miércoles, junio 25, 2014

los vagos, una columna

Esta columna salió publicada en el miércoles, 25 de junio del 2014 en El Nuevo Día.

Arrabal Placita de Caguas, 1952

Corría la primavera del 1828 y, en una movida que había tenido y tendría múltiples iteraciones, el congreso mexicano pasó una legislación que formó un tribunal especial para combatir lo que, a su parecer, era el mal que tenía al joven país amarrado a la crisis económica: la vagancia.
Concepto harto acogedor, vagancia implicaba a mendigos y rateros; a obreros  hallados fuera de talleres en pleno día laboral, a desempleados, a desocupados de desconocido abolengo, y a cualquiera que, a ojos recatados, no pareciera gente decente.
El Tribunal de Vagos fracasó en pocos meses, pero no fue una huérfana paja mental. Era parte de una camarilla de pajaritos preñados que constituía la imagen de una nación futura y desarrollada. Para ese México a venir, decían, la promesa del progreso necesitaba tanto la pacificación del territorio, como la implantación del espíritu de emprendimiento, la moral, ética, y el amor del y por el trabajo que juraban era el motor primordial y único del desarrollo y las riquezas de sus vecinos anglosajones.
Los defensores del Tribunal insistían, en palabras desquiciadas similares a las expresadas por algún ex-presidente universitario recientemente, que el problema no era sólo el fallo estructural, sino que el problema también era la gente y sus actitudes. Los legisladores (como el ex-presidente) argüían que la crisis no se evadiría mientras el pueblo permaneciese enajenado, existiendo del día a día, sin trabajar o esforzarse.
Claro, estaban profundamente conscientes de que el país estaba sitiado por guerras, que el desempleo cundía, que la estructura misma imposibilitaba la mejora inmediata. Pero, como vemos (aun hoy), cuando las cosas se pintan complejas, siempre es más fácil evitar el pensamiento crítico, proceder a culpar a aquellos más afectados por las crisis. Culparlos por las dificultades que padecen, claro, pero también por las del resto del país. Después de todo, el moralismo y el voluntarismo del acomodado son, y han sido siempre, tremendas malas mañas.


viernes, junio 20, 2014

Angst, Wéilsong, y otros nombres para Rubén Ramos: reseña de "Angst" y "Wéilsong".

Arte de Cristian Guzmán Cardona, quien ilustra 'Wéilsong'.
Angst, Wéilsong, y otros nombres para Rubén Ramos: reseña de "Angst" y "Wéilsong".
Hoy en las noticias, Crítica de Libros, Radio Universidad de Puerto Rico (2 de junio del 2014)
Sergio Gutiérrez Negrón

Desde su primer poemario titulado Angst, hasta su obra más reciente Wéilsong, Rubén Ramos se ha caracterizado por ser un poeta de los tonos grises. Junto a otros poetas de la pasada década, como Mara Pastor, Nicole Cecilia Delgado y Xavier Valcárcel, Ramos ha apostado por esculcar muy de cerca los tiempos en los que vivimos, adentrándose y explorando la vida después de las utopías, sin por ello rendirse a los trillados ámbitos del pesimismo o al traspié de la nostalgia.

Su primer libro, que lleva como titulo la palabra alemana para la angustia, "Angst", es un libro sobre el juego en una época de ruinas. Sobre un juego de "escondite" en el que el niño que se esconde no se ha dado cuenta que ya nadie lo busca, o que se escondió tan bien que se ha perdido. Los 113 poemas que lo componen son breves cantos de una alegría agridulce, de una persona que decide continuar a pesar de las circunstancias. En uno de sus poemas más emblemáticos, Ramos escribe, en forma de sentencia: “Huir no libera cuando naces donde no hay jaulas / Visitar el zoológico con empatía no me hace bestia / Me gusta ladrar, como el perro que persiguiendo gatos insiste hasta donde permite su cadena”. En este sentido, la poética de Ramos niega la celebración optimista, pero del mismo modo niega hallar en estas épocas de carencia y austeridad el fracaso. La táctica de Ramos es distinta: ocupa las ruinas de las promesas rotas, e insiste en hallar allí su solaz, no para construir sobre ellas, sino para enunciar desde su regazo.

Esta es la táctica que vemos en su más reciente libro, que lleva como título la misteriosa palabra "Wéilsong", publicado con esmero por Atarraya Cartonera, y disponible, al igual que el anterior, en las librerías del país.

Ante la pregunta de ¿qué es Wéilsong?, podemos responder: un nombre. Pero, ante la pregunta de ¿qué nombra? La respuesta se hace más difícil. Como un Altazor puertorriqueño, Wéilsong es el nombre de lo posible, una palabra que, como ese poema de César Vallejo, da paso a su propio mito. A diferencia del Altazor, sin embargo, que se descompone mientras progresa el poema, Wéilsong no va en picada. Todo lo contrario. La palabra que le da nombre a este extenso poema  es siempre ascendente. Es decir, Wéilsong al fin y al cabo nombra una figura muy para esta época, una figura que lleva un paso más allá la apuesta que el poeta comenzó en "Angst". Para Rubén Ramos, Wéilsong es el nombre de la posibilidad de lluvia en un mundo en sequía. O, dicho de distinto modo, Wéilsong es también otro nombre para la esperanza.

Para Hoy en las Noticias, en Crítica de Libros, Sergio Gutiérrez Negrón

miércoles, junio 18, 2014

el animal desempleado, dixit Agamben

The human is the animal that has no job: it has no given biological task, no clearly prescribed function, dixit Agamben, en la entrevista Thought is the courage if hopelessness, parafraseando esa idea del animal sabático que tanto me gusta, y que he comentado por aquí y allá antes

viernes, junio 13, 2014

jorge portilla y la esperanza tecnofuturista

Entre paréntesis: esta universalidad de la ciencia y la técnica es, por decirlo así, tan poderosa, contribuye tan fuertemente al advenimiento de la unidad de la humanidad, que escapa a la garra de la guerra fría. Esto es de una importancia superlativa. El único terreno de competencia humana, de competencia civilizada, no bélica, entre el bloque socialista y el capitalista es el terreno de la ciencia y de la técnica. En el que ambos contendientes no tienen más remedio que quitarse el sombrero, hacer un gesto cortés, humano, civilizado, ante los triunfos del otro, escribió Jorge Portilla en octubre del sesenta y dos. 

martes, junio 10, 2014

el problema es el pacto, dice sada


En general no me gusta hacer frases redondas. Quiero que quede un sesgo de duda o de sospecha. Es una técnica que descubrí al leer la literatura del siglo XVI, luego la picaresca española, los romances. No completar, dejar deliberadamente trunca la frase; por eso uso tan seguido los dos puntos. Es una figura retórica que se llama aposiopesis. No es muy usada porque se demanda comprensión: sujeto, verbo y complemento. Hay mucha conciencia en lo que escribo. A veces los lectores se complican, pero quien acepta mis convenciones se va de corrido. El problema es hacer ese pacto.
dijo Sada en una entrevista