese adentro que en los campos culturales ignoramos? ¿Ese adentro que no es un vacío, sino algo que está bastante lleno de cosas pegajosas y órgaons?  ¿Podemos pensar la poesía como la repentina conjugación de ciertas sustancias en nuestro cerebro? ¿Por qué no? ¿Por qué mantenerla en la pura abstracción y no insertarla a la abstracción de nuestra propia biología? Si es así, si ese ímpetu se trata de un cortocircuito neuronal, ¿cambia algo? Ese cortocircuito sería la poesía y de él sólo quedaría el trazo en el poema. ¿Qué causa este cortocircuito? ¿Qué está adentro de los electrones y neutrones que estallan uno en contra del otro? Por más que busquemos, adentro, y adentro, y cada vez más adentro, a lo que llegamos, al fin y al cabo, siguiendo esta línea de pensamiento es a la poesía como algo que nos pasa, como evento o acontecimiento, y aún entonces no llegamos a nada. Estamos donde comenzamos. ¿Cuál es la relación de la poesía con el poema?

No sé, y pensarlo me cansa. Puede que no sea tan complicado. Puede que sea algo que hacemos y en lo que insistimos. Puede que se trate de otro mito, que no haya tal cosa como la Poesía y todo sea poema. Esto estaría bien también. No apuesto nada. Pero si es así, ¿cómo desmitificar si no seguir ahondándonos en él hasta dar con una pared? ¿No sería esta pared, entonces, la poesía? ¿Haríamos de esta pared, consecuentemente, el secreto milagroso? Responder la pregunta sería conseguirme otro hobby, así que por ahora la dejo ahí, porque mañana tengo que caminar a la uni nuevamente.

domingo, enero 22, 2012

multiuniversidad, una columna


Esta columna saldrá publicada este miércoles, 25 de enero del 2011 en la sección de Buscapié de El Nuevo Día.
---
Multiuniversidad
Entre las páginas del recién publicado y científico informe de reorganización de la UPR, se relata la terrible y brevísima relación de la destrucción de las universidades (utilizando un avanzado vocabulario de post-estos y pluri-cuestiones, y multi-etcéteras). Asunto peligroso, nos avisan inmediatamente, y nos apuntan a las coordenadas del axis del terror: “ideologías de izquierda” y “filosofía postmodernista”. Estos males hace mucho infiltraron nuestras universidades, pero nos informan que también, ¡oh dios!, han estado presente hasta en la universidad estadounidense.
El Comité explicará el aterrador origen del tumor a extirpar. Penosamente se nos relata que estas posiciones surgieron en el Norte como respuesta “a la lucha por los derechos civiles, así como la impopular guerra de Vietnam” y, como consecuencia, causaron “inestabilidad” en la gobernanza de nuestra gran y admirable multiuniversidad americana.
Estos funestos orígenes también dieron pie a esa terrible ‘filosofía’ premarital y multitransversal que ha tocado las trans-partes del hiper-profesorado: el postmoderismo. Suena terrible, como una sopa de alpargatas con comino. El comité nos explicará que éste es una pésima corriente que rechaza “la metodología científica moderna, a la verdad objetiva”, que considera que “la ciencia es un mito”, y también peca de ser “una posición de escepticismo ante todo”. ¡Anti-ciencia!
No quiero sonar postalgo, pues lo primero que hago en las mañanas es realizar una pregunta antes de investigar mis alrededores y formular una hipótesis acerca de mi higiene, pero voy a detener el chistecito e ir al punchline en el próximo párrafo.
Si construyes un documento en el que la falta de gobernabilidad es deplorable, y que todo aquello que crea inestabilidad debe ser eliminado y descartado, y luego propones que la lucha de derechos civiles y las protestas contra una guerra accidentada han sido históricamente factores de esta inestabilidad, y, por lo tanto, son indeseables, ¿qué estás diciendo? ¿Que el mundo y la universidad serían mejores si estas causas hubiesen sido evitadas? ¿Que el pensamiento crítico tiene que ponerse en hiato en pos de la gobernabilidad? ¿No es uno de los pilares del método científico el hecho de que toda proposición científica puede ser refutada?
No quiero crear problemas pero, ¿será que el Comité no cree en la Ciencia?

viernes, enero 06, 2012

elefantes

A veces los elefantes me parecen demasiado alborotosos, sus pasos pierden la gracia que les cantan, sus colmillos se vuelven como navajas, o uñas limadas con celo y malas ganas pa' cortar.


–Los cementerios de elefantes no existen –me dijo alguien, alguna vez.

martes, enero 03, 2012

dobles arrebatados y flor de ciruelo y el viento


Hace mucho frío y como no tenía más nada que hacer, ni ganas de salir a hacer ejercicios para perder las libras adquiridas tras semanas intensamente familiares, me senté a terminar de leer la novela de Rafah Acevedo, Flor de Ciruelo y el Viento, que me trajo mi hermanita cuando vino a visitarme, disfrazada de regalo sorpresa, a pesar de que yo le había ya hecho el pedido. Pues, sí, después de un plato de arroz con habichuelas, y un café, y todavía con frío, y la novia ocupada en sus cuestiones coloniales, la terminé. Quise escribir una reseña, pero en realidad me parece que la de Rubén Ríos Ávila, “Humor de amor perdido” le da a los principales clavos y a algunos más. Cuando la cerré me acordé que éste, en su reseña, recuerda una anécdota de Beatriz Sarlo en la que se contraponen Borges y Arlt, como una pareja de contrarios (aunque para mí son más como dos caras de dos pesetas distintas que de casualidad comparten un mismo bolsillo apretado en un mahón gastado), y recurre a mezclarlas, confundirlas, para así describir al narrador de la novela. Esta imagen me parece capturar la esencia del libro, que al fin es un libro de dobles arrebatados­ (Reloj y Li Yu, el Emperador Young y el General de los Comedores de Peces, la lectura china y la lectura tropical y la lectura china tropical, etcétera, etcétera, y etcétera). Digo arrebatados tanto en su sentido diccionarístico (precipitado, impetuoso, inconsiderado, violento, ruborizado), como en su sentido mafutero, porque a veces me reía, o porque a veces detenía la lectura y pronunciaba algo que aparentaba ser chino para descubrirme diciendo coca cola, o mofongo; y porque a veces me encontraba haciendo la lectura exoticista, sintiendo que me leía alguna leyenda china, como salida de Dynasty Warriors, hasta que un footnote me recordaba alguna zanganería que el personaje editor piensa necesaria, o, que, de hecho, es supremamente necesaria. Vale la pena hacer la lectura, tan vertiginosa como la primera de Rafah, Exquisito Cadaver. Entonces, a modo de pasabocas, la cita de Rubén:
El narrador idiota de Acevedo es, siguiendo esta observación de Sarlo, como un Borges que despierta por la mañana convertido en Roberto Arlt, pero que, en vez de preocuparse por su metamorfosis, como la madre, el padre y la hermana de Gregorio Samsa, que no lo dejan tranquilo, se da a la tarea minuciosa de ocupar su nueva identidad, tratando, con los pocos recursos que su recién empobrecido vocabulario le permite, de seguir siendo uno de los escritores más cultos del mundo conocido. En este alucinado cruce de identidades literarias, el narrador erudito ha perdido la capacidad del control analógico y  confunde la gimnasia con la magnesia. La escritura ideográfica de los caracteres chinos se convierte para Acevedo en una metáfora, en un  espejo donde todo es capaz de reflejarse. Es difícil distinguir dónde empieza la filología y dónde termina la charlatanería en esta sarta interminable de foot notes, de notas literalmente al pie, podría incluso decirse, postradas, ante el poder de la letra.

Acevedo transita la fina y delicada cuerda del humor, sin redes. Para burlarse de la erudición hay que ser erudito. Para no tomarse la literatura en serio hay que haber leído como un demente. Y para escribir sobre la melancolía de la desmemoria hay que tener una memoria de elefante.