lunes, diciembre 30, 2013

historias, una columna

Esta columna fue publicada en el lunes, 30 de diciembre del 2013 en El nuevo día.
El desierto Kalahari
Historias

¿Por qué ahora la palabra historia? El día es claro y se me ocurre que hasta hace poco la palabra fue sinónimo de esa otra con H que le dio nombre a mi abuela y que, por los veintiséis años en los que coincidimos, se circunscribió a la intrusión de algún recuerdo en alguna navidad en la que las primeras décadas del siglo anterior irrumpieron cifradas en la rememoración de, por ejemplo, aquel golpe de agua de nombre San Cipriano y la terrible cotidianidad de la muerte de un hermano menor ahogado.


Pero entonces, con mi abuela, el año pasado murió el siglo veinte, y, de pronto, la palabra ha surgido, acá, tan lejos y con tanto frío, inexplicablemente haciéndole eco a un Palés apenas recordado.


Hace unos días estuve con mis padres, y mientras manejábamos de Atlanta a Ohio, surgió nuevamente (¡historia! ¡historia! ¡historia!), escondida como un insecto en el dorso de nuestra conversación, al margen de las fechas y los datos. Y, de repente, la palabra se revistió de anécdotas—de los años de una infancia paternal, de la reminiscencia de aquella guerra civil que estalló en plena calle de una isla vecina, y de tres hermanos que por la duración de la misma simplemente continuaron, sin supervisión, de vez en vez interrumpidos por el zumbido trenzado del disparo. O, por ejemplo, la simple constatación maternal de la supuesta política con mayúscula en unos zapatos dados por la PRERA que poco tuvo que ver con la celebración política de equis o ye prócer, y más con la mera supervivencia de una familia pobre en las ruralías cagüeñas.


Esta mañana, mientras miraba a esos dos, mis padres, desaparecerse en el diminuto aeropuerto regional, me sorprendí por lo poco que conocía de una historia que con cada año viejo se hacía más difícil de aprehender. A pesar de llevar meses hundido en libros, aun allí me descubría faltante de las herramientas para poder entender nuestra experiencia histórica. Entonces, por el más mínimo segundo, juré ver a la palabra titular (¡historia! ¡historia! ¡historia!) comenzar a multiplicarse nuevamente, a hacerse sinónima de esa onomástica del cariño que fue, es, y será el Carlos y María.



miércoles, diciembre 25, 2013

¿por qué ahora la palabra kalahari?, pregunta palés matos

Luis Palés Matos garabatea algo.
Kalahari

¿Por qué ahora la palabra Kalahari?

El día es hermoso y claro. En la luz bailotean
con ágil gracia, seres luminosos y alegres:
el pájaro, la brizna de hierba, las cantáridas,
y las moscas que en el vuelo redondo y embriagado
rebotan contra el limpio cristal de mi ventana.
A veces una nube blanca lo llena todo
con su mole rolliza, hinchada, bombonosa,
y en despliegue adiposo de infladura
es como un imponente pavo real del cielo.

¿Por qué ahora la palabra Kalahari?
Anoche estuve de francachela con los amigos,
y derivamos hacia un lupanar absurdo
allá por el sombrío distrito de los muelles…
El agua tenebrosa ponía un vaho crudo
de marisco, y el viento ondulaba premioso
a través de los tufos peculiares del puerto.
En el burdel reían estrepitosamente
las  mujeres de bocas pintadas… Sin embargo,
una, inmóvil, callaba; callaba sonreída,
y se dejaba hacer sonreída y callada.
Estaba ebria. Las cosas sucedían distantes.
Recuerdo que alguien dijo—Carmella, un trago,
                                                            un trago.
¿Por qué ahora la palabra Kalahari?

Esta mañana, hojeando un magazín de cromos,
ante un perrillo de aguas con cinta roja al cuello,
estuve largo tiempo observando, observando…
No sé por qué mi pensamiento a la deriva
fondeó en una bahía de claros cocoteros,
con monos, centenares de monos que trenzaban
una desordenada cadena de cabriolas.

¿Por qué ahora la palabra Kalahari?

Ha surgido de pronto, inexplicablemente…
¡Kalahari! ¡Kalahari! ¡Kalahari!
¿De dónde habrá surgido esta palabra
escondida como un insecto en mi memoria;
picada como una mariposa diseca
en la caja de coleópteros de mi memoria,
y ahora viva, insistiendo, revoloteando ciega,
contra la luz ofuscadora del recuerdo?
¡Kalahari! ¡Kalahari! ¡Kalahari!


¿Por qué ahora la palabra Kalahari?

lunes, diciembre 16, 2013

el truco del alejamiento estético, dixit redfield


Aesthetics, then, is always in principle and at the end of the day a political discourse. Yet its political dimension can, of course, be rendered thicker and more devious if, like the cultural critics on the other side of the aisle, one discovers political significance in the detour of disinterestedness itself. The aesthetic’s (temporary) retreat from the heat and dust of “the political, social, humanitarian sphere” may be understood as itself a ruse, a pursuit of politics by other means, or so says Marc Redfield in The Politics of Aesthetics: Nationalism, Gender, Romanticism (2003).

miércoles, diciembre 04, 2013

malinterpretar a la gente, dice Phillip Roth

Phillip Roth picoteado en MSPaint a las siete de la mañana.

You fight your superficiality, your shallowness, so as to try to come at people without unreal expectations, without an overload of bias or hope or arrogance, as untanklike as you can be, sans cannon and machine guns and steel plating half a foot thick; you come at them unmenacingly on your own ten toes instead of tearing up the turf with your caterpillar treads, take them on with an open mind, as equals, man to man, as we used to say, and yet you never fail to get them wrong. You might as well have the brain of a tank. You get them wrong before you meet them, while you’re anticipating meeting them; you get them wrong while you’re with them; and then you go home to tell somebody else about the meeting and you get them all wrong again. Since the same generally goes for them with you, the whole thing is really a dazzling illusion empty of all perception, an astonishing farce of misperception. And yet what are we to do about this terribly significant business of other people, which gets bled of the significance we think it has and takes on instead a significance that is ludicrous, so ill-equipped are we all to envision one another’s interior workings and invisible aims? Is everyone to go off and lock the door and sit secluded like the lonely writers do, in a soundproof cell, summoning people out of words and then proposing that these word people are closer to the real thing than the real people that we mangle with your ignorance every day? The fact remains that getting people right is not what living is all about anyway. It’s getting them wrong that is living, getting them wrong and wrong and wrong and then, on careful reconsideration, getting them wrong again. That’s how we know we’re alive: we’re wrong. Maybe the best thing would be to forget being right or wrong about people and just go along for the ride. But if you can do that–well, lucky youescribió Phillip Roth, en American Pastoral.

miércoles, noviembre 27, 2013

materia, una columna

Esta columna fue publicada en el miércoles, 27 de noviembre del 2013 en El nuevo día.


En la escuela no decías mucho. Las más de las veces llegabas a casa pensando que la piel no daba para tanto y que en cualquier momento estallarías. Pero alguien, por suerte, se te acercaba y te aplacaba, informándote a modo de refrán que las palabras se las llevaba el viento. La promesa te era suficiente por esos días. Llegaste a pensar que el problema para ti no era el articular, sino todo lo que venía con el decir.

En la escuela, a veces y en contra de tu voluntad, te atreviste a hacerlo. Llegaste a ofender, confesar, recriminar. Recuerdas aun el miedo, el pecho apretado, las manos sudadas y la terrible vulnerabilidad de tirarte al medio. Nunca quisiste pelear, porque siempre supiste que perderías. Sin embargo, en ocasiones, te desplegaste sabiendo que hablar implicaba la posibilidad de la reacción física, la densa materia del bofetón.

Entonces, ante la ascensión de las redes sociales y los mensajes de texto y la distancia y los teléfonos, te dijiste que ya estaba todo solucionado. De cierto modo fue cierto, y las manos te dejaron de sudar y peleaste mejor, recriminaste mejor y confesaste mejor. Años después, más cerca de antier, frente a la computadora y la eterna archivística de Facebook, comenzaste a pensar que quizás estabas mal y que nunca te avisaron que la palabra que se llevaba el viento era palabra circunstancial.

Aun no lo jurarías, porque nunca has estado en la banca de la oralidad, ni mucho menos de las sentencias, y porque eres parcial a las errancias de la literatura, pero comienzas a considerar que la gran violencia de la sociabilidad virtual puede ser que ha dado paso a un mundo más cartesiano que nunca. Temes que por breves momentos has olvidado el hecho de que eres cáscara, músculo y grasa; y que las palabras no son sólo sintaxis y sílaba e idea. De golpe te dices que también son lengua, labios, mandíbula, dedos, y muñeca. Será, sigues, que quizás lo que extrañas en las redes es el recordatorio de la apacible ternura de la piel, de lo insondable del pecho apretado, de una palabra inseparable de las manos sudadas.

martes, noviembre 26, 2013

el kitsch y la caca, decía kundera

 kitsch is the absolute denial of the existence of shit, dijo Milán Kundera en una entrevista en el Paris Review

domingo, noviembre 24, 2013

la novela no acerta nada, decía kundera

Milan Kundera decía muchas cosas, entre ellas muchas tonterías, pero también decía que en el territorio de la novela no se acerta nada porque es dominio del juego y la hipótesis, y por que la reflección novelística no puede evitar por más que lo trate ese matiz hipotético. 

y si el escritor fuese oficinista, avisa Kobo Abe

Kobo Abe, como oficinista
If a writer were to speak of his writing like office work, for example, he would no doubt cause great disappointment among his listeners. What appears writerlike consists simply in the writer reducing as much as possible the distance between his work and personal life, and also in his taking whatever drastic steps possible to ensure that the substance of his persona llife functions as a proxy in resolving the troubles in the lives of his readers. (Ito Sei regards such a writer as an escaped slave, but this escape itself would be a drastic act for most people.) Virtually no distinction is made between the putatively writerlike and the value of the work. In fact, I suspect that most so-called literary youths feel less passion for creating works than they do for those efforts required to become putatively writerlike, escribió Kobo Abe en 1954, en un ensayo titulado "Teoría y práctica en la literatura", recién recopilado en su traducción anglófona en el libro The Frontier Within: Essays by Kobo Abe, publicado por Columbia University Press este año de nuestro sazón 2013. Lo que le molestaba a Abe, o lo que glosaba, era la tendencia de entender las actividades del autor--la vida--, en el Japón antes de la guerra, como un tipo de práctica moral, una protesta personal al mundo cotidiano, de modo a que la literatura era inseparable de ese misticismo romántico. El ensayo, más que nada, figura como una queja ante la actitud de ciertos escritores y cierto tipo de crítico--el reseñista del periódico--, que se limitaba simplemente al comentario, a recibir la literatura como producto y proceder a valorarla en tanto mercancía. Ahí, en esa intersección entre la institución literaria y la maquinaria comercial, jamás habría espacio para el pensamiento teórico; para la literatura como punto de partida de la especulación.  

sábado, noviembre 23, 2013

Viernes, aunque eso no sea un título sino un día

Esta foto no tiene que ver nada con nada.
Ya va mucho tiempo desde los días en los que los blogs eran otra cosa. No piensas mucho en ello, por supuesto, aunque sigues sintiéndote como si no mucho hubiese cambiado. Aquello era un mundo, te dices. En aquel momento no usabas la segunda persona y preferías esa otra e iniciática, apta para los guardianes de los centenos, y cualquier adolescente medrando en las sobras del día. Pero el tiempo pasa, guey, te diría algún mexicano, o quizás tipo, o quizás carnal, o quizás mano, dependiendo en el momento en el que intentes posicionarte. Ya va tiempo de la autoficción que reinaba en aquellos días, del gesto autobiográfico, aunque no lograste  nunca saber a qué se refería aquel escritor peruano que dio el taller en la universidad, y que sólo era reconocido por un blog de farándula y una novela en la que hablaba de la oreja de un can y que, a pesar de haberte gustado, olvidaste muy pronto hasta este momento, en el que recuerdas algo sobre dos personajes en una litera y el frío y el sorroche, como diría tu novia, que es la mía. 

En aquella breve y fugaz época del blog uno nunca pensaba en ser escritor sino más que nada en escribir y comentar y escribir un poco más. Ahora te das cuenta que nunca dejaste de ser bloguero y que nunca lograste poder comenzar a sentirte escritor precisamente porque no lograste entender la diferencia entre la virtualidad de esta página electrónica y la de la página impresa que te decían circulaba en la isla. Quizás, ahora, te dices que es para lo mejor, auqnue estés traduciendo esa expresión en inglés de it's for the better, porque sientes que no logras entender ninguno de esos discursos sobre la ida o la venida, aunque siempre que dices venida quieres hacer un chiste al respecto. 

No te importa mucho, y mucho menos ahora, porque estás borracho y pasaste las últimas dos horas de tu viernes viendo una de las adaptaciones de los libros de Charles Dickens hechas por la BBC. A pesar de que acabas de terminar de verla no recuerdas mucho el título, aunque sabes que era una adaptación de la obra inconclusa de Dickens y que el guionista había tomado todas las decisiones equivocadas al completarla. Aun viéndola sabías qué cosa iba en qué lugar y qué cosa no iba, y te decías qué maravilla es la novela, ese monstruo tan asquerosamente imperfecto y qué maravilla son los guionistas, esos artistas para siempre limitados a la presión del financiador--es eso una palabra, te dices. 

Te meses de alante para atrás con los ojos cerrados y esperas que no cometas errores ortográfico pero me da una pena decirte, Sergito de mi vida, que siempre habrá uno aquí y uno allá, o veintidos como en la primera edición de tu novela, según te informó tu madre que gusta de contar los errores ortográficos. ¿Es eso último verdad o es pura mentira o es producto de esas cervezas 10% alcohol por volumen que te compraste para celebrar que le dedicaste un día entero a la tesis--siete horas y media según el reloj que parabas cada vez que te interrumpías--, luego de convencerte dos días antes que no había razón alguna de sentir ansiedad ante la misma porque justo siempre estás escribiendo y qué es la tesis sino una novela, una novela que intenta contarse a sí misma a través de un formato tan limitado como el soneto? Una vez, en la universidad, en el departamento de inglés, fuiste a la presentación de un libro de un profesor de quien no recuerdas nombre aunque sí recuerdas que escribió una novela en sonetos y que ese otro escritor, el de los vicios de construcción la tradujo o por lo menos leyó la traducción, y tambien recuerdas que fuiste con tu compinche en aquel momento en el que la literatura no era más que la amistad que ustedes dos tenían y sus ganas de decir cosas que sonaran distintas a los libros que conseguían por buenas o malas mañas.

Y ya, escribes eso y escribes esto, y te vas quedando sin nada más que decir, porque tienes sueño, y el sueño es importante al escribir porque no hay nada más importante para constatar la purísima idiotez de la literatura que esas pulsiones que vienen del cuerpo y te obligan a terminar sin explicación. 
Habrán días en los que deberíamos llamar la noche por otro nombre. Dickens, por ejemplo.

lunes, noviembre 04, 2013

solve for W (o, Problem), un cuento de Lydia Davis

Lydia Davis. Foto original de Don J. Ulsner. Rayitas, mías.

Problem (1986), by Lydia Davis


X is with Y, but living on money from Z. Y himself supports W, who lives with her child by V. V wants to move to Chicago but his child lives with W in New York. W cannot move because she is having a relationship with U, whose child also lives in New York, though with its mother, T. T takes money from U, W takes money from Y for herself and from V for their child and X takes money from Z. X and Y have no children together. V sees his child rarely but provides for it. Y lives with W’s child and does not provide for it. 

viernes, noviembre 01, 2013

Greene, o, ¿Por qué una literatura en vez de muchas?, un ensayo

Este ensayo fue originalmente publicado en la revista Cruce el mes pasado y es parte de un proyecto que vengo desarrollando en el que intento pensar la literatura, más como persna que escribe novelas que como académico, a partir de un concepto de la humildad que busca ser, de cierto modo, post-estético. Es decir, lo que quiero hacer es rebasar todos esos clichés acerca de la experiencia literaria--tanto como escritor y como lector--que tanto me aburren, especialmente cosas relacionadas a los poetas malditos, a la inspiración, etcétera. El proyecto es un tanteo, y no tanto una estética. Así que de ensayo a ensayo voy y seguiré afinando conceptos e ideas que comencé a exponer en el primero de los ensayos, La necesaria severidad de la tierra: literatura y especulación

Greene, o, ¿Por qué una literatura en vez de muchas?

Este ensayo es parte de un proyecto en ciernes titulado "Literatura y humildad"

1. ¿Por qué una literatura en vez de muchas? La pregunta de por sí es una trampa. En primer lugar, porque cierta multiplicidad de la literatura se da por sentada. En segundo lugar, porque calco la pregunta de aquel filósofo francés, Jean-Luc Nancy, que se preguntaba por qué había muchos artes en vez de uno. Es algo capciosa, además, porque cuando me la estuve formulando en estos días, aislaba al elemento literario de las institucionalidades que lo enmarcan y lo constituyen, y fuera de las cuales no existe.[1] Antes de continuar a especular una respuesta, mejor ciñámonos a lo específico: ¿por qué una Estética Literaria, con mayúsculas, en vez de muchas? ¿Por qué a pesar de la multiplicidad de estilísticas, teorías, aproximaciones, y Duchamp, los escritores, al hablar de la literatura en general o de su propia obra, se hallan inevitablemente devueltos a esa unicidad estética, a ese canon cifrado de unidades históricas tales como creación, autenticidad, originalidad, inspiración, expresión, etcétera? Es decir, aun más privativamente, mi pregunta está anclada en el discurso literario enunciado por novelistas, poetas, cuentistas y lectores. Y, más que eso, parte del prejuicio (como todos, moralista) de que todos y cada uno de estos personajes deben, en algún momento u otro, cuestionarse el porqué de las herramientas que utiliza (¿por qué los destornilladores vienen mayormente en estría y paleta?, por ejemplo).

2.  Si emprendiésemos una tarea borgiana, como esa de escribir una historia universal de la literatura en la que las opiniones de los escritores importase, el escritor británico Graham Greene sobresaldría como un dedo malherido. Escribo ‘un dedo malherido’, no sólo debido a mi afán por los anglicismos, sino porque el de Greene es uno de esos extraños casos en los que un solo autor intentó ser productor de dos literaturas distintas, y terminó pillándose el dedo entre la puerta y el marco. Greene intentó pilotear la pregunta que abre este ensayo apropiándose de los prejuicios implícitos en la Estética Literaria. Al sentarse a escribir, Greene decidía, antes que nada, si trabajaría un novel o un entertainment. De entrada es posible ver lo que conllevan tal dispersión. Para Greene, la primera de estas apuntaba hacia una literatura que él consideraba seria, lo cual no excluía la comedia, y tiraba hacia el escudriñamiento profundo, hacia la exploración honda. La segunda miraba hacia una literatura que para él era precisamente lo que nombra, un entretenimiento: algo que lo tenía mientras se daba el momento de la cáustica expresión de sus novelas serias, breves divertimientos y entremeses llenos de espías y suspense. Ejemplos de la primera lo serían The Power and the Glory, End of the Affair, y The Heart of the Matter. De la segunda, The Third Man, Our Man in Havana y The Quiet American.[2]
A la larga, sin embargo, a pesar de la seguridad de expresión que caracterizó al señor Greene en entrevistas, las dos literaturas comenzaron a confundirse. Temas que tocó en sus entretenimientos, tales como The Ministry of Fear, se filtraron a The Heart of the Matter, y, de ahí en adelante, la división fue, poco a poco, perdiendo importancia para todo el mundo. Excepto para Greene mismo. Extrapolémoslo y digamos que, para él, no era meramente cuestión de temas y estilo. No era que las novelas valiesen más que los entretenimientos, sino que sólo las primeras importaban. Sólo las primeras eran arte. La diferenciación se trató siempre de una distinción en el accionar, de una discrepancia en el proceder. Sus novelas serias exploraban y hurgaban en todas las inseguridades de su mundo, en su catolicismo, y, desde ahí, develaban y expresaban el secreto: eran novelas estéticas, las segundas eran otra cosa.
Eventualmente, Greene se rindió, y accedió a que en la re-edición de los veintidós volúmenes de sus obras, entre 1970 y 1982, se eliminase la diferenciación. La crítica había comenzado a utilizar las dos categorías contra las obras mismas. Equis obra, identificada como novela, decían, parecía más a uno de los entretenimientos, puesto que era cómica, o era liviana. Ye obra, por el otro lado, era demasiado seria, demasiado filosófica para ser considerada como entretenimiento, y así por el estilo. La crítica pudo haber tenido razón: tal vez el contenido de las obras dejó de diferenciarse lo suficientemente como para ser consideradas objetos distintos. Tal vez las categorías eran superfluas. El público leía las obras de Greene como literatura, ¿no significaba eso que lo eran? Greene, podríamos entender, terminó dándoles las razón.
Aquí es donde meto la cuchara, ¿Y qué si no? ¿Y qué si el contenido no tiene tanto que ver? ¿Y qué si las novelas se diferenciaran de los entretenimientos profundamente? ¿Y qué si la diferencia de forma, de proceder, los presentasen como objetos totalmente distintos? Esto no lo digo a modo de hipótesis que pasará luego a ser confirmada por un estudio empírico de las obras de Greene. Eso no me interesa. Me hago la pregunta más a un nivel especulativo, ¿será que podemos abrir la literatura? ¿Podríamos hacer un espacio para muchas literaturas? ¿Para comprensiones múltiples de lo literario, más allá de la estética, o eso implicaría incendiar totalmente la cabaña de madera que la contiene?
Cabe entender que no estoy hablando de abrir la literatura para incluir géneros populares, u obras experimentales ni nada por el estilo. Eso ya es parte. Lo que me pregunto es si la literatura, hoy, puede abrirse a contener una serie de aproximaciones, de comprensiones más allá del idealismo y el romanticismo implícito en la estética, que la hace reveladora de secretos, portavoz de un zeitgeist, expresión de un pueblo,  etcétera. Jacques Ranciére los llamaría regímenes, pero igual le podríamos llamar más fácil formas-de-literatura. ¿Puede haber nuevas formas-de-literatura? En fin, ¿por qué una literatura en vez de muchas?

3. La pregunta original es distinta no sólo en objeto, sino que en orden. ¿Por qué hay varios artes y no sólo uno?, interroga Jean Luc Nancy en su libro Las musas, con esa simplicidad y genio que siempre me han llevado a leerlo más como poeta que como filósofo. En su respuesta, lo que buscará el francés es no tanto negar o cuestionar la multiplicidad del arte, sino más bien explorar las razones por las cuales se ha evitado hacer esta pregunta en el pasado, y, desde ahí, ensayar la cosa estética desde la cuestión del ser plural-singular que ha explorado en sus trabajos anteriores—ya sean sobre comunidad, ontología, cuerpo, y hasta trasplantes médicos.
Para Jean-Luc Nancy, la pregunta de la multiplicidad de las artes ha sido aproximada de dos modos. El primer acercamiento se enuncia taxonómicamente: una categorización que no puede sino estar históricamente determinada por las opciones disponibles en el momento—Hegel le asignaría a cada sentido un arte. El segundo, por el otro lado, está marcado por un modo esencialista que arguye que existe una esencia del arte, y que las múltiples artes son meras manifestaciones. Es este el modo del arte que impera, a mi parecer, en el discurso hegemónico de la literatura, en su vertiente romántica. Nancy descarta esta posible unicidad artística por completo, prefiriendo repensar el concepto de "arte" mismo desde su fenomenología existencialista, como unas cosas cuyos orígenes son lo plural (que no es lo mismo que decir una cosa de origen plural).[3]
En fin y para dejarnos ya del suspense del género expositivo, para el francés, el arte es una cosa más que nada técnica. El "más que nada" no implica que se compone de un proceso mecánico inicial, luego aderezado por un polvito mágico-artístico, sino que es técnico en tanto a que implica siempre un modo de proceder, un saber cómo hacer para producir aquello que no se produce por sí mismo. La obra de arte, que no tiene nada en común con cualquier otra obra de arte con excepción de su tecnicidad, es obra de arte en tanto a que siempre figura como una exposición de/al sentido, como la presentación de algo que excede toda posibilidad de presentación; un exceso irreducible a la resolución dialéctica, irreducible al trabajo de la razón o del conocimiento absoluto. De modo que cada obra de arte obliga al sentido a tocarse a sí mismo, pero no por esto a volverse un sentido en sí—lo que es decir, el jazz no crea una nueva extremidad o un sentido jazzístico, un sentido musical, sino que obliga al sentido auditivo a percatarse de sí, a tocarse a sí mismo puesto que al abandonar la instancia e integración de lo vivido, se transforma en otra cosa: el sonido escuchado se expone musical, la imagen vista se devela pictórica, la palabra leída se revela ¿literaria?
En resumidas cuentas, lo que Jean-Luc Nancy arguye es que, si algo y en algún lugar, el arte se halla en esa exposición siempre plural. Arte sería el nombre de la exposición que ocurre cada vez, exposición técnica al sentido, que es lo mismo que decir una exposición al mundo, a la inevitable severidad de la tierra. Es necesario, después de Duchamp y de décadas de readymades, de modernism, performance, vanguardias, etcétera, recalcar en la cuestión técnica, en esa última secularización que hace de todo el pensamiento de Nancy una eco-técnica, eso que a mí se me hace más fácil llamar, en el caso de la literatura, un proceder.

4.  Al llegar a este punto, me percato que me he puesto entre la espada y la pared. Parecería que empujar las fugas y tropiezos de este ensayo a sus últimas consecuencias me obligaría a tomar partida. Una de las opciones sería,  por un lado, resguardar el lado de Greene, y la primacía del autor: la defensa intransigente de aquella diferenciación que hizo entre objetos estéticos y objetos entretenientes, a pesar del público, y a pesar de las negras décadas en luto por la malinterpretada muerte del autor. La segunda opción, por el otro lado, sería arrinconarse en la esquina de los lectores, confeccionar una nueva estética de la recepción, años después de Jauss, que escude y dé batalla a favor de la unicidad que parecieron entrever en la obra del británico. Pero esto es sólo en apariencia. La toma de partida es sólo tal si entendiésemos que la labor de Greene y las labores de los públicos hubiesen de tomar lugar sobre el mismo légamo. Es decir, habría que escoger un lado sólo si entendiésemos que los dos—Greene y sus públicos— trabajan sobre un mismo objeto, sobre una misma obra. Dicho en un modo ordenado, la obra literaria, para quien la escribe, es un animal totalmente distinto de la obra literaria para quien la lee. De hecho, si recurrimos nuevamente a la idea del proceder podríamos decir que el proceder de quien escribe, la disposición técnica de la maquinaria de una obra, montada de cierto modo con cierto fin, y ensamblada a partir de una serie de tropos, ideas, piezas, retóricas e imágenes partícipes de cierta institucionalidad literaria se distingue del proceder del lector. Este accionar del lector tendría que ser entendido también como otra disposición construida a partir de otra serie de experiencias y prácticas lectoriles no menos técnicas, no menos empalmadas a otras series de tropos, ideas, piezas, retóricas e imágenes heredadas o construidas de otras series de interfaces institucionales.
Si la relación es entendida de este modo, que no es otro que uno que insiste, primeramente, en la naturaleza humilde, el humus, de ambas prácticas, de su inevitable enraizamiento en la corteza terrestre, es posible dar un paso más allá de los tropos y callejones sin salida heredados de la Estética, mayúscula, y acercarnos más a una apertura real que haga de la literatura una cuestión plural más allá del contenido. Entender a la literatura como cosas cuyos orígenes son plurales querría decir, para el escritor, entender cada una de sus obras como cuestión técnica y singular, que parte de una serie de procederes que bien pueden ser los mismos, bien pueden ser distintos y que producen siempre objetos disímiles, aproximaciones a la tierra que intentan construir mundos de sentidos—Greene con sus objetos-novelas y sus objetos-entretenimientos. Cada obra, de este modo, podría ser entendida como piezas ontológicamente distintas. De otra forma, para el lector, un proceder que surja de los orígenes plurales de la literatura querría decir, nada más ni nada menos, que entender a la obra casi como una serie de objetos encontrados, o readymades, que interpelan a los sentidos y los llevan a tocarse a sí mismos, como diría Nancy, y así a devenir exposición y mundos. La literatura, irremediablemente expuesta a ser malinterpretada, a ser extrapolada, se abriría aun más a una multiplicidad que trascienda los límites de los discursos estéticos. En un contexto como el que aquí desplego, en el que ignoro totalmente el árido determinismo de las instituciones reales, estas literaturas, finalmente, quedarían liberadas de la necesidad de los discursos que enarbolan la expresión, la imaginación, la autenticidad, y la plétora de brumosas y anacrónicas imágenes románticas detrás de las cuales se esconde la tecnicidad y materialidad de la práctica escrituraria y lectoril. Tal vez entonces, la literatura pueda asumir su bienvenida humillación histórica. Tal vez Greene pueda entonces tener sus dos especies de obrar—sus novelas, sus entretenimientos—, tal vez el público pueda quedarse con su Literatura, y, para culminar, tal vez entonces, todos, los tús y los yos, podamos ir vislumbrando, y quizás hasta aceptando, la singular idiotez del palabrar literario




[1] Otra pregunta, más difícil por lo sociológica y lo específica, seria ¿por qué hablan los escritores como si hubiese sólo una Institución Literaria en vez de muchas?
[2] Estas tres que doy como ejemplo tienen versiones cinematográficas.
[3] "¿Qué podría uno querer decir por un principio (o una razón o una esencia) que no fuere un principio de pluralidad, sino lo plural mismo como principio? Y en qué formas debe este pertenecer propiamente a la esencia del arte?", pregunta Nancy. 

jueves, octubre 24, 2013

arqueologías, una columna

Acá cuelgo mi columna de este mes, que salió el miércoles, 23 de octubre del 2013 en la sección Buscapié de El Nuevo Día.

Arqueologías

Sergio Gutiérrez Negrón
Hace años me hallé en Utuado frente a una de esas bibliotecas que se ensamblan con los años, producto del extraño balance entre el matemático ojo de un curador y el mero hecho de la persistencia. Entre los anaqueles y las cajas de la biblioteca de don Pedro Rodríguez, recuerdo ver, nervioso, viejas ediciones ya agotadas de grandes textos de los que antes sólo había escuchado. Sin embargo, lo más impresionante fue la docena de libros desconocidos de autores que tuvieron múltiples publicaciones, y que, decía don Pedro, generaron interés décadas antes.

Al leerlos, recuerdo preguntar por su suerte y, joven al fin, me imaginaba emprendiendo una tarea de rescate, una misión de difusión pirata a fuerza de fotocopias. Entonces me tropezaba con otro autor, y con otro, y con otro.

Llevo pensando en la biblioteca de don Pedro desde el sábado, cuando la escritora Marta Aponte Alsina lanzó una pregunta sobre el cómo de la construcción de cánones literarios en Puerto Rico hoy en día. De la misma, surgió una conversación interesante con respecto a la necesidad de lo que se llamó una arqueología: una tarea de articular, más que un canon, un catálogo, un corpus que intentase dar testimonio de todos esos libros olvidados.

Esta tarea, no siempre tan interesante, parecería ser un paso y una discusión anteriores a la composición de equis o ye canon. De hecho, me parece que podría ser una discusión paralela a la de la internacionalización literaria de la que se ha hablado últimamente. Creo que el diálogo acerca de la apertura es necesario, y quizás hasta saludable. Sin embargo, ese llamado a la internacionalización, más allá de “thrillers” con nazis, debe incluir esa tarea no siempre divertida del archivo, de desempolvar y releer tomos perdidos en anaqueles regionales.

La biblioteca de don Pedro es, más que nada, una experiencia desembriagante, un vistazo repentino a la materialidad de una institución literaria ensamblada sobre arena movediza. No obstante, casi por contradecir esa pulsión al olvido, me gusta imaginarme un rosario de bibliotecas como la de don Pedro, desperdigadas por municipios ya olvidados por las débiles redes de distribución de libros. Extraños yacimientos donde resisten viejos tomos empolvados en animación suspendida, esperando por nosotros.

viernes, octubre 18, 2013

El misterio es el angel, el ministro, el policía, dixit Agamben

Agamben de cabeza y con las manos alzadas para protegerse del golpe.

Through these distinctions the entire economic-providential apparatus (with its polarities ordinatio/executio, providence/fate, Kingdom/Government) is passed on as an unquestioend inheritance to modern politics. What was needed to assure the unity of being and divine action, reconciling the unity of substance with the trinity of persons and the government of particulars with the universality of providence, has here the strategic function of reconciling the sovereignty and generality of the law with the public economy and the effective government of individuals. The most nefarious consequence of this theological apparatus dressed up as political legitimation is that it has rendered the democratic tradition incapable of thinking government and its economy (today one would instead write: economy and its government, but the two terms are substantially synonymous). On the one hand, Rousseau conceives of government as the essential political problem; on the other hand, he minimizes the problem for its nature and its foundation, reducing it to the activity of the execution of sovereign authority. The ambiguity that seems to settle the problem of government by presenting it as the mere execution of a general will and law has weighed negatively not only upon the theory, but also upon the history of modern democracy. For this history is nothing but the progressive coming to light of the substantial untruth of the primacy of legislative power and the consequent irreducibility of government to mere execution. And if today we are witnessing the government and the economy's overwhelming domination of a popular sovereignty emptied of all meaning, this perhaps signifies that Occidental democracies are paying the political price of a theological inheritance that they had unwittingly assumed through Rousseau.
The ambiguity that consists in conceiving government as executive power is an error with some of the most far-reaching consequences in the history of Western political thought. It has meant that modern political thought becomes lost in abstractions and vacuous mythologems such as the Law, the general will, and popular sovereignty, and has failed to confront the decisive political problem. What our investigation has shown is that the real problem, the central mystery of politics is not sovereignty, but government; it is not God, but the angel; it is not the king, but ministry; it is not the law, but the police—that is to say, the governmental machine that they form and support. (276)

Giorgio Agamben, The Kingdom and the Glory.

jueves, octubre 17, 2013

"La necesaria severidad de la tierra: especulación y tierra", un ensayo.


Este ensayo fue originalmente publicado en la revista Cruce el mes pasado y es parte de un proyecto que vengo desarrollando en el que intento pensar la literatura, más como persna que escribe novelas que como académico, a partir de un concepto de la humildad que busca ser, de cierto modo, post-estético. Es decir, lo que quiero hacer es rebasar todos esos clichés acerca de la experiencia literaria--tanto como escritor y como lector--que tanto me aburren, especialmente cosas relacionadas a los poetas malditos, a la inspiración, etcétera. El proyecto es un tanteo, y no tanto una estética. Así que de ensayo a ensayo voy y seguiré afinando conceptos e ideas que comencé a exponer acá.

La necesaria severidad de la tierra: especulación y Literatura

Este ensayo es parte de un proyecto en ciernes titulado "Literatura y humildad"
En la adolescencia leí vorazmente. No se trató jamás de la lectura inteligente y sopesada del ratón de bibliotecas, bufa figura del accionar culto. Fue un hacer mucho más relacionado al atragantamiento burdo del tiburón tigre; un consumo indiscriminado que hizo de mi librero un órgano dedicado a digerir insalubres restos de animales, llantas, botas, y tesoros. Mi sustento principal consistió de títulos como "Al oeste de enero", "Los malditos", "La cadena dorada", "El señor de las tierras del fuego", y "Cielo de espadas". Novelitas que, a grandes rasgos, no significan nada, ni tan siquiera para aquellos que gustan denominarse lectores de ciencia ficción y fantasía. Eran, en gran parte, novelas de capa, espada y magia, muchas de ellas escritas por un tal Dave Duncan, un viejo geólogo escocés emigrado a Canadá.
Por extraños azares en mis prácticas adquisitivas, guiadas en gran parte por las ventas de liquidación, esta voracidad, como suele suceder, disminuyó eventualmente, pero antes de hacerlo me depositó a las orillas más conocidas de los grandes nombres, y la canina literatura que se atesta de seriedad y pedigree. La universidad, eventualmente, dotó mis lecturas de algo parecido a una forma, y el viejo geólogo, junto a sus colegas, quedó rezagado a lecturas navideñas, en las que ponía todo en suspensión, y me lanzaba de lleno.
He vuelto a pensar en el geólogo escoses últimamente, tras percatarme de la incomodidad que me causan ciertos discursos grandilocuentes acerca del hacer, el poder, o el lugar de la literatura en el mundo contemporáneo, con los que por alguna razón me he tropezado casi semanalmente en el pasado mes. Así, he advertido que, de cierto modo, la forma que ha tomado la literatura para mí, desde la adolescencia, tanto en el leer como en el escribir, ha sido marcada por el viejo geólogo escocés y su mirada especulativa.
Dave Duncan no fue, ni nunca quiso ser, un gran lector, ni mucho menos un gran escritor—¿seguirá vivo?. En sus entrevistas, con las cuales di ya muchos años después de mi consumo indiscriminado, renegaba de leer novelas demasiado largas, o demasiado inteligentes. Decía no tener tiempo para la literatura, atribuyendo su coartada al hecho de que fuera, como ya hemos dicho, no un tipo que comenzó en esto de las letras por las letras en sí, sino un viejo geólogo retirado con entrenamiento de historiador. Lo suyo, decía, era contar historias y crear personajes, cierto, pero más que nada, era tallar continentes y esculpir islas bajo equis condiciones, y, luego, especular con respecto al tipo de historia geopolítica que podría darse entre tales cuerpos masivos, y las consecuencias materiales en las vidas de sus habitantes.
Al leerlas, sus expresiones no me causaron nada—más allá de cierto repelillo. Pero, hubo algo de su proceso, de su partir desde la tierra que me llamó la atención, y que me pareció necesario en tanto ese anclaje en la dura firmeza de la tierra. De modo que con un breve empuje recurrí a extrapolar, expropiar las ideas del geólogo escocés, extirpar al Dave Duncan autor—que cómo todos los autores, yace como un peligro cancerígeno, capaz de, en cualquier momento, hacer metástasis y joder ese corpus literario que nos marca— de la figura del geólogo escocés que produjo las especulaciones que me abacoraron en la adolescencia. Así, tras la intervención quirúrgica, quedé con el Duncan que quise, una figura lectoril, un significante evacuado desde el cual pensar un proceder literario. Culminado este divorcio del chusco amasijo de tejidos y órganos, proceder como el geólogo escocés terminó siendo otra cosa, una forma literaria que llevo pensando por meses y sólo ahora comienzo articular, a partir de una serie de obras literarias que no son sino la sombra, el negativo que asedia este ensayo, aunque no aparezcan en él.[1]
Proceder como el geólogo escocés implica, conjugado en presente, una aproximación especulativa  que no puede partir de otro lugar que no sea la tierra—es decir, cercenar el geos griego, que nombra el suelo, de la logia, para destronar a esta última de su puesto de ciencia y devolverla a su raíz, legein, mero hablar. De modo que la tierra queda como el mínimo denominador común desde el que se comienzan a entablar relaciones, a construir espacios, ideas, e historias que por más voladas, por más elevadas, no descuidan, como por instinto aviar, la dura roca que calibra la distribución de los cuerpos.
La tierra, de este modo, como punto de partida de la especulación tanto lectora, como creadora. La tierra como único espacio en el que la literatura puede moverse. De hecho, la tierra como la sustancia constituyente del arte literario y de la que jamás podrá separarse, en tanto institución sucia, embarrada; en tanto creación que no podrá jamás salir del lodazal. 
Proceder como el geólogo escocés, entonces, implica dar constancia de la tierra y, de este modo, dar constancia de que la tierra no puede sino ser inmunda—sucia, sin mundo.[2] La tierra entendida como el espacio en el que toman lugar nuestras constantes mundializaciones. De modo que una especulación literaria que parte de una tierra inmunda, sucia, quiéralo o no, está sentenciada, como Sísifo, a una constante y condenada efectuación de mundos—¿es la roca de Sísifo el cuerpo de Sísifo?
 Es decir, se trata de un proceder humilde, y que desde el humus—tierra, sucio—de esta humildad, efectúa una especulación mundana e inevitablemente aterrada. Haciendo esto a través de un arte—la literatura—con más de medio siglo de haber sido humillado, echado a un lado como uno entre muchos, cómplice de una institución que por mucho se pensó aérea, y que desde sus alturas lanzó afrentas y sentencias.
Partir desde la tierra y, por ende, desde la humildad en tanto condición terrenal, implica, hasta cierto punto, la claudicación de una serie de constelaciones celestes, compuestas por lugares comunes de la tradición estética y política, y atesoradas por muchos interesados en ser escritores, en el prócerato, en el reconocimiento, la visibilidad chata, o el trono letrado del rey filósofo. El proceder humilde, entonces, tiraría más hacia el archipiélago de obras pequeñas que hacia la jupiterina gran novela (¿puertorriqueña? ¿latinoamericana?) de estirpe romántica; tiraría más hacia la lectura que hacia la producción indiscriminada, hacia “la persona que escribe” que a la emulación anacrónica del Personaje Poeta.
 La obra que especula a partir de la humildad no ya entendida como falsa modestia, ni como honestidad (no hay más lugar para la honestidad) sino como la necesaria severidad de la tierra, procede como le da la gana, pero siempre construye sus mundos críticamente, especulativamente. La obra que especula a partir de la humildad inevitablemente termina siendo un ensayo sobre un pensamiento, una experiencia, una pregunta o una preocupación. Una literatura humilde no premia a los herederos o calcadores del noveau roman francés porque sí, ni tampoco condena al que procede en modo realista, siempre y cuando la especulación y la extrapolación (¿expropiación?) crítica intenten dotar de sentido—pensar—a la inmundicia de la que parten.
El proceder del geólogo escocés es, de cierto modo, un proceder comprometido. Mas, es un compromiso sin canon específico, es cualquier compromiso, siempre y cuando no olvide las circunstancias materiales de la existencia. No se trata, de hecho, de un llamado al realismo soviético, ni a ningún tipo, género, o estilo específico, sino un compromiso, ya redundo, a la especulación, y a la comprensión de las circunstancias sociopolíticas que han hecho de esta isla lo que es, que han hecho de la literatura lo que es.
Proceder desde la humildad es entender que la literatura crea mundos, lo quiera o no, que han de enfrentar la necesaria severidad de la tierra. Por eso me parece que la “honestidad”, que ha proliferado a partir de finales de los ochentas como el modus operandi de cierta literatura latinoamericana y estadounidense (¿neoliberal?), nunca ha de ser suficiente, precisamente porque la honestidad siempre parte de la unicidad del mundo. La honestidad parte del honor, de la posición elegante, casta, y virginal de la verdad monárquica. Es decir, parte de las presuposiciones de mundos anquilosados, de imágenes fosilizadas que a fuerza de repetición han querido dar la sensación de verdades, de superficies constitutivas e impensadas.
Quizás para ir cerrando esta especulación podríamos intentar pensar el proceder como el geólogo escocés como una postura de retaguardia. Al respecto de tal posicionamiento, podemos extrapolar las palabras de Juan Duchesne Winter, cuando dice que la retaguardia ha sido a menudo subestimada—ante la visibilidad vanguardista—, puesto que ha proliferado una suposición de que le resta de heroísmo, de drama—quizás para bien, en mi opinión—. Sin embargo, dice Duchesne Winter, se puede argumentar que la retaguardia es el corazón de la resistencia. Que es un espacio de autonomía relativa desde donde un nuevo sentido de comunidad puede surgir. La retaguardia es capaz de ofrecer refugio de la exposición a la violencia traumática, de ofrecer un lugar para la convalecencia y la creatividad.
En términos literarios, sigue el crítico, la retaguardia presta atención a los rumores de la resistencia, los interpreta, los traduce, entretiene diálogos, cuida, y construye un legado. Quizás sea cierto que la retaguardia no conduce la lucha, no señala el camino, pero me parece que ya es hora de que la literatura acepte que ese ya no es ese su lugar, que su accionar pertenece a otro registro, a otro dominio, y a otro tiempo, no menos activo, no menos militante que antes, pero sí distinto. A la literatura le queda sólo extrapolar, sólo asirse al hecho de que ya no sea lo que pensó ser alguna vez—importante—, y precisamente desde la constancia de su poca importancia, desde la humildad de su fuera-de-lugar, lanzarse a la más libre y la más crítica de las especulaciones.





[1] Tal vez valga la pena enumerar algunas de las obras sobre las cuales indirectamente cursa este ensayo: La mujer en las dunas, The Remains of the Day, Exquisito cadáver, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, Respiración artificial, Otra vez me alejo, Decirla en pedacitos, The Life of Michael K., Audioeuforias, Heart of a Dog, Una soledad demasiado ruidosa, Sobre mi cadáver, Winter Journal, Train Dreams, y la trilogía haitiana de Amour, Colère y Folie.
[2] La idea de la inmundicia supongo que es de Derrida o alguien por el estilo, pero la malinterpreté por primera vez en la conferencia magistral que dio Mara Negrón el 5 de noviembre del 2011 en la conferencia “Comparative Caribbeans” que tomó lugar en Atlanta, Georgia. Su trabajo se tituló “Why Do Some Love Islands? Why Don’t Others?”


miércoles, septiembre 18, 2013

"progress", una columna

Esta columna apareció en El Nuevo Día el día 18 de septiembre del 2013. 


“Progress”


A los residentes de la barriada con nombre de guerra los mueven por el bien de la comunidad en general. Quiero decir, los “relocalizan” por el bien común. Una vez finalizado el proyecto que reemplazará la comunidad, las memorias bélicas quedarán en el pasado. En su lugar, resplandecerá el Guaynabo City Waterfront, que servirá como otro testimonio a la visión progresista del alcalde.

Por supuesto, el progreso tiene características específicas. Algunas de ellas tienen nombres en inglés, y vienen acompañadas de “fishing villas”, paseos tablados, gimnasios y, si Dios quiere, un hotel de calidad y un acuario. A la larga, porque se tardará en hacerlo, los ingresos de estos “developments” beneficiarán a la comunidad en general: si no de un modo, de otro.

Nótese que he evitado la palabra expropiación. Eso casi sería ser malintencionado. Tampoco he insistido en la cuestión de clase social, porque, por favor, para qué empezar con eso. No es culpa de nadie que estén ahí. Si no estorbasen, nadie se metería con ellos.

A la larga, los exresidentes de Vietnam saldrán ganando también. Quizás no económicamente. Tal vez tampoco humanamente. Pero, si realmente no son retrógrados, si realmente quieren ver a su municipio progresar, se darán una vuelta por el paseo tablado, y, mientras sorban de su piragüita, quiero decir, de su “gourmet shaved ice”, entenderán que a veces uno debe sacrificarse por el bien del prójimo. Eso es un principio cristiano. Aunque no lo sea que, las más de las veces, suelen sacrificarse a los mismos por los mismos, una y otra vez.

Además, el lugar parece un vertedero. Bueno, sí, todas esas casas abandonadas y esos terrenos baldíos empeoran la situación, pero no es que la barriada fuera tan bonita antes. Sin embargo, ¿a quién vamos a culpar? No es como si esto se hiciera adrede. El progreso es objetivo y funciona de formas misteriosas. Comparte lo de la ceguera con la justicia. Tal vez igual con el alcalde. Eso, también, creo que es un principio cristiano.

martes, agosto 20, 2013

esquela, una columna

Acá cuelgo mi columna de este mes, que saldrá el martes, 20 de agosto del 2013, titulada "Esquela". El link aquí.

No es la foto en cuestión, pero es una relacionada.

Lo había olvidado por completo cuando Facebook me avisó que un amigo en común le dio "Like" a una vieja foto. En la imagen, un grupo de personas algo borrosas posaban en un prom. Inmediatamente la reconocí a ella, en aquel traje rosado, y luego a mí, imberbe, teniéndola de la mano. Pasé a su perfil. No habíamos hablado por más de cinco años, desde una llamada telefónica de cumpleaños que me hizo de la nada.
En aquella ocasión, no reconocí su voz a través del celular. Quiso que adivinara, pensando que me sería fácil. Tras varios intentos fallidos, se rindió y se identificó, decepcionada. Le di gracias por las felicitaciones y hubo un largo silencio. Inventé alguna excusa y colgué, incómodo. Esporádicamente, me apareció en el "news feed", mezclándose con las hordas de anónimos conocidos de mis redes sociales. Ni una vez presioné su nombre, o le desee felices cumpleaños, como ordenaba el algoritmo de la urbanidad.
Mirando su perfil me percaté que hacía tiempo no colgaba nada en su muro. Tan pronto se me ocurrió el pensamiento y vi el primero de muchos comentarios, me regañé por el descuido. Meses atrás, me habían dado la noticia, pero creo que no fue hasta entonces que sentí el golpe del luto. Repasé la decena de pésames que adornaban su Facebook: largos mensajes de amigos y conocidos expresando su sorpresa o dolor, o la falta que les hacía y les seguiría haciendo; ella, con quien compartí iniciales, y quien jamás presenciaría sus veinticinco.
Por un momento me molesté que el perfil siguiera activo, pero de inmediato me retracté, sin saber realmente qué sentir. Miré sus fotos viejas, intentando procesarlo, pero no pude: allí estaba ella, a todas luces tan (in)material como lo había estado, para mí, por años.
Ante aquella página que de repente se hacía esquela, se me ocurrió que quizás ahora experimentaríamos así algunas pérdidas: crecientes listas de nombres virtuales que poco a poco van abandonando la dura costura de la carne; una serie de muertes sencillas, injustas y eternas que, por virtud electrónica, siguen sonriéndonos, engañándonos, hiriéndonos con la ilusión de su constancia.

domingo, julio 28, 2013

La dificil circunstancia política de la novela; dixit Godzich y Spadaccini.

Tacas de la marca parisina Michel Viven. 
In this respect, it must be noted how complex the position of the novel is: inconceivable without the kind of cultural fragmentation that occurs in this period, it is at once the most adequate expression of the ideological role of the state and its most obvious challenger. In fact, whereas the state can assert its hegemony over the realm of culture through gestures of exclusion from that realm of those elements it wishes to proscribe, the novel by including all the elements of official culture (both the elite and the mass) as well as the excluded elements of unofficial culture, almost by definition engages in the practices we have called popular. The state's claim to totalization proceeded on the basis of exclusion, whereas the novels relied upon inclusion, for unlike the state, the novel was not endangered by inner tensions and contradictions. Yet the search for a homogenizing style, which has dominated the subsequent history of the novel, shows that the novel itself was not immune to these factors and that as its practitioners came to identify themselves more with the goals of the ruling elites, the novel became increasingly part of the elite official culture and abandoned its popular grounds.  

Una vieja cita que me gusta, que tiene mi misma edad, y habla del "double-bind" de la cierto tipo de novela. Wlad Godzich and Nicholas Spadaccini. "Popular culture and Spanish Literary History" en el libro Literature among discourses: The Spanish Golden Age. U of Minessota P: Minneapolis, 1986.

la estética de schiller en un respiro

"The Death of Minnehaha" deWilliam de Leftwich Dodge

De Schiller heredamos una fábula estética, que se pasa por el agua de varias figuras claves en el pensamiento filosófico y artístico que no puedo citar de memoria. Esta semana me he comido una variedad de libros, unos más adobados que otros, todos alrededor de este tema, y no he tomado una nota. Así que aquí un resumen tergiversado, y un poco a la fuerza:  

Lo que hace humanos a los hombres y a las mujeres estriba en la relación balanceada entre la necesidad y la libertad. Para alcanzar este balance se hace urgente una educación libre y humanista que le enseñe al hombre y a la mujer a relacionarse con el mundo. Esta educación tiene que ser una educación estética, o sea, una educación que insista en los sentidos en tanto a que mediante estos, y su capacidad de percibir la belleza (que es libre), el hombre y la mujer se relacionan con el mundo. La educación estética del hombre y la mujer, en tanto individuos, abre la posibilidad de moverse hacia el colectivo, entendiendo por este la humanidad. 


La educación estética entonces hace posible la creación de la obra de arte mediante la imaginación, que es esa capacidad de relacionarse y participar del mundo más allá de la necesidad, que se adquiere mediante la educación estética. La creación de la obra de arte requiere un breve retiro del mundo (y su necesidad) para ser apreciada; apreciación que consecuentemente avanzará la educación del hombre y la mujer. Llamémosle a este retiro del mundo la autonomía estética; que es tanto la capacidad de ver y juzgar la obra separada del mundo, como la capacidad del hombre y la mujer de separarse del mundo para llevar a cabo este juicio estético. Al igual que la educación estética individual del hombre y la mujer da paso hacia la humanidad, la obra de arte tira hacia el colectivo. Este colectivo es la cultura; entendida como pluralidad compuesta de millares de obras singulares.


Entonces, la cultura, que es siempre original, implica las características individuales y singulares de cada hombre y cada mujer y cada obra de arte; características que al moverse al colectivo se transforman en las características de un grupo particular; o sea, las características de una cultura nacional. Lograr efectivamente el desarrollo y el progreso de la cultura nacional, es decir, de la estética, de la articulación entre todos los hombres y todas las mujeres y todas las obras de arte de x espacio abriría las puertas para alcanzar el estado estético; estado estético en tanto a la condición de cada hombre y cada mujer y cada obra de arte, al igual que estado estético en tanto a orden político. Estos dos estados, una vez logrado el proyecto implicado en la estética, son real y solamente un solo estado: ese de la comunidad orgánica. Este raciocinio schilleriano está más que presente en el mundo contemporáneo. A mi parecer, es la potencia que yace detrás de todo pensamiento sobre la cultura, de toda educación liberal y justificación del arte.


En fin, digo, la estética romántica me aburre bastante--tanto como la idea del poeta maldito, o del poeta disque gótico, con sobredosis de Pizarnik y Robi Draco Rosa. 


Todo eso dicho, ¡qué buen nombre era Sturm un Drang: tormenta e ímpetu! Casi sirve para vanguardia caribeña.