viernes, diciembre 31, 2010

de jaulas, anuncia r. ramos

Vecindad
Llamarse residente es encontrar
alguna diferencia entre verja y jaula.
Desleal
1.
Huir no libera cuando naces donde no hay jaulas.
2.
Visitar el zoológico con empatía no me hace bestia.
3.
Me gusta ladrar, como el perro que persiguiendo gatos insiste hasta donde permite su cadena.
ambos poemas pertenecen a Angst (201o) por Rubén Ramos.

lunes, diciembre 27, 2010

nosotros los bárbaros, escribe zagajewski

We were the barbarians.
You trembled before us in your palaces.
You awaited us with pounding hearts.
You commented on our languages:
they apparently consist of consonants alone,
of rustles, whispers, and dry leaves
.
We were those who lived in the dark forests.
We were what Ovid feared in Tomi,
we were the worshippers of gods with names
you could not pronounce.
But we too knew loneliness
and fear, and began longing for poetry.
Barbarians, Adam Zagajewski de Before End: New and Selected Poems

domingo, diciembre 26, 2010

pertenezco a los que erran, dice zagajewski

I did not know at the time what I came to know later as a man, as a character, I am both weak and strong. My strength tends to be frail; it can betray me. I am capable of submitting to an outside pressure, conformity, the mood of the moment, someone else’s enthusiasm, my own uncertainty; and it’s true, always after a time I am capable of shaking off the bad influence. But with all certainty, I do not belong to those phenomenally resistant, arrogantly sovereign natures. Perhaps I am strong, but my strength is welded to weakness, doubt, dislike of quick decisions. I belong to those who err.

Connsequently, I also have an appropriately affectionate attitude to becoming, maturing. Those who are genetically independent might certainly disdain the element of development, time, maturing, because at any moment, regardless of challenge, they are ready to show themselves to the world in all their perfection. Time for them is nothing more than the shutter click of a camera, an instant of unveiling their unchanging substance. For me, on the other hand, time—the time of maturing, redressing an error, arriving at a clear understanding of one thing or another—is something vital, indispensable. Maturing—in my case—is never ultimate and finished. I will always be ready to commit a new error, and then I will try to understand it and correct it. Usque ad finem.

Adam Zagajewski, Two Cities, traducido del polaco al inglés por Lillian Vallee

navidad

11.50pm. Algo de nieve se acumula afuera: mis primeras navidades en el 30308. El gato en silencio, medio dormido. Ella cambia los discos: Miles Davis, Springsteen, The Roots, Tori Amos, algún disco de electrónica o dance. Nos pasamos el teléfono de vez en cuando: un juego llamado Word Scramble. Un vino que no me encanta. Ella lee a la Condé. Yo a Zagajewski.

Una brisa. Un copo de nieve que se deshace en la bufanda.

"Speak softly", escribe el polaco, "you're older than the one / you were so long ; you're older / than yourself", y entonces añade, "and yet you still don't know what absence, poetry and gold are."

lunes, diciembre 06, 2010

lo que ve el niño quintín de camino a casa, un pedacito

Dos hombres tirados sobre la nieve, forcejeando. El más fuerte—alto y negro y con la cabeza rapada—entierra su mano izquierda en la fría blancura y arranca de ella un peñón—grandes y oscuro y pulido. Lo levanta alto, asistiéndose con su otra mano; parpadea largamente, y lo baja con toda la fuerza del mundo sobre la cabeza del hombre pequeño que está atrapado entre sus rodillas. Lo vuelve a levantar—esta vez rojo—y lo revienta sobre el cráneo una y otra vez. Tiene los ojos cerrados. Aunque los tuviese abiertos, sería imposible que viese que pintaba la nieve más y más con cada esfuerzo. Sin los espejuelos de plata que estaban tirados en la acera—a medio metro de dónde su cuerpo—apenas podía ver su nariz.
El evento hubiese pasado inadvertido si Quintín no se hubiese detenido por un segundo al borde del parque—y él sí tenía sus gruesos lentes culo de botella puestos. Y los vio. Los vio saltándose encima el uno del otro, los vio confundiéndose en la nieve, y a pesar de que por nada del mundo quería quedarse allí tampoco se podía separar de aquella escena por varias razones: primero, porque desde sus audífonos le nacía la música de fondo perfecta; segundo, porque su pulgar había activado la videocámara de su teléfono celular; y tercero, porque cada vez que el individuo levantaba la piedra y la dejaba caer su alma se disparaba con la esperanza de que el hombre que se iba deshaciendo en la nieve fuese David; el culpable de que hubiese tenido que detenerse en primer lugar, para tomar un descanso, de que hubiese buscado una ruta distinta a la que tomaba todos los días—había salido de la escuela en su bicicleta por el portón que estaba detrás del campo de fútbol, que en invierno era intransigente, y había bordeado 5th street, para luego tomar el paseo tablado que cruzaba los edificios en los que se hospedaban los universitarios.
El hombre soltó el arma-antes-piedra e intentó ponerse de pie, pero se tropezó y cayó plantado en el suelo. Sus ojos ciegos cruzaron por encima de Quintín. Bordearon su silueta. Y, acto seguido, explotaron en llanto. Así, deshecho, el hombre gateó, medio hundido, en búsqueda de sus lentes.
Si por un momento Quintín pensó al hombre proverbialmente titánico y abrumador, ahora le parecía lo contrario—femíneo y asqueante—y rápidamente le hizo perder su interés, aunque no la sensación ajena que le nació en el estómago cuando escuchó lo que debió haber sido el último gemido del ya cadáver.
Con Palacio, novela breve fuera del camino, comencé hoy a releer una novela más extensa que escribí en el dosmilocho, titutlada Historia Personal de la Nieve, y que espero re-escribir en estas navidades. Más ahora que vivo en un lugar en el que sí hay inviernos. Terminaré transplantando--o eso creo hasta ahora--el lugar del relato, que antes era un Wisconsin imaginario, a una Atlanta bastante real. Este era el primer capítulo (sí, en pasado), y como me siento mal que tengo hecho del bló un cuaderno de citas, aquí lo pongo.

martes, noviembre 30, 2010

imaginación melancólica, un pedacito

Intento imaginármela saliendo de su pequeño apartamento para tomar un poco de aire, para deshacerse de la sensación de absurdo que le debió haber dejado la llamada. La veo en su chaleco grisáceo, sus jeans de siempre, el pelo más largo de lo que lo ha tenido en años, caminando entre las masas de japoneses en trajes de oficina. Todos construidos a partir de la misma tela negra, todos con la misma camisa blanca, el mismo maletín, los mismos zapatos, todos mirando hacia adelante, sin parpadear, deteniéndose en los cruces, esperando por la señal, y luego continuando, como coagulo, como una estampida que ha perdido su frenesí y que ahora marcha monótonamente por una larga chorrera de asfalto, de vidrio, de plástico. Veo a Alice intentando perderse entre ellos, la veo con la mirada fuerte que vestía cuando pensaba zambulléndose en esa corriente, y la veo diciéndose que la mayoría de los que la rodean son más jóvenes que ella y tienen carreras, y tienen familias, y tienen vidas que pasan por desapercibidas. La veo diciéndose—mintiéndose—que algún día ella tendrá lo mismo, algún día ella será uno de ellos, pero por ahora no, pero por ahora no porque le falta algo que hacer. Es entonces que se da de cuentas que tiene que ayudar al ornitólogo, es entonces que sabe que para eso es que está en Japón, que para ayudar al Doctor Abe fue que me abandonó, que dejó atrás su carrera, su vida que pasa por desapercibida, que lo mandó todo a la mierda por esa mínima oportunidad de hacer algo que realmente valiese la pena.

Me engaño, claro.

Lo sé.

[La fotografía (parte de la serie "Could it ever end?") arriba es de Rubén Ramos, 2009. El texto es un pedazo de Palacio, novela breve, que verá prensas en el 2011.]

miércoles, noviembre 24, 2010

dizque lo ha visto todo, canta Bjork

You haven't seen elephants, kings or Peru! I'm happy to say I had better to do What about China? Have you seen the Great Wall? All walls are great, if the roof doesn't fall!
[...]
You've never been to Niagara Falls? I have seen water, its water, that's all... The Eiffel Tower, the Empire State? My pulse was as high on my very first date! Your grandson's hand as he plays with your hair. To be honest, I really don't care...
[...]
I've seen it all, I've seen the dark I've seen the brightness in one little spark. I've seen what I chose and I've seen what I need, And that is enough, to want more would be greed. I've seen what I was and I know what I'll be I've seen it all - there is no more to see!
Bjork, "I've seen it all"

viernes, noviembre 12, 2010

el boomerang sabe de donde vino, dixit r. ramos

Lo malo de quejarse es que el regaño es para uno mismo, que el boomerang sabe de donde vino. Pobres asteroides, que tras vagar la infinidad del universo acaban atraídos sin quererlo por la órbita de planetas así.
Sin nombre, Rubén Ramos

martes, noviembre 02, 2010

la raíz intolerante, media Glissant

We will not change anything in the situation of the peoples of the world unless we change this 'Imaginary,'unless we change the idea that identity must be a unique, fixed, intolerant root.
Introduction à une poétique du divers, Edouard Glissant (traducción de Víctor Figueroa, en las notas de Not at home on One's home)

sábado, octubre 30, 2010

el consuelo de casa, dice Figueroa

Thus Caribbean intellectuals can hardly have the consolation of a house that once was and is now lost; there is indeed nostalgia, but for a home that they never had, a home that colonialism made a priori impossible. Arguably, then, not being at home in that home that they also long for is not simply a matter of escapism for them, nor is it simply an assumed ethical duty (which is what Said celebrates in Adorno's phrase). It is an assumed duty that is also an imposed point of departure; thus, that homelessness at home opens a horizon of possibilities and limitations that need not be (only) celebrated, but also endured.
Not at home in one's home: Caribbean self-fashiong in the poetry of Luis Palés Matos, Aimé Césaire, and Derek Walcott, Víctor Figueroa (Wayne State University)

domingo, octubre 24, 2010

nothing is all he has, dice el individuo laferrière

All you need is a good Remington, no cash and no publisher to believe that the book you're composing with your gut feelings is the masterpiece that will get you out of your hole. Unfortunately, it never works that way. It takes as much guts to do a good book as a bad one. When you have nothing, you can always hope for genius. But genius has refined tastes. It doesn't like the dispossessed. And nothing is all I've got. I'll never make it out of here with a so-so manuscript.
I write by day.
And dream by night.
How to make love to a negro without getting tired, Dany Laferrière

martes, septiembre 28, 2010

"¿Qué pasó, mamá? ¿Por qué huímos?", preguntó Bambi, y ella respondió, "Hombre está en el bosque".

Nomás me adentro en el bosque y se me subraya lo de extranjero, a pesar del pasaporte. Al costado de mi auto, un celaje vetusto se detiene, así, de golpe, justo antes del impacto. Freno. Las neumáticos chillan.

Es un venado, digo, en inglés.

It's a deer, dice ella, como desmintiendo mi asombro.

La criatura es pequeña. Sus ojos gruesos y hondos. Parpadeo y se hace ida. Parpadeo y se une a la manada imaginaria que años de televisión engrendraron en mis cesos.

lunes, septiembre 27, 2010

diferenciación, dice Benítez-Rojo

Para empezar no hay ninguna forma cultural pura, ni siquiera las religiosas. La cultura es un discurso, un lenguaje, y como tal no tiene principio ni fin y siempre está en transformación, ya que busca constantemente la manera de significar lo que no alcanza a significar. Es verdad que al ser comparado con otros discursos de importancia—el político, el económico, el social—, el discurso cultural es el que más se resiste al cambio. Su deseo intrínseco, puede decirse, es uno de conservación, puesto que está ligado al deseo ancestral de los grupos humanos de diferenciarse lo más posibles unos de otros.

La isla que se repite, Antonio Benítez Rojo

domingo, septiembre 26, 2010

otoño

Así, como un mandato. Los teleprompters dicen ‘se acabó el verano’, y al día siguiente, esto (el cielo hecho ceniza y esta lluvia fría).

Bienvenido al otoño, me dice una amiga en un mensaje de texto. Se le olvida que llegué hace ya un año, que ya un año atrás me tropecé con eso a lo que le llaman temporadas. De todos modos, abrí las ventanas, la puerta de al frente (por fin tengo una puerta roja), apagué el acondicionador de aire, y salí al balcón. La piel se me apretó. Tenía frío.

Volví a la casa, ahogada en esa tierna lobreguez de día lluvioso.

Bienvenido al otoño, me repetí.

martes, septiembre 21, 2010

algo se rompió aquí, dice Fuentes

…y Lorenzo, al romper el caparazón rosado de los langostinos y agradecer la rebanada de limón que le pasan los Pescadores, te preguntará si nunca piensas en lo que hay del otro lado del mar, porque él cree que la tierra se parece toda, que sólo el mar es distinto. Tú le dirás que hay islas. Lorenzo dirá que en el mar pasan tantas cosas, que es como si tuviéramos que ser más grandes, más completos cuando vivimos en el mar. Y tú sólo quisieras, al recostarte sobre la arena y escuchar la vihuela jarocha de los pescadores, sólo quisieras explicarle que los años pasados, hace cuarenta, algo se rompió aquí, para que algo comenzara o para que algo, aún más nuevo, no empezara jamás.
de La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes

lunes, septiembre 06, 2010

the emotional factor of conviction, dixit Freud

It may be asked whether and how far I am myself convinced of the truth of the hypotheses that have been set out in these pages. My answer would be that I am not convinced myself and that I do not seek to persuade other people to believe in them. Or, more precisely, that I do not know how far I believe in them. There is no reason as it seems to me, why the emotional factor of conviction should enter into this question at all. It is surely possible to throw oneself into a line of thought and to follow it wherever it leads out of simple scientific curiosity, or, if the reader prefers, as an advocatus diaboli, who is not on that account himself sold to the devil.

Beyond the Pleasure Principle, Sigmund Freud (tal cual me lo leyó A.)

sábado, septiembre 04, 2010

addendum

¿Fue Rilke que dijo que la única patria del hombre es su infancia?

martes, agosto 31, 2010

restos de la infancia, dixit Cristina García

Our childhood is dead.
Nothing is left but this:

your words against mine.

Respuesta, The lesser tragedy of death, Cristina García

ante el alzheimer's, escribe McAllister

stay with me
a while longer
let me take another ride
let me finish this poem
del libro Between you and me: poems from the Alzheimer bustrips, de Lesley McAllister

domingo, agosto 29, 2010

la vida del embudo, dice Piñera

¡Nadie puede salir, nadie puede salir!
La vida del embudo y encima la nata de la rabia.
Nadie puede salir:
el tiburón más diminuto rehusaría transportar un cuerpo intacto.
Nadie puede salir:
una uva caleta en la frente de la criolla
que se abanica lánguida en una mecedora,
y "nadie puede salir" termina espantosamente en el choque de las claves.
La isla en peso (1943), Virgilio Piñera

viernes, agosto 27, 2010

telecómicas, una columna

Esta columna, Telecómicas fue publicada el miércoles, 25 de agosto, en la sección de Buscapié de El Nuevo Día. La pueden leer directamente en la página del periódico presionando aquí. La coloco en el blog como manera de archivo.

Telecómicas


Al tropezarnos el uno con el otro en París, era predecible que X y yo instituyéramos una de esas complicidades fundadas en el gentilicio compartido. Lo que no nos esperábamos era que este mismo dato amenazara la joven amistad. En esos días, X se preparaba para regresar a la Isla. Él estaba allí por unos cursos y conocía la ciudad como si fuese suya. Yo estaba por siete días, aprovechando una beca de mi universidad gringa, ya que nunca había estado en Europa.
En algún momento, entre algún dulce de hojaldre, X hizo un comentario acerca de mi mudanza a Atlanta. Le expliqué la situación de la beca que conseguí y terminó el tema. Al día siguiente, volvió a mencionarlo. Fue entonces que vi el problema.
No tenía que ver precisamente con política, ya que nuestras ideas no eran tan distintas. Estaba más relacionado a nuestras crianzas. Ambos crecimos viendo el “show” de Pacheco y tuvimos un Super Nintento; de preadolescentes escuchamos a Vico C, y años después bajamos el mp3 de Xplosión, ya graduados de la iupi. La diferencia y raíz del problema estribaba en el hecho de que mientras mis papás me llevaron a Disney dos veces antes de los quince años, a él lo llevaron a Europa. Que cuando “teenager”, él cantaba a coro con Roy Brown, y yo escuchaba a Metallica con mi hermano; que mientras él amaba a Almodóvar, a mí me gustaba Linklater; que él podía citar de memoria a Lorca y Unamuno, y yo a Girondo y George Carlin.
Aun con el asunto superado tras una cerveza, no me pude sacar la espinita. Era claro que para X existía la necesidad de tomar una decisión identitaria. Y él tomó la correcta: esa puertorriqueñidad 100% hispánica. Ante sus ojos, las tradiciones se excluían. Ante sus ojos, yo estaba “agringado”. Quizás estaba en lo correcto.
Pero, ¿cómo se hace? ¿Cómo se escoge entre el colonizador de ayer (¿por nostalgia?) o el de hoy (¿por contemporaneidad?)? Todavía no sé cómo responder. O si tan siquiera es necesario. Ver el Gran Bejuco nunca excluyó al Fresh Prince, ver el Cartoon Network nunca me quitó mi chim-bum-bam.

desidia, una columna

Esta columna, Desidia fue publicada el miércoles, 28 de julio, en la sección de Buscapié de El Nuevo Día. La pueden leer directamente en la página del periódico presionando aquí. La coloco en el blog como manera de archivo.

Desidia

Tras enterarse de lo que sucedía en la Isla, el tipo, entre inglés y español, preguntó que qué se ganaba al final. Yo lo miré y me reí, repetí su pregunta incrédulo, y le dije que no entendería. Asintió, “no entendería”, coreó con una sonrisa y desalojó el tema. Su pregunta, sin embargo, como un grano de arena que se hace perla negra, permaneció. El cambio, esa mutación de pregunta de pasada a idea incómoda, fue imperceptible al principio. Cuando me percaté, ya el salto estaba hecho. ¿Sería tan siquiera posible discutirlo sin ser denunciado de reaccionario? El desencanto no ya como condición, como mal juvenil, sino como decisión.
¿A qué me refiero? A cansarse de todo el asunto y tirar los hombros. El que calla, otorga, dicen. Pero, ¿qué importa si se otorga al mismo colectivo del que nos desasociamos? ¿Podríamos solamente considerarlo?
Hablo hipotéticamente, claro. Decir, “ya, ya” y dar un paso hacia atrás. Salirnos del medio, abandonar el ring con la pelea sin terminar. Y no hablo de tomar el tiempo de retiro como guarida de preparación y robustecimiento, o como un respiro antes de la batalla final. Me refiero simplemente a olvidarnos del asunto.
¿Rendirnos? Exactamente. ¿Es posible rendirse? ¿Conceder la victoria, regalar la corona, pasar el trofeo? ¿Podría llevarse a cabo? Llamar desde los portones a los troyanos, y decirles que dentro del caballo escondemos un ejército que los hará leyenda. ¿Nos creerían? No intercambiar cuatro espías por diez, sino concederlos, y ya. Un acto de buena fe al poder, digamos, sin trucos, ni secretos, sin vueltas a la tuerca. Nada de redobles literarios. Si la intención es hundir la Isla, ahí la dejamos. Si la intención es desarmar la democracia, desháganla. Si la intención es privatizar todo, vendan hasta la bandera misma.
¿Cómo se llevaría a cabo? Estamos tan acostumbrados a pelear, o por lo menos a la idea de la pelea desde el sofá, que incomoda considerarlo. Escribir esto me da asco, me retuerce el estómago, pero se trata de una pregunta válida: ¿qué sucedería si abandonamos la embarcación y ni siquiera, ya secos y seguros en la orilla, nos volteamos a observar el naufragio?

jueves, agosto 05, 2010

de maestros, habla Mann.

Our masterful style is falsehood and folly, out renown and prestige are a farce, the public faith in us is utterly ludicrous, and educating the populace, the younger generation, through art is a hazardous enterprise that should be outlawed. For how can a man be a fit educator if he has an inborn, natural, and incorrigible preference for the abyss? We can certainly shun it and gain our status, but no matter where we turn, we are still drawn to the abyss. And so we renounce knowledge, which disintegrates things, for knowledge, Phaidros, has no dignity or severity; knowledge is all-knowing, understanding, forgiving devoid of composure, of form; it sympathizes with the abyss, it is the abyss. And so we can firmly reject knowledge, and hence forth our sole concern is Beauty—that is, simplicity, grandeur, and new severity, a new innocence and form. But form and innocence, Phaidros, lead to euphoria and desire, may lead the noble person to a horrid emotional blasphemy, which his own beautiful severity will reject as disgraceful—and they lead to the abyss, they, too, lead to abyss. They lead us poets there, I tell you, for we cannot soar, we can only be wanton. And now I shall leave, Phaidros, and you shall remain, and do not leave until you can no longer see me.
Death in Venice, Thomas Mann

martes, agosto 03, 2010

beware the smiles, dixit Mr. Mann (otra vez)

The man receiving this smile hurried away with it as with a fateful gift. He was so deeply shaken that he was forced to flee the light of the Terrence, the front gardens, and he hastily sought the darkness of the park behind the hostel. Strangely indignant and affectionate exhortations were wrung from him: “You musn’t smile like that! Listen, you mustn’t smile at anyone like that!” He flung himself on a bench, he was beside himself, he breathed the nocturnal fragrance of the plants. And leaning back, with dangling arms, overwhelmed, and shuddering again and again, he whispered the standard formula of desire—impossible here, absurd, abject, ludicrous and yet sacred, and honorable even here: “I love you!”
Death in Venice, Thomas Mann

sábado, julio 31, 2010

el origen de la belleza, dice Mr. Mann

It is most certainly a good thing that the world knows only the beautiful opus but not its origins, not the conditions of its creation for if people knew the sources of the artist’s inspiration, that knowledge would often confuse them, alarm them, and thereby destroy the effects of excellence.
Death in Venice de Thomas Mann.

jueves, julio 29, 2010

urge to flee, dice Mr. Mann

His yearning for new and faraway places, his desire for freedom, relief and oblivion was, as he admitted to himself, an urge to flee—an urge to get away from his work, from the everyday site of a cold, rigid, and passionate servitude. He certainly loved this servitude and almost loved the enervating conflict that recurred every day, the struggle between his proud, tenacious, so often tested willpower and this growing fatigue that one must know about, that was not to betray the results in any way, with any hint of laxity or failure.
"Death in Venice" por Thomas Mann.

lunes, julio 12, 2010

parís

Desde que llegué de París he querido escribir algo al respecto. No de la ciudad. Suficiente se ha dicho de la ciudad. No pretendo tal hazaña. Hablo de la—mi—experiencia-parís. Esa experiencia francochilenamexicanabelgaruwandesapolacoamericana. Pero a veces hay que permitir que el tiempo haga estragos de las buenas memorias, que decida qué se queda y qué se va. Quizás entonces, cuando no sea yo el responsable de la selección, podré apuñalar algo que no sepa a artimaña.

domingo, junio 27, 2010

otra posibilidad pa' la alegría, dixit Volpi

Existe, claro, otra posibilidad. Los alemanes, tan aficionados a los abismos, la llaman Schadenfreude. La alegría ante el dolor ajeno.

Jorge Volpi, con una que otra línea buena en una novelita blah, El Jardín Devastado.

sábado, junio 26, 2010

comunidá


1.
La chica cansada sirve las dos cañas y me cobra. Es que hay mucha gente, dice. No es por ti. Añade y le coloco el dinero sobre la mano. No te preocupes, le digo. Es que me hace sentir pésimo, me dice. Le sonrío. Ella ya está con otro cliente. Cargo las dos cervezas hacia donde Steph y me siento en la mesa que temblequea cada vez que clavo mi dedo en tecla. La Señorita I. me escribe por el chat. La hago esperar un segundo, en lo que termino este párrafo y escribo dos a continuación.
2.
En Madrid sólo llevo cuatro días. No pretendo conocer la ciudad. Creo no sufrir del caprichoso egoísmo del turista: ese que te hace pensar capaz de gozar de una autenticidad ajena a otros; que te lleva a interrumpir las rutinas de los residentes para presumir con extranjerías curiosa.
3.
El otro día, tras salir de la Biblioteca Nacional, tomé una siesta en nuestro piso, que está cerca de la estación La Latina. Quince minutos después, me levanté de mal humor. Algún ruido había interrumpido uno de mis sueños rutinarios en los que me descubro siendo mal padre. A primera instancia, maldije, en inglés. Entonces, levantado, quieto como estatua en el mueble de la sala donde duermo, puse oreja al ruido. Cerré el libro que intentaba leer—nunca antes había leído La Educación Sentimental y mencionarlo me hace sentir como un esnob—y puse oreja. No pude evitar sonreír.
4.
Pido otras dos cervezas. A mi lado, la muchacha de la barra discute con dos mujeres. Ellas insisten que no han pagado. La mujer del establecimiento les dice que les pagaron. Ellas dicen que no. Al fin, se resuelve el asunto. Ella me pregunta que qué deseo. Le digo que el individuo a mi lado lleva esperando un rato más que yo. Me detengo. ¿Qué es esto?
5.
Es reggaetton. Nunca me he sentido más feliz de escuchar regaetton. Es absurdo. No me gusta el género. Lo encuentro abominable. Sin embargo, el hecho de que en Madrid escuche regaetton de un piso cercano, el hecho de que no sólo sea sólo Daddy Yankee, sino que es Zion y Lenox, Kriz y Angel--como se escriba--, gentes que no esperaría escuchar... ¿no es así que se mide el éxito de una música, de un fenómeno? ¿Y qué si no me gusta? Cada cierto tiempo me asomo por el cuadrado de vidrio en mi puerta, a ver si atrapo un vistazo del vecino que mantiene despierto a los ancianos españoles que caminan por la corrala, quejándose. Cuando lo hago, la mujer no me parece boricua.
6.
No tengo internet en el piso. Digo, tengo internet ahora, pero no tendré luego. Esta entrada, de seguro, aparece un tiempo después de ser escrita, con una cita de Forster como cierre.
7.
You know the American girl in Punch who says: “Say, poppa, what did we see at Rome?” And the father replies: “Why, guess Rome was the place where we saw the yaller dog.” There’s travelling for you. Ha! Ha! Ha!

jueves, junio 24, 2010

lo que hace falta, dixit mr. updike

We do not need men like Proust and Joyce; men like this are a luxury, an added fillip that an abundant culture can produce only after the more basic literary need has been filled[...] This age needs rather men like Shakespeare, or Milton, or Pope; men who are filled with the strength of their cultures and do not transcend the limits of their age, but, working within the times, bring what is peculiar to the moment to glory. We need great artists who are willing to accept restrictions, and who love their environments with such vitality that they can produce an epic out of the Protestant ethic [...] Whatever the many failings of my work,” he concluded, “let it stand as a manifesto of my love for the time in which I was born.

John Updike, carta a sus padres, 1951, a los diescinueve años.

miércoles, junio 23, 2010

ensamblaje, columna en el nuevo día

Esta columna, Ensamblaje, es mi segunda colaboración con la sección de Buscapié de El Nuevo Día. Apareció hoy miércoles, 23 de junio del 2010. La coloco aquí a manera de archivo, pero pueden leerla en la página del periódico, presionando aquí
Ensamblaje

Los quebrantados y “connyficados” sollozos resonando en cientos de vehículos en el tapón de Caguas a Río Piedras. El entrañable llamado a tomar la batuta que surge en el ADN compartido (¡se parece tanto a su padre, Dios lo bendiga!). Individualmente, elementos que bien podrían ayudar en el ensamblaje de una imagen refrescante. Un “performance” político que pudo haber dado pie a un sucesor cagüeño de cierta credibilidad mediática, si no fuese por las barrabasadas que siguieron, como el mal olor que florece de la suela del zapato, tras una desafortunada pisada.

A pesar de sus fallas, Willie probó que aún era posible cautivar a un pueblo con decencia. Que este atavismo populista a seguir caciques, tan espeluznantemente humano, existe y se sigue comprobando en campañas presidenciales recientes: Obama hace dos años; el ya vencido Antana Mockus en Colombia. Aun con el supuesto desencanto que define el “ethos” de la juventud, ambos lograron tocar esa tecla que desembucha esperanza.

Nunca se trató de la actualidad de sus políticas, sino de la representación de éstas. Si bien ambos recurrieron al afecto, una lágrima aquí y otra allá, también se tomaron la molestia de construir arengas inteligentes. En el caso estadounidense, no fue el eslogan del cambio (que secuestró Fortuño) lo que lo hizo presidente (de ahí todo cuesta abajo), sino el insistir en la edificación de una imagen racional, complicada. Digamos que montaron el muñeco, por citar a Luis Rafael Sánchez.

Pensemos pragmáticamente: oferta y demanda. Movamos el obeso aparato partidista, hagamos encuestas y ensamblemos un político pensante. Un tipo de monstruo de Frankestein. Bien se puede caer en pedazos luego, al principio eso no importará. Lo que atañe es que además de hacer “connys” radiales, también eleve un chililín los estándares, nos haga exigir actuaciones más convincentes, más rigurosas. (Para discursos, pagar el mínimo a los miles de graduandos de literatura que andan desempleados). Tras los prototipos iniciales, daremos con uno de calidad. Sólo entonces, cuando la inteligencia ya sea parte de los requisitos mínimos, quizás podamos enfocarnos en las acciones.

martes, junio 22, 2010

reflections on views and crowds by young mr. emerson, a écrit M. Forster

‘My father’—he looked up at her (and he was a little flushed)—‘says that there is only one perfect view—the view of the sky straight over our heads, and that all these views on earth are but bungled copies of it’

‘He told us another day that views are really crowds—crowds of threes and houses and hills—and are bound to resemble each other, like human crowds—and that th power they have over us is something supernatural, for the same reason’.

Lucy’s lips parted.

‘For a crowd is more than the people who make it up. Something gets added to it—no one knows how—just as something has got to be added to those hills’.

He pointed with his racquet to the South Downs.

‘Also that men fall in two classes—those who forget views and those who remember them, even in small rooms.’

archipiélago, un cuento (y un comentario mínimo sobre r. carver y el minimalismo)

1.
Llevo tiempo sin poner algo acá. Cuando ando de viajes, insisto en escribir a mano. Recientemente, me pregunto por qué demonios, si la mente funciona mejor con teclas. Así que para romper el silencio, pongo aquí un texto breve, Archipiélago. Escribí esto como ejercicio recién mudado Atlanta el año pasado, cuando aún no tenía muebles en mi cuarto y lo que leía eran dos antologías de los estandartes de aquello que se le calificó 'minimalismo' estadounidense, o 'k-mart fiction', Raymond Carver y Mary Robison.
2.
Claro, en el caso de Raymond Carver, con la re-edición de What We Talk About When We Talk About Love el año pasado, en la que se restauraban todos los textos a sus versiones originales, habría que preguntarnos si el minimalista realmente fue el autor, o aquél Gordon Lish, editor responsable del Carver que habíamos conocido hasta entonces. Las versiones originales de los textos no sólo varían en su inclusión de párrafos gruesos y cargados e introspecciones copiosas, sino que hasta los nombres de los personajes son distintos, en ocasiones. Inclusive, más de uno de los cuentos muere lentamente al final, con oraciones que parecerían sobrar. Sé que para cualquier persona que escriba, una edición tan fatal, tan fuerte, una "amputación" como la llamó el mismísimo autor, es un acto horrendo. Y, por qué dudarlo, lo es. No obstante, prefiero el Carver creado por Lish, sobre el original. La edición de estilo también es un arte. Para ver un ejemplo de los cambios de Lish, pulsa aquí.
3. Bueno, el cuento.

Archipiélago

Lian llegó a nuestro apartamento un poco alterada. Lo supe desde que la vi entrar. En vez de seguir hacia el baño, como solía hacer todas las tardes, se quedó de pie mirándome. Yo estaba sentado entre los libros en el suelo de nuestro nuevo apartamento, aún sin enseres. Su pelo negro estaba apretado en un moño y su piel, pálida. Era obvio que no había tomado el shuttle, sino que había caminado las dos millas que nos separaban de la Universidad. Sólo vestía una fina blusa de algodón.

¿Estás bien? Le pregunté, y ella asintió en un movimiento sordomudo. Desde donde estaba, la escuché organizando su respuesta en su cabeza, traduciendo de su creole reuniónense, o de su francés, o cantonés al inglés.

—Un hombre murió hoy—dijo, luego de un segundo. Coloqué el libro que leía sobre la alfombra y la miré, esperando que continuase. Desde que nos mudamos juntos habíamos perfeccionado el arte de la paciencia. Nuestras conversaciones estaban compuestas por más silencios que por palabras. La traducción de ideas nos colocaba en frecuencia distinta.

—Un estudiante graduado—continuó, tomó uno de los artículos impresos que yo tenía en el suelo y lo ojeó, como solía hacer de vez en cuando con la esperanza de que algún día pudiese alcanzar mi idioma—del departamento de Teología. Estaba sentado en el noveno piso de la biblioteca, entre dos anaqueles, cuando uno de estos cayó sobre él.

—¿Cómo que cayó sobre él? —pregunté, prestándole más atención de la que antes.

—Se cayó. Como dominó. Nadie sabe qué pasó, o cómo comenzó. Sólo que un anaquel se volcó sobre otro y sobre otro, y sobre otro, hasta que alcanzaron el cuerpo del muchacho.

—¿Y él no los escuchó cayendo?

—Aparentemente no—dijo y me miró con sus ojos achinados. Sentí que había algo que no estaba captando, que no estaba viendo lo que ella claramente veía—estaba en el suelo, acuclillado, buscando algún libro de la primera o segunda línea. No se sabe.
—¿Cómo te enteraste? —inquirí, aunque realmente lo que quería decir era que me parecía imposible que él no los hubiese escuchado caer, los anaqueles. Después de todo, eran paredes inmensas de metal. Debieron haber dado algún aviso.
—Cuando subí al noveno piso, me tropecé con un lazo negro y una hoja que le daba el pésame a todos los que lo conocieran. Supongo que habrá salido en las noticias anteriormente.

¿Y lo conocías?

—No, no exactamente. Según la nota, se llamaba Jung. Tenía veinticuatro años, como yo. Era coreano. Creo que lo saludé en varias ocasiones. Creo que es uno que veía cuando iba a mi cubículo. Siempre estaba sentado en una de las mesas redondas que daban a las ventanas.

Que pena, comenté.

Lian asintió, aún ojeando el artículo que tenía en la mano. A pesar de que había dejado de hablar, me pareció que la conversación aún no estaba terminada. Para el poco tiempo que llevábamos viviendo juntos, me gustaba pensar que estábamos bien sincronizados. O por lo menos, lo mejor sincronizados que podíamos estar.

Esperaba porque yo le preguntase algo. Pasaba a veces. Su timidez le impedía decir lo que quería. Su familia la había criado como una niña modelo. Sus padres eran inmigrantes chinos en Réunión, la isla francesa en el océano Índico.

—¿Y qué sientes? —intenté. Aunque en otra situación podría parecer una pregunta tonta, en nuestra relación este tipo de cosas era permitido. Por todas las barreras que teníamos para comunicarnos, muchas veces parecíamos estar leyendo de un texto básico de instrucción de inglés como segundo idioma.

—A veces yo me acuclillo en esos anaqueles—dijo, buscando mi mirada—y también me distraigo, sabes cómo uno se pone. A veces no pienso en nada más, sólo en dar con el call number correcto, y sacar el libro sin más obstáculos.

—No te preocupes—le dije y me le acerqué—esas cosas no suceden dos veces. Y si sucediese nuevamente, dudo que no te percates de antemano. Te digo, eso tuvo que haber creado algún ruido. Además, la universidad, para evitar más demandas, corregirá el asunto.

Susurró algo en francés y se puso de pie. Pensé que el color había regresado a su rostro, que se veía un poco menos alterada. Siguió al baño, como recuperando su rutina, y yo resumí mi investigación. Esa noche tenía que terminar la solicitud de una beca que me garantizaría un año más de investigación para mi disertación.
No volvimos a hablar hasta que nos acostamos en la cama. A pesar de que el apartamento era pequeño, desde que pagamos la primera renta habíamos llegado a un acuerdo silencioso en el que yo estudiaría en la sala vacía, y ella en el cuarto adicional que habíamos transformado en oficina y biblioteca. De este modo, nunca interrumpíamos las labores del otro.

Casi no me di cuenta cuando entró a la cama y se deslizó entre las sábanas. Insistí en quedarme despierto en la oscuridad, esperando porque ella me dijera algo. Siempre compartíamos minucias antes de dormir. Opiniones de algún profesor, o de nuestra más reciente investigación. Quizás algún rumor de las otras personas de la Escuela Graduada. Consideré abrazarla, halar su pequeño cuerpo hacia el mío.

En ocasiones como esas temía invadir su espacio. Habían grados de silencios entre nosotros: silencios-promesas, silencios-transiciones, silencios-alegría, silencios-cansancio. Pero esa noche aquella sordina era una de los otras, de las excepciones, de esas que no son simplemente breves ausencias. De esas que son océanos invencibles. De esas que hacen hincapié en que provenimos de islas en extremos distintos del planeta y que, por más que intentemos, jamás podremos sanar la brecha.

—No puedo dejar de pensar en él—dijo, casi cuando me quedaba dormido—cada vez que cierro los ojos soy yo la que está distraída entre los anaqueles. Soy yo la que, por un segundo, siente los huesos quebrándose. Me pregunto qué libro habrá sido el que buscaba.

Sentí su cuerpo temblando. El breve murmuro de lágrimas crepitando por sus mejillas. Sentí que las placas tectónicas que mantenían las dos plazas de la cama unidas se desprendían en un silencioso terremoto. Que el océano que nos separaba se hacía más profundo que nunca. La escuché añadir algo en su idioma natal, esa lengua huérfana que sólo escapaba de su boca y que me era aún más inaccesible que el francés. Me abstuve de responder y aguanté la respiración. El aire se había espesado. Cerré los ojos lentamente, fingiéndome dormido. Afuera, oí el tren pasar.

viernes, junio 04, 2010

cartografía

1.
Ella hizo un mapa; y en su superficie anotó los lugares donde le parecía que se encontraban esas corrientes extrañas que llevan a las letras.
2.
Ella hizo el mapa, la travesía.
Yo, como buen pasajero, sólo escribí de él.

martes, junio 01, 2010

perdidos, columna en el nuevo día.

Esta columna, Perdidos, fue mi primera colaboración con la sección de Buscapié de El Nuevo Día, que apareció el miércoles, 26 de mayo del 2010. La coloco aquí a manera de archivo, pero pueden leerla en la página del periódico, presionando aquí.

El domingo, con el final de Lost, aprendimos que muchas veces un reguero es un reguero, que años de preguntas no siempre culminan en revelaciones satisfactorias; que la isla es sólo la isla, cosas pasan porque sí, y que quien sea que teje el relato sólo intenta distraer a su audiencia con medicinas fugaces para malestares que nunca tuvimos. Quizás aceptarlo sea el primer paso de algún proceso de recuperación. Un primer paso difícil de tomar, porque siempre parece estar un poco más allá. Lo suficientemente más allá para hacernos olvidar que es necesario tomarlo, para que nos permitamos un placentero segundo en el que entretenemos la posibilidad de que sí hubo un plan maestro, un patrón secreto que nos ha eludido.

Digámoslo en voz alta: un reguero es un reguero, no hay hondas conspiraciones, ni maquiavélicos jugadores, tampoco respuestas. Sólo placeres momentáneos y una sarta de significantes huecos.

Por más fanáticos que seamos, hay que dar el salto. Concluir que nada hace sentido, y que ellos tampoco saben lo que están haciendo; es pensar que los escritores del show están tan perdidos como nosotros. Que, a falta de respuestas, paren distracciones: un proyecto vacío de status (ese fantasma recurrente), el asesinato del momento, un nuevo tirijala entre gobernadores, niñerías senatoriales, y lo que sea que venga hoy o mañana. Siempre insta más hablar de eso, insta más hacerle referencia para estar al día y se quedan los asuntos centrales rezagados, y no se dedica esta columna a la huelga, o al desempleo, o al malestar social que nos pudre como colectivo, porque son temas ya viejos.

El problema con este primer paso de aceptación es que es triste. Parecería que aceptar es rendirse. Parecería que prohibirnos la lozanía del olvido es meternos voluntariamente en una camisa de fuerza, amarrarnos a un sillón en un cuarto sin ventanas, frente a un televisor inmenso, a ver una serie mala, sin contenido real.

Es eso o (difícil escribirlo) tomar el control remoto y hacer algo al respecto.

jueves, mayo 20, 2010

shelves, tables, meek and edible: we are, dice Signora Plath

Overnight, very
Whitely, discreetly,
Very quietly

Our toes, our noses
Take hold on the loam,
Acquire the air.

Nobody sees us,
Stops us. betrays us;
The small grains make room.

Soft fists insist on
Heaving the needles,
The leafy bedding,

Even the paving.
Our hammers, our rams,
Earless and eyeless

Perfectly voiceless,
Widen the crannies,
Shoulders through holes. We

Diet on water,
On crumbs of shadow,
Bland-mannered, asking

Little or nothing.
So many of us!
So many of us!

We are shelves, we are
Tables, we are meek,
We are edible,

Nudgers and shovers
In spite of ourselves.
Our kind multiplies:

We shall by morning
Inherit the Earth.
Our foot's in the door.

Mushrooms, de Sylvia Plath

domingo, mayo 02, 2010

otra vez la chica inteligente, pero con la posibilidá de poliglosia

No me sorprendo a mi mismo cuando después de cinco páginas me percato que la lectura de Appadurai es una farsa—mi lectura, digo. Es un acto, una forma de demostrarte que puedo ser invisible, puedo ser tan invisible como sea necesario para que trabajes, para que escribas lo que tengas que escribir de los circuitos de interacción de primates, o de los ciclos de transmisión de conocimiento en el blues del delta de Mississippi, o lo que sea que estudies en el momento. Puedo hablarte, por supuesto, de los ethnoscapes, o technoscapes, estoy listo para demostrar que mi presencia aquí no es sólo complementaria, que estoy aquí por acto de voluntad y que si te miro estudiando—si es que realmente existes, si es que no te he creado sólo para poder escribir uno de estos posts que pongo aquí que están cargados de añoranza, de esa querencia slash carencia que me revuelve los interiores y que casi siempre es motivo de ficción—no pienso en lo que es la belleza, ni se me ocurre pensar en aquella pieza que una vez escribí y leí—todas aquellas veces que lo leí en Río Piedras a velocidades desagradables—en la que hablaba de alguna chica inteligente con referencias a Kundera y Rivera Garza e inclusive al Lalo de Inutilidad, sólo porque en aquél momento aquella chica inteligente leía esos libros. Mas, la realidad, sin romper el párrafo, es que me contradigo y pienso en ese mismo asunto, pienso en ese mismo cuento y me digo eres la chica inteligente, o quizás ahora habría que decir the smart girl, por el salto continental, aunque la traducción no satisface, tal vez ragazza intelligente, o fyksu tyttö, aunque nadie hable flamenco acá. No importa. A un mayor análisis, el asunto es que no es, no eres la chica inteligente de ese texto por la cuestión espacial y temporal, porque aquello trataba del absoluto de un imposible escrito a los diecinueve años motivado por algunos garabatos a lápiz al margen de un libro, y esto es cuestión de cuatro o cinco años después, producto de una Duck-Rabbit Milk Stouty de un fin de semana que hace cuestionar la majestuosidad de los romances literarios—en el primer distrito industrial de Atlanta, gentrificado ahora, por supuesto, mientras el iphone y la radio reproducen canciones que no podré precisar nunca jamás.
Me equivoco: es totalmente distinto. Totally different. En aquél entonces no hubiese podido decir, you’re magic, girl, o algo por el estilo. Quizás no lo hubiese podido decir mañana, o la semana que viene, pero esto es cuestión de ahora, de esta intensa presentitud que siento—tal vez en el momento ficticio del ahora ficticio—al mirarte observando el monitor de tu laptop mientras juegas con la hiedra plateada que hace de collar a tu cuello. Ya no comenzaría la chica inteligente es demasiado bella, quizás saldría algo como the smart girl is the stuff of dreams, o the smarl girl makes me question the very essence of human relations, pero uno nunca sabe.

How’s it going, pregunta y yo le respondo con una cita, simple, que dice que la aesthetic of ephemerality becomes the civilizing counterpart of flexible accumulation, and the work of imagination is to link the ephemerality of goods with the pleasures of senses. Consumption thus becomes the key link between nostalgia for capitalism and capitalist nostalgia. Y ella sonríe, y vuelca su atención devuelta a su trabajo, y yo a esta pequeña computadora, donde ella de seguro piensa que escribo un tratado de la época áurea, con ese tipo de palabras que se utilizan en la academia, palabras grandes y pesadas pero vacías del peso que tienen cosas como recuerdo, o cariño.

lunes, abril 19, 2010

juego de añoranza con mr. e.e | a game of longing with mister e.e

1. me jode la espera, y más me jode el hecho de que en realidad no me importa, que me dejó de importar hace tiempo, pero sigo teniendo estos sueños abominablemente cursis que pensé se irían con terminar la novelita, pero no, insisten.
it's the waiting that fucks me over, but even more than that, it's the fact that i stopped giving a shit about it a long time ago, but i keep having these tacky dreams i thought would be gone with the novelette's completion, but no, they insist.
2. y si sólo se tratase de una añoranza anclada en lo actual, no me quejaría. pero que sean hechos que inflé para ficcionalizar, es hasta peor. esa añoranza que hace facil ver a mr. e.e cummings deteniéndose, antes de salir de la habitación, dándose la vuelta, y (inclinándose a través de la mañana) posando un beso en esta almohada, cariño, donde vivieron y fueron nuestras cabezas.
and if it was only a longing anchored on actuality, i wouldn't whine. but it's all air, a balloon of facts i inflated for a succesful fictionalization--even worse. this, the kind of longing that makes it easy to see mr. e.e cummings stopping, before leaving the room, turning, and (stooping through the morning) kissing this pillow, dear, where our heads lived and were.

sábado, abril 17, 2010

miopía turística, dice Martín Gaite

Ahora la gente viaja por preceptos. No trae nada que contar, cuánto más lejos van, menos cosas han visto cuando vuelven. Lo viajes han perdido misterio.
El Cuarto de atrás , Carmen Martín Gaite.

jueves, abril 15, 2010

the few extra seconds before, says Auster

A moment like that deserves to be prolonged, it seems to me, --if only by a few seconds--for the thing that was about to happen was so improbable, so outlandish in its defiance of odds, that one wants to savor it for a few extra seconds before letting go of it.
Paul Auster, accident report

lunes, abril 12, 2010

modales

1.
Tu idioma se hace, de golpe, otra cosa.
2.
Los trece trabajadores que entraron hace un momento por las puertas dobles de madera emprenden su tarea: dislocan los paneles de las paredes, desconectan cables, deshacen cubículos. Tu jefa los lleva esperando desde hace ya una semana.
3.
Ahora que finalmente llegan, se queja del ruido. De los golpes de martillos, de los paneles azotándose entre sí, de las diáfanas voces que prometen—pero nunca cumplen—una interrupción del tecladeo de tus compañeros, del telefoneo de tus compañeros, de la rutinaria circularidad de los días nueve-a-cinco de tus compañeros.
4.
Desde tu cubículo, que será el último en ser desplazado, observas como las murallas de escombros no estorban. Como ese grupo de trece trabajadores extranjeros no calan la más mínima discrepancia. Los flujos de personas continúan por el pasillo, estirando sus pasos para cruzar una caja de herramientas mal colocada, o alterando su ruta levemente.
5.
Escuchas sus chistes. Los de los trece trabajadores. Sus comentarios, sus nombres saltando de un extremo de la sala a la otra, pidiendo un destornillador aquí, un martillo allá. Miras el monitor, como haces siempre, sin parpadear. Pasas los códigos de barra por el nuevo escáner silencioso. Anotas a qué biblioteca irán. Verificas que no haya ningún pedido. Separas los que tienen un número de catálogo demasiado grande para la impresora. Notas que con cada día que pasas te haces más familiar con el sistema de catalogación de la Biblioteca del Congreso. De sólo leer los títulos los identificas—literatura en español en los PQ, libros de orientalismo DS, literatura norteamericana PS—sonríes. Te recuestas un momento en tu silla, estriegas tus ojos con los dedos índices, y es entonces que te percatas que entiendes martillo, que entiendes destornillador. Uno de los trabajadores se para a tu lado, y te dice algo en inglés. Asientes. Respondes en ingles, let me know when you need me to move, le dices.
6.
Do you need headphones to concentrate? —, te pregunta tu jefa y tiras de tus hombros, como sueles hacer, y le dices que no, que ya pronto terminas la orden de libros, pero mientes, porque sí necesitas los audífonos, sí necesitas aislarte, necesita silenciar los martillazos, y no sabes por qué, necesitas callar los golpes de paneles con paneles, necesitas callar los pasos, necesitas no entenderlos.
7.
Una mujer peliroja con chaqueta se les acerca a los tres que trabajan cerca de ti. Do you speak english? Les pregunta. Ellos se miran entre, y uno de ellos response of course. El jefe de los trabajadores, el que lo acompaña le llama Padrino, se le acerca a la mujer y conversa con ella. Uno de ellos, pequeño, Ricky, le comenta al otro, al que le dicen Broadway, que la americana esta está guapísima. Te obligas a mirar el monitor nuevamente. A no responder. A no entenderlos. A no escucharlos hablar de la mujer peliroja que también trabaja allí y que se llama Rebecca, si mal no recuerdas, originaria de Boston, que siempre llega al salón de almuerzo justo cuando tu terminas de comer.
8.
¿Cómo es que te sabes los nombres de ellos?, te preguntas.
¿Por qué demonios te sabes los nombres?
9.
Trabaja, te dices. Trabaja. Tomas algunos libros. Escaneas los códigos de barra. Apuntas los nombres. Envías los avisos a los usuarios que los han reservado. Miras los números de catalogación, intentas adivinar. Los que te tocan ahora son fáciles. Los M son partituras. Los ML son libros de música, en general. Pueden ser lecciones, o pueden ser libros de historia, o teoría. Los MT son técnica. Los conoces desde antes, esos. Fácil, demasiado fácil, te dices, recordando tus años en la biblioteca de música de la UPR. Dame algo más difícil, le insistes al cajón de libros y sacas el próximo.
10.
Te pregunta algo, uno de los trabajadores. Tiras tus hombros. Le dices que no entiendes. Él va a tu jefa.
Te olvida.
11.
Tu no lo olvidas. Algo comienza a quemarte adentro. Algo te molesta.
12.
Tu jefa te pregunta si los entiendes, a los trabajadores.
They speak english, no? Te pregunta.
I don’t know, le respondes. Y cambias la cara.
M, MT, ML. PQ, PS, DS, PS, BF…
13.
Dos de los trabajadores se detienen a tu lado.
Ricky le comenta a Padrino algo de la condición de su mujer.
Padrino lo mira, le sonríe, pero cuando está a punto de responder, se detiene, y estornuda.
14.
Te viene de adentro, de lo hondo, de todos esos años de crianza, de los correazos, de las mano dura de tus padres que insistía en que llamases a los mayores don, doña--Salud, dices, por instinto, como vómito, tu voz suena seca, pequeña, y los dos hombres te miran, y no puedes hacer más que recibir la mirada, esa mirada-reclamo, esa mirada-confusión, esa mirada-asco, y no puedes hacer más que recibirla y sentir cómo se te filtra por las pupilas y se riega, como cáncer, por tu cerebro, por tu esófago y te das cuenta que es candela, que es fuego, y que arde.
Arde con cojones.

miércoles, abril 07, 2010

this is but a failed metaphor for what the character in that book you wrote never said to his jaded love-interest

action: a pin dropped mercilessly long ago into the bottomless womb of an ocean.

issue: how to bequeath the unappeasable longing for its fate?

jueves, marzo 25, 2010

el espacio del futuro, dice Virilio

The future lies in cosmic solitude.
The Game of Love and Chance, Paul Virilio

sábado, marzo 13, 2010

la sempiterna vacación, dice bauman

La ley explícita e implícita del ciudadano de la sociedad de consumo destaca el estatus del ciudadano como turista. Siempre un turista, de vacaciones y en la rutina cotidiana. Un turista en todas partes, tanto fuera como dentro del país. Un turista en la sociedad, en la vida, libre para hacer su propio espaciamiento estético, a quien se le perdona olvidarse del espaciamiento moral. La vida como la guarida del turista.
Ética Posmoderna, Zygmunt Bauman.
[Una de esas citas que se me quedó en la cabeza hace dos años cuando me obsesioné con Bauman y que, al recién encontrarla en mis notas, es que me percato de la velocidad con la que la internalicé.]

viernes, marzo 05, 2010

primaveral

1.
Me digo que son liebres, o pequeños conejos, porque no me imagino otra cosa. Doy por hecho de que no son ardillas, por la velocidad, la forma en la que se deslizan por el valle de grama en el que está el parque pasivo. Sólo veo sus siluetas huidizas en la noche, tarde, de madrugada, cuando llego a mi apartamento un poco bebido, y camino con paciencia. Al acercarme a las escaleras que le hacen costado al parque son sólo pequeños montículos oscuros en la grama. En mi trayecto, como si cada paso instase una reacción en cadena, uno de los montículos se hace disparo por el espacio despoblado, tropezando con la cuerda invisible que activa el otro, que se desembucha en dirección contraria, y que, por conclusión, activa un último montículo-proyectil que desaparece detrás de los columpios. Me digo que son liebres, o pequeños conejos, porque no me imagino otra cosa.
2.
El otro día regresaba de clases un poco tarde, el cielo ya rojizo, y en su intemperie zenital, una equis se desplegaba de una esquina a otra, tejida en nimbo inacabable, como si un aviador, Zurita o Wieder, digamos, trazase otro de sus poemas aéreos. –Y qué si uno atisbase, me pregunté, y el cruce de las dos líneas marcase, en ese preciso instante, un cuerpo en el horizonte.
3.
Como para hacerle contrapunto al sistema de liebres nocturnas, últimamente en las mañanas, cuando salgo por la puerta trasera del edificio de ladrillos rojizos número 30, donde vivo, activo toda una red de reacciones en cadena de pequeñísimas aves rojo-candela de las que nunca antes me había percatado. Un sinnúmero de ellas coronan los arbustos que marcan las fronteras de la explanada. El más mínimo cambio en el ambiente—mi presencia, o una brisa—le da comienzo a todo un ballet sincronizado.
4.
Después de la desagradable nevada del martes, en la que nieve y lluvia hacían de todo un asco, tras un día parcialmente soleado, se evaporó la saturación que hacía del pequeño valle un pozo de fango. Regresando a casa, aves rojas, nubes destelladas, y en el centro-corazón de la senda, una pequeña flor, amarillenta, quebraba el pavimento. La toqué, por eso de asegurarme que no era adicional, y me fijé que a su alrededor otros pequeños capullos comenzaban a crepitar.
5.

Siempre saludo a la chica india de Hyderabad con la que me tropiezo de camino a la lavandería.
6.

La primavera está retrasada.