lunes, julio 30, 2012

la red, una columna

Acá cuelgo mi columna del mes de junio de este año, que había olvidado colgarla. El link original acá. 
Construcción del primer cable transatlántico del telégrafo, en 1839.

Mientras más avanza la tecnología que nos da acceso a Internet, más parece tomar las cualidades de lo natural, de lo obvio, del “it goes without saying” que rige estos tiempos del consenso neoliberal.

Raramente visualizamos cómo funciona la Red, cómo todos nuestros secretos electrónicos se hacen sonidos y ondas al salir de nuestras computadoras, antes de transformarse en números y luces.

Pocas veces nos detenemos a pensar en el viaje cotidiano de nuestros afectos digitales; en ese trayecto soterrado compuesto de millas y millas de fibras ópticas que nos conectan a los centros de los proveedores de Internet. Fibras que, de allí, lanzan toda nuestra vida virtual por esos tejidos de cables submarinos y subterráneos que cada vez más y más mundializan el planeta.

Mucho menos pensamos en lo que yace detrás de la mal llamada “nube informática”, del “cloud”: centros de datos alojados en edificios con dueños que insisten en mantener su anonimato, títulos de propiedad radicados en jurisprudencias específicas.

Me parece importante hacer hincapié en ello, por más simple que parezca: el Internet es una cosa, con mayúscula y tornillos. Y ya habrá dicho algún pensador alemán, o algún trovador, que aquello que más tenemos a la mano es lo que más esquivo se hace al pensamiento. También es aquello que más exige ser pensado.

Es la omisión de esta materialidad lo que le falta a la mayoría de los debates relacionados con la libertad de información en la Red, con el acceso a Internet como derecho humano, etcétera. Aun hoy, sus profetas y pregoneros hablan del mundo virtual como si de un “wild west” futurista se tratase, como un espacio de emancipación universal, separado del mundo, donde se alcanzará la libertadora opción del “like” y del “status update”.

Si vamos a integrarnos progresivamente, si vamos a insistir, penosos y nuevos Marinettis, que el futuro de las guerras y revoluciones, las relaciones y las artes, los empleos y servicios públicos yace en ese mundo virtual[1], lo menos que podemos hacer es aprender la dura aritmética de su funcionamiento.

Acaso sea éste, pues, uno de nuestros deberes.


[1] Y yo insisto que no. Que el futuro de las guerras y las revoluciones, los empleos y los servicios, las relaciones y las artes aun tiene que ver con los cuerpos, con las carnes que ocupan espacios concretos, a pesar de que parezca de otro modo.