viernes, diciembre 11, 2015

la pregunta, una columna



Un hombre negro, rastrillo en mano, recoge el primer saldo de hojas que se ha acumulado frente a su lujosa casa en Ithaca, Nueva York. El hombre, Grant Farred, un intelectual sudafricano, lleva un rato trabajando bajo el sol otoñal cuando se le aproxima un Volvo tan blanco como la pareja en su interior. Sin saludar, la mujer se asoma por la ventana y, plácida, le pregunta si, después de terminar ahí, se interesaría en otro trabajito (recogiendo las hojas en su casa). Farred se detiene y le devuelve una respuesta que, en el trayecto entre su pronunciación y recepción, se hace cortante por lo precisa, cortante porque saca a colación la fuerte carga racista de la impensada pregunta de la señora. En shock, la pareja cambia la mirada y, más rápido que ligero, pisa el acelerador hasta desaparecer.

Su respuesta en sí es lo de menos. Lo que sorprende a Farred una vez da la espalda al evento, lo que lo ocupa es lo preciso de su réplica. Una réplica que aunque fue pronunciada casi como reflejo pareció haber sido pensada muchísimo antes, durante su crianza bajo el Apartheid. Lo que le sorprende es que su respuesta, que en sí misma sólo afirma un dato (que no está buscando trabajo porque es profesor) se transforma en otra cosa: en una afrenta, en una aserción política.

Farred está consciente que se trata de un incidente que, por lo cotidiano, quizás ni valga la pena relatar. También está consciente que la señora no quiso ofender: ni lo pensó. Justo por esa razón el librito que Farred escribió al respecto se trata, más que nada, del pensamiento y el gesto activo del pensar. Es, después de todo, justamente en lo que se dice sin pensar donde residen los monstruos de toda época y, Farred sostiene que la única acción válida ante la pregunta ignorante, es la respuesta cargada de pensar.


viernes, diciembre 04, 2015

reseñita de dicen que los dormidos, por alexandra pagán

Dicen que los dormidos (2012) es un novelón, en el buen sentido del aumentativo, vemos la narrativa de la violencia como pantano y pesadilla, la poesía de la hermandad que se trastoca con el trauma del juego nefasto del azar. Vemos una ciudad que flota en el mar pantanoso de la venganza, que se cuece y enreda en una trampa en la que todos perdemos algo, en la que nos hundimos en una pesadilla de la que pocas veces despertamos. La coma del protagonista empieza justo cuando despierta de ella, y lleva a ese estado comatoso a los que se interesan genuinamente por él, incluidos los lectores que nos hundimos en un estado de letargo y espanto del que no despertamos. El real vínculo y el real discurso lo serán las imágenes oníricas que de modo fantástico comparten los personajes y que se vuelven un mensaje críptico que descifrarlo nos sumerge en el terreno de la poesía, pero que nos deja irremediablemente tristes. Esperamos superar la novela como a veces intentamos superar las terribles noticias que configuran la trama de la ciudad.

miércoles, octubre 28, 2015

disonante, una columna

Es casi como uno de esos chistes: un cubano, un puertorriqueño y un haitiano se sientan en un sofá. El problema es que no hay “punchline”.
Contextualicemos: se trata de un festival literario y el cubano, el puertorriqueño y el haitiano están en un panel acerca del Caribe y sus distintas crisis. Una talentosa moderadora intenta hacer cuajar una conversación acerca del material común de la región y, en teoría, los tres escritores deberían discutir un terreno compartido.
La moderadora comienza con cuidado. Apela a un Caribe que, si hablase, pudiera ofrecer la historia personal de los últimos quinientos años del mundo (una historia íntima de la apropiación, expropiación y explotación de cuerpos y tierras). En un principio, casi parecería que se iría a formar una conversación en torno a esa historia compartida. Desafortunadamente, la cuestión se descose rápido, quizás por las interrupciones, implícitas a la traducción instantánea, o quizás debido a ciertos ánimos caldeados.
El haitiano quiere hablar de la crisis originaria de la región, que, para él (correctamente, diría yo) no es sino la explotación y exclusión racial; el cubano, de la intemperie asfixiante en la que cayó un movimiento revolucionario y las fugas de sus ciudadanos; el puertorriqueño (que pudiera ser este servidor), sobre la relación entre esas herencias políticas regionales y lo cotidiano.
Al final, más allá del bregar de la moderadora, quedan tres líneas paralelas sin punto de encuentro. Quizás, si no hubiese restricciones de horas, ni límites en las paciencias y vejigas de los participantes, esas tres líneas podrían llegar a encontrarse en una gruesa raya, como habrá explicado algún matemático radical.
Pero en ese momento, al culminar la discusión, y al decir de un miembro del público tras bastidores, el panel, repleto de disonancias, ofrece una imagen apta para el material común del Caribe hoy: tres líneas paralelas que comparten un origen, pero que permanecen en espera (o no) de un horizonte en el que coincidir.

miércoles, octubre 14, 2015

no lo niegues, alejandra

esta lúgubre manía de vivir / esta recóndita humorada de vivir / te arrastra alejandra no lo niegues. 

lunes, septiembre 28, 2015

apellidos, una columna

Esta columna fue publicada en El nuevo día el pasado miércoles, 23 de septiembre. 



La pobreza del horizonte bipartidista cunde por doquier. Los tristes y demacrados trapos con los que intenta pasar al gato proverbial por liebre, y vestir a la aspirante mona de seda, son evidentes hasta para el más distraído de nosotros los miopes.
Sin embargo, esta pobreza no ha estado nunca más expuesta que hoy (o, por lo menos, no tan descaradamente), y ni se inmuta ante la probable cacofonía onomástica y la posibilidad de que sean las mismas familias y los mismos apellidos (Bush, Clinton, Rosselló) los que coronen futuras papeletas adornadas por siglas y símbolos que ya no pueden sino ser metonimias de la crisis (económica, social, política) de nuestra época.
Al mismo tiempo, la desfachatez y seguridad con la que la bestialidad bipartidista se canta última Coca-cola del desierto no se halla más clara en ningún otro lugar que en la mismísima preeminencia de esos nombres y su reproducción y herencia de legados marchitos e insignias huecas.
En Estados Unidos, la caducidad del recalentado discurso politico-bipartidista (ése que en España catalizó la ascensión de terceras opciones bajo los nombres Colau y Carmena el mayo pasado) ha dado paso a un campo de primarias impensable hace un par de años. Allí, candidatos de las afueras de las normatividades bipartidistas (tanto de la derecha radical, Trump, como la centro-izquierda, Sanders) intentan conseguir, no ya un espacio en las papeletas bajo terceros y cuartos partidos, sino la nominación oficial de un sistema bipartidista que, a través de los años, se perfeccionó precisamente para no dar cabida a tipos como ellos.
Pase lo que pase, Trump y Sanders son índices del desgaste de este horizonte, dos respuestas posibles a la pobreza imaginativa del bipartidismo.
La primera intenta reventar el “impasse” desembuchándole lo más duro y retrógrado de una cultura. La segunda recurre a la empatía, a la idea ya extraña de que un gobierno debe responsabilizarse por el bienestar de sus constituyentes.

miércoles, agosto 26, 2015

renuncia, una columna

Esta columna apareció en El nuevo día el 26 de agosto del 2015. 
High Noon, de Edward Hopper.

Ella dice que le tomó tiempo, que dudó que fuese posible, pero que sí, que se puede hacer, y, cuando se hace, uno termina sintiéndose bien. “Puede dejar de importarte”, sería la traducción más precisa de su argumento.
Después de un segundo en el balcón de madera, en el que algunos mosquitos más llegaron a hostigarnos, añade que el primer paso es ése, aprender cómo desaparecer completamente (lo cual es una canción de Radiohead), que puedes simplemente decirte: “Me aburrí”, y replantear afinidades.
Dice ahora sólo preocuparse por este lugar, el pequeñísimo pueblo al que me acabo de mudar y en el que nos conocimos, y sus respectivos círculos concéntricos. “¿Qué se le debe a un país, quince años después de haberte ido?”, sería la traducción de otro enunciado que, por haberse pronunciado entre dos palpitantes sonrisas, no es menos contundente.
El suyo -mejor dicho, el anteriormente suyo-, es un país a grandes rasgos condenado por su geografía a lo que ella llama una misma discusión política con un siglo de cacareo encima. Un siglo de cacareo salpicado por bombas y violencia. La gente que aún está allá, dice, o que no está, pero que se preocupa (y ella lo hizo por once años, anota, como confesando un vicio), se mata buscando respuestas, se frustra al hallarle fallas a la más reciente, y vuelve a comenzar. Es lo mismo año tras año, década tras década. No habla de Sísifo, aquel griego que empuja el peñón jalda arriba, pero la imagen se hace inevitable.
Le pregunto acerca de su familia, sus amigos. Se me hace impensable cortar lazos tan dramáticamente con el topónimo natal. Me dice que los primeros se van muriendo o van emigrando, y los segundos se olvidan de uno, y ambas cosas ayudan al proceso. Un día despiertas y sólo hay dos o tres personas a quienes te gustaría visitar y ya está. “Casi como que lo insta la situación,” concluye.

jueves, agosto 13, 2015

y sigue, una columna

Esta columna apareció en El nuevo día el 22 de julio del 2015. 

Foto de RTVE.


El mes pasado me dije que no más, que ya está bueno de hablar de la crisis. El primer paso tomado fue dejar de colgar cosas en mi Facebook; el segundo, parar de comentarla; y el tercero, evitar discusiones personales que girasen en torno al tema. No dejé de seguir las noticias (ese viejo y frustrante vicio), pero me dije que ya no había más que decir. Que los pasados 8 o 9 años de crisis económica por fin trajeron el tema a la discusión pública en una clave distinta a la anterior, más apta -un registro más negativo, quizás, con palabras como inequidad, impago, recesión, etcétera). Iba a escribir sobre literatura. Eso quería.

Pero, entonces, la deuda que sabíamos impagable hizo frente a la cámara. Junto a ella, García Padilla, y Krueger, y todos los refritos de discursos que hemos visto popularizarse con una velocidad realmente sorprendente a nivel internacional de la boca de políticos, financistas, y economistas de ojos atrapados entre ombligos y fantasías libremercadistas que ni el viejo Adam Smith apoyaría (por lo menos sin dirigirse abiertamente a la necesidad de extinguir poblaciones, como hizo). Discursos y conversaciones (que si austeridad, que si sacrificio) que hemos visto explosionar con la misma velocidad con la que se popularizan, y no sólo en Grecia y en España. Son discursos que vimos estallar anteriormente (recordemos las secuelas de las neoliberalizaciones de las economías latinoamericanas en los 80 y 90 y sus funestos resultados sociales), pero que siguen regresando; la primera vez como tragedia; y la segunda, aún como tal.

Este mes, entonces, me veo diciéndome que lo que queda es, por lo menos, intentar vencer el cansancio y el aburrimiento. Tal vez quedarse con el cinismo, abrazarlo. Intentar que no sea uno desmoralizante. Intentar que sea un cinismo de potencias, un cinismo curioso, extrovertido. Tal vez uno que nos lleve a reunirnos, a conversar, organizarnos y, ojalá, hasta a hacer. ¿Cinismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad?

charleston, una columna

Esta columna apareció el 26 de junio del 2015 en El Nuevo Día.



En un manifiesto virtual, el asesino de Charleston dijo que le nació la conciencia, llamemos así su aparato vil, tras el asesinato de Trayvon Martin. Trayvon, que significativamente sería contemporáneo del asesino, fue finiquitado un febrero del 2012 tras un altercado con un guardia de palito privado que lo enfrentó por considerarlo de apariencia nebulosa (negro).
El revuelo mediático y la subsiguiente conversación sobre racismo sistémico llevó al asesino a Internet y a explorar la circunstancia de “su raza”. No fue su relación con la gente de color que conocía personalmente lo que le llevó a su radicalismo, dice, ya que con ellos siempre se llevó bien, sino que se radicalizó ante datos históricos, estadísticas y discusiones que encontró en Wikipedia y otras páginas.
Allí descubrió la amenaza a la “raza blanca”. Especialmente, a la raza blanca pobre, la que no tenía dinero para huir, la que era doblemente asesinada a manos oscuras, y extorsionada a manos judías. Allí descubrió que gran parte de sus clases de Historia habían sido falsas: que la historia de la esclavitud, del racismo, y del país, había sido distorsionada, etcétera.
En fin, tenemos que entender que lo del asesino de Charleston no es un radicalismo anacrónico. Es lo contrario: una irrupción de un terror muy contemporáneo, muy de la Web 2.0, muy de Fox News, muy del desmantelamiento del sistema de educación presente.
Un terror forjado en las brasas de las dos crisis del siglo XXI estadounidense: el golpe a la impenetrabilidad nacional que fue el 9/11 y el golpe a la estabilidad económica de la Gran Recesión. Es de estas dos crisis, también, que surgen los dos lados de la moneda que caracterizó la niñez y adolescencia del asesino. Cara: el apoderamiento derechista del Tea Party, y su influencia en la política “mainstream”. Cruz: la presidencia de Barack Obama, y su influencia en las conversaciones sobre raza que han ido entrando a la discusión pública.
Es importante tener todo esto en cuenta. Aunque sea sólo por reconocer los visos de nuestra época.

domingo, junio 21, 2015

Válidos para amar, Rey Andújar a propos de Dicen que los dormidos

Acá cuelgo un ensayo/reseña que escribió Rey Andújar a propósito de Dicen que los dormidos. Originalmente salió publicado en Acento, el 6 de junio del 2015.


Entre el deseo y el espasmo,entre la potencia y la existencia,entre la esencia y el descenso,está la sombra.T.S. Elliot, The Hollow Men

Admito que esta columna va escrita con retraso para retractarme de inmediato porque ¿de qué otra cosa está hecho el mito sino de tiempo? Digo que son palabras tardías porque hace bastante recibí Dicen que los dormidos de Sergio Gutiérrez Negrón y al entrarle a la novela, empecé a escribir junto con la lectura, más o menos al galope. Hay novelas que reclaman relecturas y esta es una de ellas. Los temas que aborda son por momentos tan tiernos y escalofriantes que obligan a dejar el cuaderno de notas a un lado y entregarse de cabeza y sin red. Dejé de escribir y me puse a gozar. Por eso me he tardado.
Leo esta novela, galardonada con el Premio del Instituto de Cultura Puertorriqueña 2014, como un cuento de terror, primero por el tono y segundo por el tema. La narración se lleva primordialmente en segunda persona, con una cadencia que a mí me suena a murllido (murmullo+aullido), con notas definitivamente bajas, en una mezcla de sala de espera y funeral. Me hace recordar un libro de Hitchcock que leí mucho en mi adolescencia, Historias para despertar la noche o algo así decía la traducción. Perdí ese libro en un viaje, luego lo recuperé en el viraje, durante mis clases de cine en California, solo para volverlo a perder. Finalmente he dado con el texto hace un par de años aquí en Chicago.
El suspenso tiene dos variables indispensables, que son el tono y la dosificación; hablo de la preparación de cierto estado, precario digamos… El lado tenebroso de la fragilidad. En cuanto al tono, el narrador de suspenso siempre vacila y esa vacilación para quien escribe ficciones es gasolina. En esta novela se vive en un estado de violencia que causa estrés y tensiones que llevan al exceso. Ahora mismo paro en seco para aclarar que esta novela no tiene nada que ver con el cinismo deliberado de los que aprovechan el presente o abusan de la autoficción para hacer sus inventarios de Sucesos. La copia amarilla de la copia. No. Sergio consigue instalar este terror a la par de un lenguaje de alto nivel artesanal. Se me ocurre así rápido, una aleación entre Angelamaría Dávila y Luis Rafael Sánchez, el lenguaje de la carencia y querencia Caribe, pasado por el filtro de nuestra violencia particular. Quienes lean este libro se darán cuenta que Gutiérrez Negrón no exagera un chispo en sus descripciones del narco-paisaje de San Juan.
Desde las primeras líneas, hay un sopor y un misterio que conquista. Esta parte es el planteamiento, la mis en place. Principalmente, esta es la historia de dos hermanos. El mayor cae, por equivocación de unos sicarios, en un atentado. El menor trata de reconstruir mediante recuerdos, conjeturas y noticias, el trágico acontecimiento, Tienes dos rotos en tu costado, tres en tu brazo y uno que cruzó tu oreja izquierda y te dio en la cabeza… tu pie pisa el acelerador.
La víctima sobrevive al ataque pero acaba en un coma profundo. Adelanto también que esta es una novela de la hermandad de dos artes, ya que uno pinta y el otro escribe. El pintor pinta puentes. Quiero creer que el hermano que escribe a su vez escribe puentes. Esta figura es la metáfora de la imposibilidad de conciliar. Se fracasa siempre al hablar de lo que se ama, repetía Borges. Contando la historia, el escritor informa al hermano de su propia vida, y su relato es también la manera de reinventar y aferrarse a la familia, institución agonizante de la sociedad, como ha buenamente apuntado más de un sociólogo.
En un excelente planteamiento narrativo, el hermano menor queda como la voz que enlaza la vida y los gestos familiares; este relato incluye a la novia del herido, como si el menor tuviese que enamorarse de la muchacha para contarla bien, para que el hermano vuelva  a enamorarse. Eso está genial. La nota triste se instala cuando todos descubren que no pueden resguardarse de ese estado de coma, que deben resignarse al avance a paso amargo. A cualquiera le toca. En cuanto a ser testigo de la violencia, recién Teju Cole aclaró en su columna del New York Times que nuestra conectividad nos permite ser testigos de actos violentos como nunca antes. Ya sean decapitaciones del narco o del terrorismo, o un policía disparando a mansalva al desarmado… Violentos también son los discursos y acuerdos políticos en donde brilla la ironía y la mentira del descaro.
Par de páginas después el muchacho despierta Como un animal extraño, de otro planeta, que se ha alejado demasiado de su nicho. Este despertar es una alegría pero representa un problema, porque quien regresa del coma es una suerte de alienígena familiar. La novela triunfa porque al narrar estos sucesos en segunda persona se consigue una pasmosa intimidad que en mi caso se tradujo en morbo: por un lado está la historia de esta familia boricua, espacio privado o sagrado que el lector invade gracias a la propia violencia: trauma que supone una ruptura y por esa brecha pasamos a ser juez y parte. Uno puede llevarse las manos a la boca y exclamar sorpresa o rogar a una virgen, tanto por esa familia como por la nuestra, porque en cualquier lugar de nuestra América puede darse el caso. Quien anda por las calles de Santo Domingo, del Bronx o Medellín puede contar con una bala, no hay que andar en malos pasospara que te desgracien en una esquina, una bodega o una autopista.
Como un lector que escribe relatos, quiero insistir en las maneras que esta novela utiliza para ilustrar el amor fraternal. En una ciudad dividida por el hecho de sangre, el vaso sanguíneo que une a los hermanos también los encuentra en diferencias, silencios y negaciones que solo harán más fuerte la relación. Esta escritura anima el recuerdo de algunos relatos de Junot Díaz, tanto deDrown como los de This is how you lose her, en donde pueden estudiarse los intercambios entre Rafa y Yunior. Si uno hace un viaje a través de la escritura de Junot encontrará que en la relación de estos hermanos hay un asunto de superioridad, tanto por antigüedad como por skill; y también está, fuerte y clara, la cuestión de la salud, que saca de balance el asunto del seniority y deja establecida la ambigüedad que hace interesante el relato, que lo saca fuera de lugar.
El que haya leído Palacio del mismo Sergio, publicada por Agentes Catalíticos, encontrará guiños de aquella en Dicen que los dormidos. La escena de este entrecruce es interesante, ya que es una conversación del hermano escritor con Laura, la novia del hermano que ha despertado. Se juntan en un bar de Nueva York -ciudad neutral- durante un concierto de la jazzista Willow. El tiempo ha pasado y estos dos testigos de la violencia, como propiamente se autodenominan, repasan el inventario de las heridas y los errores. No culpan a nadie. La poesía está en mirarse rotos pero amables, válidos para el amar.

miércoles, mayo 27, 2015

bipartidismo, una columna

Imagen de Kike Estrada.
El horizonte que ofrece el bipartidismo, como bien sabemos en esta isla, es uno caracterizado por la supuesta inexistencia de otro tipo de política. El bipartidismo dice que solo hay una medida posible, y propone dos modos para administrarla.

Se trata de un sistema y una visión de mundo sardónicos, que gira en torno a la producción y la aceptación de lo contingente como lo necesario. Es decir, el bipartidista parte de la creencia profunda de que no hay hoy ni habrá mañana otra opción. Así, impone y fija límites indudablemente arbitrarios al horizonte de su imaginación política, a través de lo cual incluye y excluye otro tipo de posibilidades, opiniones y acciones políticas. Lo raro o conveniente de la movida bipartidista es que termina naturalizando la falta de horizontes de la que parte, que propone, y que le permite operar como lo hace.

El domingo en España, Ada Colau y Manuela Carmena alcanzaron el éxito en las urnas electorales, y con él las alcaldías de Barcelona y Madrid, respectivamente, rompiendo con un cerco bipartidista. Las candidaturas de Colau y Carmena son interesantes para la situación puertorriqueña de hoy porque se articularon en torno a críticas incisivas a la austeridad como pauta neoliberal, ya sea entendida como abstracción ideológica o como práctica dura y material (que toma la forma de los desahucios y desalojos, corrupción financiera, ataque al proceso democrático, etcétera). Pero también son interesantes porque Colau y Carmena implican una crítica paralela al bipartidismo como maquinaria y como política. Porque parten de la premisa de que el bipartidismo no es nada más ni nada menos que pobreza de imaginación.
Esa parece ser la lección práctica de cierta política periférica europea reciente: aceptar la pobreza del bipartidismo no es una conclusión, sino el primer paso para la expansión de los horizontes del debate y lo común, de la devolución a lo público de esa tarea central a la política que es la imaginación.

sábado, mayo 16, 2015

alta cultura, cultura de masas, y desembuchar un rifle en un concierto como metáfora para hablar de literatura y política

lecturas sueltas de esta semana

1. El estado de la cultura 10.Ignacio Sánchez Prado, en HORIZONTAL.

La revista Horizontal, de México, lleva un tiempo publicando una serie de “entrevistas” (o de cuestionarios), a una variedad de críticos de la cultura. El número diez le tocó al crítico mexicano Ignacio Sánchez Prado, quien no sólo es un lector increíble sino también un amigo. Sus respuestas todas anuncian el tipo de trabajo crítico e intelectual que lleva a cabo—un enfoque a lo institucional en el arte, sea cual sea, y a la lectura cuidadosa de obras y contextos, etcétera. Entre sus respuestas, la más que me gustó, y que me parece apta, es la que le da a la pregunta de “¿Tiene sentido todavía la dicotomía entre ‘alta cultura’ y ‘cultura de masas’? ¿Por qué?”. Esta pregunta normalmente es despachada de un manotazo fundado en un populismo que se canta democrático y que aplana tales distinciones de un modo que mucho tiene de político, pero muy poco de descripción real de las prácticas y objetos culturales. Nacho, por el otro lado, la responde de otro modo: la distinción entre “alta cultura” y “cultura de masas’, dice,
Tiene sentido en la medida en que la distinción refiere  a medios distintos y a prácticas sociales distintas. Pero no la tiene como criterio de valor, porque no hay relación necesaria entre un género o medio específico y el valor o densidad estéticos. Si se hace un mapa al vuelo de la cultura norteamericana actual y sus producciones más valiosas, uno puede por supuesto citar literatura experimental (como la novelística de Tom McCarthy o la poesía de Charles Bernstein), pero también importan libros de circulación masiva, como Gone Girl, que es una gran novela sobre la crisis económica de 2008 y que fue llevada por David Fincher al cine.
Aunque parecería ser un gesto sencillo, el constatar la diferenciación en tanto prácticas e instituciones entre distintos modos de cultura, hace posible un estudio de objetos culturales “populares” que no cae en el populismo, o en la batata moralista de la lectura recia de los peores tipos de cultural studies (representations of x and y in w and z). Creo que el mejor ejemplo de esto lo lleva a cabo en su libro Screening Neoliberalism, que estudia el desarrollo de la comedia romántica en México institucional y artísticamente. Lo chévere de las lecturas de Nacho, es que tienen sentido tanto para críticos como para creadores. Es decir, leyendo crítica literaria (que es la que me interesa normalmente) muchas veces me encuentro con argumentos que, en tanto académico, me hacen sentido; pero en tanto creador, me hacen pensar que el crítico en cuestión no entiende la literatura en tanto práctica o institución artística inserta en tradiciones, redes sociales, etcétera. Acá Nacho explica más abstractamente su comentario en torno a “alta cultura” y “cultura de masas”:
Dicho esto, me parece esencial observar que, si se toma en serio la idea de que tanto la “alta cultura” como la “cultura de masas” producen registros estéticos importantes, hay dos consecuencias inescapables. La primera es que, como críticos de la cultura, tenemos la obligación de entenderlas todas y no operar desde descalificaciones a priori de prácticas completas (como sucede con frecuencia con el “arte contemporáneo”). Todas las prácticas y medios tienen practicantes brillantes y mediocres, pero juzgar la práctica entera basados en lo mediocre es equivocado e, incluso, deshonesto. Si yo dijera que la poesía mexicana debe tirarse a la basura toda porque la mayoría de sus poemarios son malos, narcisistas, aburridos o lo que sea, se pegaría un grito en el cielo. Pero hay gente muy cómoda diciendo que el arte contemporáneo no sirve porque hay artistas que hacen bobadas en museos. El crítico serio de la producción actual no puede darse el lujo de ser prejuiciado.


La segunda consecuencia, difícil de aceptar para muchos, es que nadie puede llamarse a sí mismo una persona culta si solo conoce la alta cultura. El ser “culto” en nuestros días es más difícil que antes porque hay muchos más géneros que atender (muchos de ellos en la cultura de masas) y una persona que no ve televisión o que no conoce la música pop no es más culta que una persona que no lee literatura o que no le gusta la ópera. Yo creo que a aquellos que tenemos el privilegio (porque ser culto es un privilegio de clase en una sociedad tremendamente desigual de la que nos beneficiamos nos guste o no) de acceder a la cultura tenemos la obligación de conocerla tout court, sin la coartada de nuestros prejuicios o sensibilidades. Si algo nos enseñaron los estudios culturales, tan denostados en nuestro país por lo mal entendidos y estudiados que han sido en el medio literario, es precisamente que el culturalismo no es un relativismo. Más bien, tenemos que conocer todo lo que se produce para de ahí poder valorar.

2.The Gunshot Concert, por David Marcus, en DISSENT.

En este breve ensayo que sirvió de introducción a un número de DISSENT sobre literatura y política, David Marcus lleva a cabo un esbozo rápido de la relación entre literatura y política. Comienza, por eso del gancho, llevándonos al París del 1935, en el que, ante la amenaza presentada por la ascendencia NAZI, se celebró el Primer Congreso Internacional de Escritores por la Defensa de la Cultura. El congreso atrajo a un ramillete de más de doscientos y pico de escritores de casi treinta y tantos países a la sala de la Maison de la Mutualité a disertar en torno a asuntos como “el rol del autor en la sociedad”. Ellos también buscaban, a grandes rasgos, pensar la relación entre literatura y política. Imagino que el congreso fue sendo party de sentencias y grandes palabrotas, asistido por Anna Seghers, Bretcht, Robert Musil, E.M Forster, Victor Serge, Breton y Eluard, los surrealistas, etcétera. Según Marcus, el asunto “lasted five days and its speeches tallied to several hundred pages. Its aim was to turn the cultural philistinism of the Second International on its head—to demonstrate how literature and politics were entwined—and it concluded with Gide’s spirited call to arms: his demand for a new littérature engagée to seed a world revolution”.

En el congreso, se tocaron muchos de los puntos inevitables en tal discusión, y muchas de las respuestas que escuchamos aun hoy en día. Gidé y muchos escritores del congreso, nos dice el autor, coincidieron en que la novela debía ser el sitio de la crítica social—“a kind of hybrid of Marcist political economy and Victorian social realism that we often now call the ‘social novel’ (or sometimes the ‘naturalist novel’)”. Mientras, los surrealistas insistieron que lo radical de la literautra se hallaba en lo cortante de una expresión que revelaba lo absurdo de la vida cotidiana, y no tanto en su capacidad de representación. A estos dos, Marcus le añade la novela política a la Malraux o Hemingway, una novela política que no estaba comprometida con una ideología en particular, pero que narraba el camino hacia una: “they documented the drama and traumas of radicalization: the heated escitement and numerous dissapointments of political action”.

Marcus continúa diciendo que si hay mucha literatura a la Gidé y a la los surrealistas, no hay tantas al estilo de Malraux y Hemingway. Habla, por supuesto, de la literatura estadounidense, de la cual dice: “With rare exceptions, contemporary American literatura has limited itself to sociological inquiry or formalist experiment instead of mining the murky depths of political commitment”. Esto quizás sea el resultado de los fracasos que nos legaron Dos Passos, Mary McCarthy, Saul Bellow y Ralph Ellison. Tras los fracasos de la posguerra, “the novel was now an atlas of self-doubt and abnegation. Rather than narratives of radicalization, we now had dramas of disillusionment: declarations of political independence. As Lionel Trilling put it in his own novel of midcentury disillusion, life in America was “no longer a matter of politics.”” Ante este panorama, Marcus presenta una serie de preguntas que no busca responder él, pero se las deja a los autores que participan en el número—hace unas semanas comenté uno de estos, el ensayo de Niki Saval sobre la novela de la oficina estadounidense. El número entero es buenísimo.



domingo, mayo 03, 2015

descender a la violencia, angeline y la música de la montaña, hostos y los vaqueros, Bruno Soreno y la pragmática del mal, la religión de marylinne robinson, y la oficina de bartleby

Lecturas sueltas de esta semana

1. Descending into Violence: Keywords for the Age of Austerity 18, KEYWORDS FOR THE AGE OF AUSTERITY, por John Patrick Leary

A través de su página, John Patrick Leary lleva un tiempo recopilando conceptos claves que han venido a formar el tejido ideológico de nuestra época. Muchos de estos son conceptos “inocentes”, que vienen desde el mundo de los negocios, y que se han anclado en el registro político del presente. Como dijo en su introducción, en el primer concepto hace un tiempo, se trata de un “vocabulary of inequality”. En el más reciente, aunque no es tanto un concepto del mundo de la economía, y motivado por los recientes eventos en Baltimore, Leary escribe sobre “el descenso a la violencia” como concepto para describir las protestas, manifestaciones, y motines recientes alrededor del mundo. Lo interesante de su arqueología es que se trata de una frase o concepto que se popularizó en los 1990s, pero que, en inglés, apareció en los periódicos alrededor de la década anterior, los 1980s. El concepto normalmente se utiliza para clasificar las protestas y manifestaciones en “buenas” y “malas”, atándolas a unos “good 60s” y unos “bad 60s”. Va de la mano con la sanitación del mito de Martin Luther King Jr. y la presentación del movimiento de los derechos civiles en este país como uno “respetuoso”, en el que el “nonviolent direct action” de King se presenta como “peaceful protest”. Como dice Leary, el movimiento de King no era pacífico ni era peaceful protest, “if by ‘peace’ we mean the public order and complacency that direct action is determined to upset”.

Aunque parecería que este siempre ha sido el caso, Leary señala como la cobertura mediática de las manifestaciones y las protestas de los 1960s, aunque sí estaban plagadas por la amenaza y el peligro de la violencia, la violencia no surgía como una perversión de la manifestación o la protesta, sino como “the expected order of militant protests, rather than a deviation from a respectable norm”. Leary lo muestra con cortes de periódicos de las supuestas “protestas pacíficas” de King. En otras palabras, que las protestas militantes se hicieran violenta o destructivas, se comprendía como parte del protestar. Esto no quiere decir que se aceptaba y aplaudía, sino que una protesta se tornase violenta o destructiva no hacía que se le desvirtuara en tanto protesta. Un cambio sutil, pero importante. ““Descending into violence” thus rests on two words that cry out for explanation: what is “violence,” and if we’re descending into it, what are we descending from?” 

2. Angeline the Baker, en REMEMBERING THE OLD SONGS (Inside Bluegrass), por Lyle Lofgen.

Ayer sábado estuve en la plaza del pueblo donde vivo ahora mismo (Oxford, OH), en el Farmer’s market, primero, y, luego, escuchando una bandita de bluegrass, o, como le llamaron ellos, “mountain music”. Todas las canciones son canciones viejas, “folclóricas”, de los Apalaches, y las comenzaban con un breve relato, y más o menos una historia de quién la recopiló, etcétera. Esta me dio curiosidad, la googlié, y me senté a leerla. Como dijeron los músicos, la canción la popularizó (o publicó) Stephen Foster, quien aparentemente vivió en Cincinatti, acá cerca, hacia el final de su vida. Foster fue, según Lofgren en este artículo, uno de los primeros compositores de música pop. Esta canción en particular la publicó en 1850, y lo que me pareció interesante, que contaron los músicos, fue que originalmente la Angelina Baker de la canción de Foster era parte de su nostalgia del antebellum, “even while the south still used slavery”. Como escribe Lofgren, “He cranked out lots of songs about de good ol’ days on de ol’ plantation”. Por lo tanto, la primera versión, Angelina Baker era una canción de amor minstrel, en “pseudo-negro dialect” que trataba del mal de amor de un esclavo enamorado. Esta versión, sin embargo, que no fue la que cantaron, se deshizo en el proceso de pasar de boca a boca hasta que terminó como “Angeline the Baker”, una versión de Uncle Eck Dunford (1878-1953), en la que desaparecieron las referencias a la esclavitud, y Angelina se hizo Angeline, no ya apellidada Baker, sino ahora una “baker”, en tanto oficio. El mal de amores sigue ahí, ya no tanto la explotación.

Otro dato interesante que no sabía porque no sé nada del bluegrass, es que: “The birth of national interest in mountain music is usually dated to the 1927 Bristol (Tennessee) Victor recording sessions by Ralph Peer, resulting in such phenomena as Jimmie Rodgers and The Carter Family. Less well known is that Ernest Stoneman of Galax was Peer's local talent scout. Stoneman's own recordings became very popular, but the other musicians he brought in are as interesting as the ones who became stars. Uncle Eck recorded at the second Bristol session, in October, 1928. His name wasn't a sobriquet like "Uncle Dave Macon." He was literally Uncle Eck, having married an aunt of Ernest's wife Hattie.”

3. Hostos y el Far West, en 80 GRADOS, por José Anazagasty Rodríguez.

Un ensayo bastante chévere por lo que tiene de curiosidad histórica. Desde que leí, hace algunos años, Train dreams (2012) de Denis Johnson, que se lee como una oda gótica a la cultura desaparecida del oeste, y, luego, Butcher’s Crossing (1960) de John Williams, he estado atraído a la cuestión del Lejano Oeste, especialmente considerando que mi tesis doctoral terminó siendo de la segunda mitad del siglo XIX. En este ensayo, todo esto choca brevemente con Hostos, y sus ideas evolucionistas de progreso. Lo curioso es que, por un lado, dice el autor, Hostos no objetaba que se civilizara a los nativoamericanos, ni que los fuertes vencieran a los débiles, sino que los fuertes vencieron a las razas inferiores siguiendo “la conducta ignominiosa de los bnadoleros de mar, para quienes el dolo, el engaño y la violencia son medios necesarios en cada arribo a territorio de salvajes”. Estados Unidos, decía Hostos en un ánimo arielista y enfocado en la cuestión moral, no siguió el orden natural, sino que toda la colonización del Lejano Oeste fue producto del egoísmo estadounidense. “Para serees de razón”, dijo Hostos, “civilizar no es desolar; civilizar no sustituir la población de un territorio con los advenedizos que ponemos en lugar de ella. Civilizar es proceder con alta razón, con entera y benévola conciencia…”. Habría sido interesante poner a Hostos a conversar con los argentinos de fin de siglo, a ver qué tal le iba. Como dice el autor, Hostos utilizó el Far West para diferenciar entre progreso material y progreso moral.

4. Puerto Crítico con Juan Carlos Quiñones (Bruno Soreno), en PUERTO CRÍTICO, por Juan Carlos Rivera Ramos y Miguel Rodríguez Casellas.


En el pasado año y pico, el mundo cultural puertorriqueño se ha enriquecido con la aparición de Puerto Crítico de Juan Carlos Rivera Ramos y Miguel Rodríguez Casellas, y Utopística de la Universidad del Este y Manuel Almeida. En este episodio del primero, entrevistan a Juan Carlos Quiñones (Bruno Soreno), en torno a su último libro, Bar Schopenhauer. La verdad es que apenas hablan del libro, sino que hablan de varias otras cuestiones interesantes: la relación entre literatura y filosofía, política, etcétera. Aunque sólo he escuchado como la mitad de todos los números que han sacado (y ya van casi por cien, creo), este ha sido el mejor episodio relacionado a la literatura y lo literario. Hablan de muchísimas cosas, pero hay varios planteamientos interesantes, como el que Juan Carlos Quiñones hace con respecto a que quizás puede sólo escribirse desde la ciudad, sea cual sea el tema final de la obra—la ciudad como condición de posibilidad de la literatura, creo que dice.

También Juan Carlos habla de su interés por la zona sucia de la ciudad, la zona destruida, y allí de la relación entre literatura y filosofía. En este interés, Quiñones me recuerda mucho al mexicano Guillermo Fadanelli, que justo recién sacó una novela el año pasado titulado El hombre que nació en Danzig, que se ocupa de Schopenhauer, la ciudad, y el basquetbolista Magic Johnson, entre otros. En cuestiones más locales, y quizás sólo en cuestiones de “ars poetica” sería interesante comparar las ideas (si no la obra) de Quiñones con la de Eduardo Lalo y la aún-presente Mara Negrón. Los tres, de modos distintos, intentan pensar la relación entre literatura, filosofía y la ciudad, desde diferentes coordenadas. Uno podría decir que la diferencia entre Lalo/Mara Negrón (en Cártago) sería que donde los primeros son hieráticos, Quiñones es un poquito más gozante. Hablando de otro tema, en la entrevista, Quiñones mismo aborda esto.

Otros temas interesantes que se tocan es la idea de la política puertorriqueña actual como “pragmática del mal”; un tipo de gestión inmoral o administración colonial canalla. Eso bien puede pensarse de la mano con la política neoliberal como pragmática, como una maquinaria que en sus mejores malvados momentos de crisis no se ciñe a ideologías, sino a lo que le es útil y le garantiza su supervivencia—recordemos brevemente el año keynesianista 2008-2009 que antecedió a la orgía de la austeridad.

También notable es cómo Quiñones se escabulle de lo que Rodríguez Casellas reconoce como su propio tremendismo trágico en su account del momento político puertorriqueño; y, por otro lado, el despliegue de historia literaria reciente que hace Quiñones en su contextualización de la obra de Eduardo Lalo y la literatura puertorriqueña de los pasados veinte años, lo cual le permite evitar la sentencia y el sound clip y realmente ofrecer un insight que a veces desaparece en la historia personalista del presente cultural.


5. Marylinne Robinson’s Lila: an exquisite novel of spiritual redemption and love, en THE WASHINGTON POST, por Ron Charles.

He estado leyendo a Robinson desde finales del año pasado, especialmente sus últimas tres novelas, que son tres reflexiones sobre la religión y la redención. Justo esta semana terminé la última, y estaba leyendo reseñas y artículos críticos como para localizar mis ideas. Lo raro de Robinson es que es una autora muy religiosa, que escribe novelas muy religiosas, pero sumamente duras. Quiero escribir un ensayo más extensos sobre ellas. Creo que lo increíble de GileadHome, y Lila, las tres novelas de Robinson que ocurren en un pueblo rural de Iowa, es que precisamente que Robinson participa de un cristianismo “ilustrado” en una época caracterizada por el cinismo, el fanatismo, y la ironía. Por esto, su visión teológica del mundo se entiende a sí misma como una ideología entre muchas. Si escribo el futuro ensayo, que se trataría más que nada sobre el regionalismo mexicano-estadounidense-canadiense post-1994, la tesis sería que en una serie de autores contemporáneos (Robinson, Daniel Sada, Train Dreams de Dennis Johnson) se podría argumentar que, en ellas, todo el mundo es región, y toda ideología, religión.

6. BARTLEBYS ALL!, en DISSENT, por Nikil Saval 

Este ensayo contextualiza y analiza las representaciones de la oficina en la literatura estadounidense del siglo XX-XXI. Obviamente, comienza con Bartleby. Para Saval, en Bartleby se encuentran todos los tropos (sobre la enajenación del hombre moderno) que se seguirán explorando a través del siglo, hasta llegar a hoy en día. Pasé los pasados dos años investigando la historia de la idea del trabajo en México, y también escribiendo una novela, que justo estoy a punto de terminar, sobre (uno de los) trabajos part-times (que tuve por mucho tiempo), de modo que el tema de este ensayo me toca la llaga. En breve, la tesis de Saval es simple, pero, quizás por eso, no tan obvia: la literatura del trabajo, en este caso del trabajo clerical de la oficina, no se ocupa del trabajo per se, sino de las emociones y la política social en el trabajo: “Office fiction is deliberately and narrowly construed as being about manners, sociability, gossip, the micro-struggles for rank and status—in other words, “office politics”—rather than about the work that is done in offices.” 

Me pregunto si lo opuesto es posible. De hecho, me pregunto si ese espectro de actividades que alisamos bajo la categoría de “trabajo” puede narrarse sin por esto dejar de ser sobre el trabajo como actividad y pasar a ser más sobre los relatos culturales con los que imbuimos la actividad humana con significado. Para mí, la respuesta es que no. Creo que Saval se choca con el mismo impasse, pero no se da cuenta. Al final del ensayo, el autor rebobina, y cambia la tesis sin decirlo, y dice que la novela que busca es una en la que las personas hablen de lo que hacen todo el día y cómo se sienten sobre lo que hacen—más o menos lo que dice que ya hacían las novelas. Al fin y al cabo, creo que lo que Saval busca es una representación del trabajo que no sea moralizante—y, en tanto la enajenación parece ser la coordenada central de la literatura sobre el trabajo, es imposible que no lo sea. Es difícil: el trabajo en tanto tal lleva demasiados siglos casado a la moral. Claro, entiendo a Saval. Creo que tanto mi novela como mi tesis doctoral parten de un intento similar de entender el trabajo tal y como lo he vivido en todos los trabajos pendejos que he tenido—en los que, a veces, hay placer en el hacer. En otras palabras, creo que lo que Saval quiere es una representación realista, casi fenomenológica del trabajo, que, por un momento, olvide la perspectiva macro de la política económica, pero que posibilite repensar la micropolítica (del trabajo). Yo también. Creo que mi novelita intenta esto, y, como toda novela, fracasa. Pero así es la vida.

sábado, abril 25, 2015

el mito de la destrucción editorial, literatura indigena, la novela neoliberal, mariano azuela en texas, la lectura distante, el marxismo de barthes, y el kindergarten de la teoría

Lecturas sueltas de esta semana.

1. Two For Tuesday: Is The Publishing Industry Doomed?, en MELVILLE HOUSE, por Mark Krotov & Alex Shephard

Melville House es una editorial gringa que me gusta mucho, y semanalmente ponen unos de estos ensayos conversados en los que se discute de todo. En este, discuten el mito de la supuesta destrucción del mundo editorial americano. Para Shephard, el discurso sobre tal destrucción es un mito, aunque en parte cierto: sí, muchas librerías cerraron en la pasada década y siguen cerrando, pero a muchas otras le va mejor que nunca. Claro, Shephard está de acuerdo con una crítica a la industria, pero como el éxito de su editorial ha probado, hay que hablar con cuidado y aclarar realmente que la supuesta destrucción ha sido un cambio, quizás para bien. Los discursos de tal destrucción, que van de la mano con los elogios ciegos y libertarios al ebook, no son más que un futurismo libertario en el que la tecnología cambia todo. El punto principal es que, aunque mucha gente que reproduce el discurso lo hace inocentemente, es uno que ha sido espoleado por Amazon, principalmente. Acá la cruz de su argumento, muy dura:

"The most important thing about this narrative is that it internalizes a technolibertarian idea about labor: namely that it doesn’t matter in the digital economy. Few people understand the amount of work that goes into making a book a book—not just the rounds of edits and copyedits, but the packaging, marketing, and publicizing—and that ignorance is particularly well-suited to an ideology that doesn’t give a fuck about work. The promise of digital is to make products available instantaneously at very low costs and that’s a promise that publishing—which requires an enormous amount of labor—isn’t particularly well-suited to meet. Books cost what they do in large part because people make them and devaluing that labor—no matter what you think about “elasticity”—is a mistake."




2. ¿Literatura? ¿indígena?, en Letras Libres. Por Yasnaya Elena Aguilar Gil

"La literatura, como se ha dicho ya bastante, es un fenómeno cultural e históricamente determinado. La literatura es solo una entre las muchas posibilidades de aquello que el lingüista ruso Roman Jakobson llamó función poética, una función que, al igual que las otras funciones pueden ejercer todas las lenguas del mundo. Solo podemos llamar literatura a aquello que se produce ejerciendo la función poética en la tradición occidental, obedeciendo sus principios de producción y distribución, utilizando sus géneros, publicando e insertándose en el sistema de formación del canon, independientemente si esto se realiza en rarámuri, francés, mixteco o español. Por otro lado, no me parece necesario que, desde esta tradición, haya que validar las otras maneras de ejercer la función poética en otras culturas o en otras épocas llamándolas también literatura. En ese sentido, etiquetas como “literatura prehispánica” me parecen un total despropósito. Las narraciones mixes de tradición oral no son literatura y no está mal que no lo sean. Son, eso sí, una muestra de la manera en la que se ejerce la función poética en esta lengua."


3. THE PLUTOCRATIC IMAGINATION, en DISSENT, por Jeffrey J. Williams

Este ensayo es un poco mongo, y del año pasado, pero intenta pensar lo que el autor llama la novela neoliberal americana. Según Williams, desde más o menos los noventas surgió una novela en la que lo político se presenta como el dominio de las finanzas y de los súper ricos. Esta novela pasó de la novela política anterior, en la que se buscaba exponer lo que el gobierno formal intentaba esconder debajo de la superficie, a una novela clasemediera en la que el gobierno sobra,  y el enfoque está en la plutocracia que ha reemplazado la democracia. Los autores a los que se refiere son muchos, pero los que he leído y son más conocidos yo diría que son Franzen, Egan, Eggers, O'Neill.

Williams pasa a argüir que esta novela neoliberal pasa de una alegoría moral a un realismo resignado, en el que la conspiración no se molesta en esconderse. En vez de rabia o activismo ante la injusticia y la desigualdad, son novelas desencantadas y menos "oppositional". Williams termina arguyendo que quizás esta ola comienza a deshacerse ante el surgimiento posterior de la novela del 9/11, que aunque extiende mucho de lo ya descrito, invierte "the politics of the super-rich: if the neoliberal novel displays a world in which wealthy individuals dominate political power and there is no procedural recourse, then the only political option is not collective action but the individual action of the terrorist. The terrorist is the dark side of the Randian hero, fulfilling, even if perversely, the logic of neoliberalism. Like Vin Haven’s brand of politics, it is a vision that vacates democratic possibilities, although it despairs of them rather than overrides them."

Claro al hablar de la novela neoliberal, todas las escogidas son escritas por blancos. Si se incluyeran todas las variantes de la supuesta "ethnic" fiction, la clasificación habría que extenderla a cierta celebración multiculturalista, cierta supervivencia de los upward narratives y de la fantasía de clase media en la literatura de minorías americanas (que justo los autores reseñados por Williams creen que se erosionan). Estas son igualmente cómplices con el momento neoliberal, pero incluirlas, no sólo complicaría el retrato del neoliberalismo, sino que además podrían resaltarse los horizontes positivos que abre el neoliberalismo, y que normalmente son ignorados porque complicarían la crítica. Estos horizontes no desarticularían para nada la crítica del neoliberalismo, pero sí podrían ayudarnos a entender mejor sus mecanismos.


4. MARIANO AZUELA AND THE “BROWN SCARE”, en LITERAL, por Robert McKee Irwin.

Una breve ponencia que diserta sobre lo que sucedía en El Paso y en la frontera durante los años en los que Azuela publicó Los de Abajo. Aunque no se registra en la novela, en la que el pueblo estadounidense aparece como santuario, la época estuvo marcada por una atmósfera de paranoia y el miedo de una eventual invasión mexicana (el Plan de San Diego, Texas) a los Estados Unidos.

5. AFTER CLOSE READING, en THE NEW RAMBLER, por Jonathan Freedman

Este ensayo repite muchos de los argumentos hechos a favor y en contra de lo que Moretti ha llamado lectura distante (no sólo él, también lo han llamado lectura de superficies en la revista arbitrada Representations). La premisa básica de Moretti es pasar de la lectura y en análisis quisquilloso del close reading, a su opuesto, un análisis que utiliza nuevas tecnologías para hacer grandes argumentos de todo lo que ha sido publicado. Claro, todo lo que ha sido publicado que está digitalizado y que forma parte de X o Y archivo, etcétera, etcétera, etcétera. Ahí surgen muchos de los problemas. Si ya conoces los argumentos y todo el revolú, lo único central es su conclusión, que aunque he leído gente que la sugiere antes, aquí el autor la resume bien: "Moretti is quite helpful here; his polemical arguments for a practice that he does not—I would suggest, cannot--follow, reminds us that we need the virgin and the dynamo, as Henry Adams might put it, or both the ghost and the machine, as Gilbert Ryle, Arthur Koestler, and the X-files would insist, in order to grasp both the facticity and the uncanniness of literary statement.  And isn’t it that doubleness that drew us to it in the first place?"

6. THE MARXISM OF ROLAND BARTHES,  en The Charnell House, por Ross Wolfe

Una recopilación de textos y citas que contextualizan las posturas de Barthes con respecto al marxismo. Bastante chévere no sólo los relatos acerca del momento sesentoso francés, sino también de las trifulcas y bochinches entre corillos de izquierdas que recuerdan a las peleas ideológicas de la universidad--o realmente, de cualquier izquierda. A Barthes no le agradó el reguero 68, by the way.

7. 13 THINGS YOU DIDN’T KNOW ABOUT DELEUZE AND GUATTARI en CRITICAL THEORY por EUGENE WOLTERS

Si a Barthes no le tripió el 68 a todos los demas teóricos cita les du jour sí. Y cuando se acabó todo, se creó un recinto universitario para meterlos a todos. Lo que sigue es como de una obrita de David Ives:

"After the events of May ’68, Paris-VIII, also known as Vincennes, was created to be a refuge for radical students. A committee of 20 peoples that included Jacques Derrida and Roland Barthes set out to model Vincennes after MIT. Michel Foucault was named the head of the philosophy department.  While Deleuze could not initially work at Vincennes, he later joined a staff that was comprised of Alain Badiou, Jacques Ranciere, Jean-Francois Lyotard and Judith Miller.

If you wondered what could go wrong in a department filled with radicals and communists, the answer is everything. Students tore open ceilings to see “if the police had bugged the rooms” and matters of administration were often seen as fascist coups. Department members invited friends to teach classes, many of whom would not even show up for class.

When Ranciere and Badiou decided that “not showing up” was pretty good grounds to fire these teachers, the victims immediately declared it “a Bolshevik coup and alerted Deleuze and Lyotard, who saw it as the start of a witch hunt. ‘They organized a sort of hunger strike in Deleuze’s seminar.'”

And grades? Capitalist bullshit! Judith Miller openly declared “certain collective have decided not to grade students on the basis of written workers, others have decided to give a diploma to anyone who thinks they deserve one.” If you just thought “Hey! That’s something I shouldn’t openly announce to the public”, then congratulations, you’re right. The French government swiftly declared that the Vincennes philosophy department could no longer award national diplomas."


miércoles, abril 22, 2015

deuda, una columna

Esta columna apareció el miércoles 22 de abril del 2015 en El Nuevo Día

La primera mitad de la sesión de “concientización” financiera a recién graduados, de cómo pagar nuestra deuda estudiantil, pasó sin grandes sobresaltos. Sin embargo, a mitad de charla, mientras detallaba vías para apelar la posibilidad de la incapacidad de pago, el tono cambió. El flaquísimo facilitador sureño se volvió algo agresivo, y se interrumpió para decir que, pasase lo que pasase, “teníamos” que pagar nuestras deudas. No podíamos “no” hacerlo.
Hubo un silencio y el hombre continuó: tal vez algún día nos encontrásemos con problemas de salud, familiares, o laborales. Sin duda, estos reclamarían nuestros recursos. Pero nuestra responsabilidad primera, dijo, como si se sincerase, era para con la deuda. Una deuda, concluyó, “como bien sabíamos”, es una promesa, y si éstas no se cumpliesen, no habría sociedad.
Una estudiante, una pelinegra con “piercing” en la nariz, levantó la mano, y, tartamudeando un poco, comentó que el primer préstamo estudiantil de muchos allí databa a cuando apenas tenían diecisiete años, por lo que era algo políticamente incorrecto recurrir al lenguaje de la culpa en una orientación oficial. El hombre se disculpó por el malentendido, y aclaró que no quería entrar en discusiones políticas. De hecho, dijo, no hablaba de política, sino de nuestra obligación natural para con la sociedad.
La estudiante miró a su alrededor, como si buscase aliados. Al ver que nadie más decía nada, se paró, e interrumpió al hombre nuevamente, ahora sin titubear. Dijo que no había nada natural en la deuda, nada natural en tener que endeudarse, que lo único natural en todo aquel salón era la ensalada que nos ofrecían como parte del almuerzo que acompañaba la sesión, y quizás ni eso.
Alguien en la sala se rió. Siguió un silencio tenso, interrumpido sólo cuando una de las organizadoras declaró un receso. Miré, casi por instinto, a la ensalada en la mesa. A diferencia de las otras bandejas, estaba intacta: las hojas de lechuga, los rojos tomates, las julianas de pimientos dorados.

miércoles, abril 15, 2015

el escritor y el repertorio, dixit aira

En términos generales, es inevitable que un escritor se haga un repertorio de temas y palabras (que son en buena medida lo mismo) y que éstos vuelvan una y otra vez, en distintas configuraciones. La combinatoria no se opone al anhelo de novedad, de invención, sino que es la regla que lo mueve. Para el artista, toda la innovación está en volver a crear sentido; y en que sea siempre otro sentido a aprtir de los mismos elementos, no de otros. Si se permitiera a sí mismo la introducción de elementos distintos, correría peligro la construcción de su mito personal y entraría en un diletantismo o en la mera producción de obras e arte para consumo del público. (Por supuesto que la diferencia, lo distinto, lo nuevo, lo inesperado, pueden ser también elementos que entran en la combinatoria.....) [...] Aquí tocamos la definición misma del arte: es la configuración de los elementos la que hacen arte, no los elementos en sí. La forma, no el contenido. En realidad, es este mecanismo de combinatoria el que produce la repartición forma/contenido.

Quizás aquí, como en tantos otros puntos, habría que tomar en cuenta la diferencia entre el escritor que empieza a escribir y el que sigue escribiendo. Los elementos que constituyen la combinatoria en cuya recurrencia el escritor encuentra el modo de persistir, aparecieron una primera vez, la vez de la invención. Ese momento, 'la invención del contenido', es único, no se repite. La obra está hecha desde el comienzo. La repetición perfecta, por más que se busque toda la vida, es imposible: la combinatoria, el juego de la forma, toma su lugar. Claro que la forma va creando su propio contenido, y así es como el escritor revive a lo largo de toda su vida su origen: su vida es su mito de origen.



César Aira, Alejandra Pizarnik (1998)