sábado, febrero 26, 2011

bisagra

Hoy desperté con la palabra ‘bisagra’ en la cabeza.
Tomó un momento en llegar, como todo. Me desperté con ese feeling de que olvidé algo importantísimo, de que tuve un sueño esclarecedor, un sueño-epifanía, y que me urgía recordar tan siquiera lo más mínimo de este. Evité encender la computadora, ver televisión, leer o hacer cualquier cosa que me distrajera y me dediqué a lo mundano: vacié el dish-washer, lavé los platos, dividí la ropa en colores y coloqué la primera tanda en la lavadora, y justo cuando cerraba la puerta dije, bisagra. Así, no más. Una palabra que apenas uso, que normalmente me parece rara, y tan pronto la dije sentí que era eso lo que buscaba. Bisagra, repetí y ya. El resto del sueño se deshizo. El resto del sueño dejó de importar, no porque fuese nimio, sino porque se sabía perdido.
Bisagra, coyuntura.
No escribo poesía—se me hace imposible alejarme del suceso, de la historia cotidiana, de lo anecdótico, maldición de clase media, hacerme sólo lenguaje—pero supongo que tropezarse con un buen comienzo de poema se siente algo así.
Está algo soleado: por eso me gusta este coffee-house, porque está rodeado de vidrios. La muchacha de las botas rojizas baja una cortina y conecta su computadora a un interruptor.

miércoles, febrero 23, 2011

an untimely enterprise, dice Avelar

This untimeliness is, today, in times of defeat, the very essence, the very constitutive quality of the literary. Indeed, literature seems today, to us as well as to many outside literary circles, an untimely enterprise. This may be the sole justification to tarry with it, without making any concessions to the aestheticist-reactive defenses of the literary institution against challenges coming from culturalism. For if literature can no longer be the surrogate redemption that the optimistic, positive ontology of the boom wished to make of it, it may also be, on the other hand, a little too early to give in to the apocalyptic, pronounce death sentences over the literary, and start searching for surrogate objects upon which to apply the same positive optimism.

de The Untimely Present: Postdictatorial Latin American Fiction and the Task of Mourning por Idelber Avelar.

lunes, febrero 21, 2011

adhocracia, escribe félix jimenez

Sara suelta, sin sentido, en la escalera, su desgracia: "Me compré una agenda para tener prioridades. Pero no tengo. Encontré que ni con agenda. Es que nunca he tenido prioridades. No las encuentro".

La secuencia (comprar agenda primero; encontrar las preocupaciones y los registros de jerarquía interna después) suena a política isleña merecedora de lagrimones o risotadas, dependiendo del grado de stress que azote. Pero la verdad es que los intentos de improvisar tras agarrar el mítico mango de sartén se multiplican y devoran. Es la adhocracia, el opuesto de la burocracia. Por definición, la jerarquía es abolida. Todos contribuyen al bienestar según habilidades y talentos. Cambia el liderato según las necesidades. Pero, como diría Ang Lee, Lust, Caution.

En la adhocracia, esa maldita pared del poder poluto e injusto se derrumba gracias al esfuerzo y presión de muchos, de text messages y tweets y manifestaciones, y entonces... ¿Entonces qué? Ahí el detalle. La pregunta tiene que llegar antes de comprar la agenda. O debería. La felicidad en El Cairo, las protestas en Yemen y Bahrein, la movilización en Wisconsin, la pax sin pax en Río Piedras - ni lo mismo, ni se escriben igual. No todas vienen acompañadas de algún resistro de prioridades. Henry Jenkins nos recuerda la novela de Cary Doctorow, Down and Out in the Magic Kingdom. La fuerza de la consensualidad ahora controla los sueños y las cuitas de Mickey y compañía, y el público - los audiócratas - decide presente y futuro. Hasta en Disney, es difícil gobernar. Lograr lo que se quiere significa, ante todo, eso mismo: Querer algo antes de lograrlo.

Es la ciencia fricción. La fricción inunda los pasajes más recónditos y los más visitados. El pensamiento se esconde en Facebook. Las estrategias se trafican en panaderías, y se archivan después del segundo café. Los tomos de inteligencia destilada no se divulgan. Aún con agenda comprada, algo se pisa y algo no aranca.

*El autor es escritor y profesor universitario.
Originalmente publicado en la columna Buscapié, el lunes 21 de febrero del 2011, en El Nuevo Día.

sábado, febrero 19, 2011

no, una traducción de un poema de C.K Williams

No

Llevo diciendo lo que debo decir
desde hace años, hacia atrás y hacia adelante
de arriba hacia abajo y no lo escuchas
aún, así que desde ahora
comenzaré a desdecirlo:
desdiré todo lo que ya he dicho
y lo que todos los otros han dicho
y lo que aún no ha sido dicho.

Desdiré
el hemisferio del norte
y el del sur
el este y oeste, arriba
y abajo, lo bueno
y lo malo. Desdiré
lo que flota justo sobre mi piel
y justo debajo: las hojas
y las raíces, la lombriz
en el río y el río entero
y el océano y el océano
debajo del océano. Espacio
y luz desaparecerán,
silencio, sonido, banderas,
fotografías, y dólares:
la gente alcantarilla y la gente basura,
la gente dinero y la gente concreto
que escapan del pueblo sobre sueños
y lo aman, y los sueños,
hasta el que late
debajo del suelo como un tambor—
arrasaré con todos
desde el lado opuesto
y concluiré en el fondo.

¿Comprendes? El Cesar está desdicho
ahora. Cristo
está desdicho. Intercambiarán juguetes
pero ya es demasiado tarde.
El doctor está desdicho, curado;
la página de goma crece
hojas, suculentas y oscuras,
y el paciente las siente
acumulándose en la base
de su espina dorsal como una cola.
Ha sido desdicho
que no tenemos colas—
una anciana enrolla la suya
y la levanta
como un helicóptero.

El tiempo se tuerce
hacia atrás en su vientre y flota hacia afuera
en su desdecir.
No comenzará nuevamente.
El físico triste
tirará de los interruptores pero todo
lo que la bomba hará es suspirar hacia adentro
y eclosionar como un huevo,
y pequeñas criaturas-vacío
vienen, que viven
en los tonos entre las notas,
inocentes e intocables.

Un bebe que pelea por oxígeno
a través del seno de su madre
no lo hará ya: el aire ha sido desdicho.
El esqueleto que perdí en Francia
no importará. No más picnics,
ni grama aplanada,
ni toros.

Todo en la marea,
limpio como la mañana.
La ropa interior mojada de mi esposa en el lavamanos—
la desdigo,
me tragan
como a tu San Valentín.
La hielera crece verde bebe
habas para Malcolm Lowry.
La casa se llena de amor.
Mastico el perfume
y mi vecina besándome buenos días
se derrite y se apaga
como una luz.

Hay una piedra desnuda
entre aquí y el final.
Hay un lugar chamuscado
en el silencio.

A lo largo de mis costillas, agonizando por vejez,
el último átomo baila, da vueltas
como una niña. Le desdigo
su vestido amarillo, su cabello,
sus zapatillas
pero ella sigue bailando,
brincando de atrás para adelante
de mi rostro a mis cosquillas
hasta que una carcajada me revienta.

Y, entonces, en seguida, de inmediato, desdigo
el final.

Mi traducción del poema don't, de C.K Williams, libro Lies, 1969.

miércoles, febrero 16, 2011

venecia, o cómo no detenerse y hacer como si se reflexionara

Y es que a veces no me da tiempo—ni aún todavía—de detenerme y mirar hacia atrás, desactivar esa maquinaria teleológica y progresiva que va hacia adelante, formulando, formulando, formulando siempre y sin parar y sin tomar rehenes y siempre lanzada, y me percato de ello ahora, que limpiando me he tropezado con los cinco cuadernos que escribí durante el verano, a estilo de diarios de viaje, y pienso en cómo desde que llegué a Atlanta en el dos mil nueve entré como en un lelo que aún no ha tenido punto final, e intento recordar los nombres o nacionalidades de las gentes y los gentes con los que, este verano en mi Gran Tour decimonónico, compartí cuartos, literas, almuerzos, cenas, con los que caminé de un destino al otro, conociéndonos a mitad, a los que le pedí la cámara prestada y les di mi email con esperanzas que me enviaran fotos que aún llegan hoy, porque abro el e-mail pensando que es spam, y me veo, echándole el brazo a un tipo nuevozelandés que ya no existía pa’ mí, o sonriendo junto a una puertorriqueña de melena rojiza que se escondía en Roma, o comiéndome una pizza con una argentina de provincias que era doctora y parecía tener catorce años, o entrando a un hotelillo boutique de lámpara de vidrios de Murano, o metiéndome si n pagar en un vaporetto con la ella hiedrática, y teniendo a la oficial de puerto preguntándonos que dónde estaban nuestros tickets, ves, me veo, nos veo, y ni aún ahora la máquina frena, ni aún escribir esto cuenta como una pausa meditativa, y comienzo a sentirme cansado, comienzo a esperar el momento en el que me quede sin gasolina una mañana y no me pueda levantar de la cama y sólo quede pensar, recordar, acordarse, y pronunciar todos y cada uno de los nombres que fueron el verano del dosmildiez, y, a la misma vez, el verano del dosmilnueve, que ahora con el mágico hind-sight miro como origen, o como final de otra cosa que ya ni nombre tendrá.

lunes, febrero 14, 2011

de perlas

1.
Hace algunos años compré perlas en un día de San Valentín. Como preludio, me senté frente a una computadora días antes y leí e investigué todo lo necesario acerca del mundo perlático. Aprendí de todo; desde cómo distinguir una perla falsa hasta los más íntimos sucesos de la vida pública de la joya. Me fasciné con la idea de la perla barroca, esa perla anómala que, sin quererlo, o quizás con alevosía, se niega al estándar circular y se da al adefesio, a lo áspero; jodiendo retrospectivamente la arabesca metáfora de la perla como fino ideal de la belleza lustrosa. Cuando sentí que no había hueco en mi investigación, me monté en el auto de mi padre y conduje hasta una joyería. Al entrar, dos vendedores se me acercaron, pero meneé la cabeza hasta que se alejaron, hasta que comenzaron a mirarme como se debe mirar al individuo con potencialidad de riesgo. Escrudiñé las vitrinas como forjador de autógrafos hasta que di con el ejemplar que buscaba: fina calidad, bajo en precio, brillo correcto. Con mi dedo fijado en el vidrio, dije, “quiero esta”. La muchacha la sacó, un poco dudosa, y ofreció colocarla en mis manos. Me negué, le dije que me la llevaría. Caminé a la máquina registradora, pagué, y salí de la tienda. Al llegar a casa y esconder el regalo en mi librero, olvidé todo lo que había leído.
2.
Hoy, cuando intento recordar más detalles acerca de ese arrebato y de la información que obtuve, me acuerdo de algo sólo levemente relacionado. Cuando yo tenía doce o trece años, leí en una entrevista que Dave Duncan, canadiense culpable de mi primer interés por lo literario, escritor de delgadas novelas de sword and sorcery, ciencia ficción, y fantasía, comparaba su proceso literario con ese de la formación de la perla. "Primero me viene una idea como un grano de arena", creo que fue que dijo, sé que lo distorciono, "y se me filtra en la concha, y se encaja ahí, en el manto, haciéndome molusco, imperceptiblemente. Tiempo después—días, meses, años—miro en el espejo que está al lado de mi escritorio y mi cuerpo entero ha mutado para acomodar esa masa accidental. Entonces, de golpe, un texto".

3.
En otros temas, hoy, repentinamente, Atlanta creció una infante primavera.

sábado, febrero 05, 2011

the literary text should continue to deflect theory, dixit un tal west-pavlov

Some sophisticated literature today is written, perversely enough, to reflect not merely reality, but literary theory. Such texts are intricate, pretentious—and generally self-impoverishing. The literary text, like the world itself, should continue to “deflect” theory, not reproduce it. Literature has always outstripped theory in its adherence to the wonders of complexity. At its best, in turn, theory, “flimsy” theory, is a perplexed attempt to confront the exciting complexities of reality, and in that spirit should acknowledge its debts to the literary text. To pin down literature to literary theory, whether in writing or reading, is to miss the point.
Space in theory: Kristeva, Foucault, Deleuze", Russel West-Pavlov