lunes, marzo 28, 2011

palacio, una nota ante la noticia de su inminente publicación

Palacio: novela corta. San Juan: Libros AC, 2011. Diseño de cubierta: Samuel Medina Arte: fragmento del collage "The Brief Sunshine Hatch vol. 1" de Rubén Ramos.
Palacio es una novela sentimental. Figura como mi aproximación a una película de Wong Kar-Wai, romanticona y afligida; como mi intento de re-escribir No todas las suecas son rubias, de Abreu Adorno; de lanzarle un guiño al Murakami de Norwegian Wood y a las Llamadas de Amsterdam de Juan Villoro, y de pintar con las perspectivas trastocadas del primer Paul Auster; sin perder al mismo tiempo la banda sonora con la que la escribí, que deja huellas en frases o referencias directas en el texto. En fin, a pesar de no ocupar el espacio de primera novela en mi becoming literario, la pensé como una primera novela de juventud durante su escritura, en tanto homenaje a mis lecturas, y simulacro de intimidad.

martes, marzo 22, 2011

La frontera, una columna

Días antes de abordar un avión cuyo destino final sería El Paso, mi amiga Camila me dijo que allí ‘sentiría la frontera’. Los primeros días estuve dislocado, desestabilizado por el paisaje desértico. Nunca antes había visitando un lugar tan seco, tan surreal en sus largos juegos de sombras. Ya el segundo día había abandonado el inglés como modus operandi. Olvidé que estaba en los Estados Unidos para fijarme en un espacio movedizo que tampoco era México. Eso, supuse, era ‘sentir’ la frontera.

Previsiblemente, cuando Ana, una mexicana a quien conocí allá, anunció que desde algún punto del recinto de la Universidad de El Paso se podía ver la frontera, le dije que necesitaba ir. Ver la frontera y quizás concretizar la sensación que Camila predijo. Un rato después: Ana y yo parados en una montaña árida desde donde se veía todo. Frente a nosotros, desparramándose, las calles y estacionamientos y automóviles, la tierra y montañas y personas. Con su dedo índice, me dijo “detrás de ese autopista, comienza México”. Y Juárez era todo lo que veíamos cubierto de casas apiñadas. “Desde aquí no podremos ver el río”, advirtió. De hecho, desde allí no podíamos ver la frontera per se. Estaba escondida, desaparecida detrás de la autopista. Lo que veíamos era una superficie continua, un mismo espacio.

Tomé una foto con mi teléfono y decidimos regresarnos. Por eso de flanquear el incómodo silencio de recién-conocidos, le dije que yo no concebía la idea de fronteras, o algo así medio cursi. Para nosotros está el mar y ya, añadí. Y ella respondió, aunque quizás lo imaginé, que fronteras hay en todos lados, entre barrios, entre calles, entre sectores. Pero entonces se detuvo y recapituló con lo que creo fue una pregunta, como queriendo dejar la posibilidad abierta de que podemos cruzarlas, de que no estamos tan aislados: ¿no es Puerto Rico parte de un archipiélago, por definición una cadena de islas conectadas submarinamente, todas juntas e inseparables? ¿Parte de algo mucho más grande?

Nos despedimos con un ‘mucho gusto’ frente a la sala de conferencias y caminamos en direcciones contrarias. Estaba animado por su idea. Las fronteras, después de todo, no son sólo separación, sino que también son conjunto, coyunturas en un mismo cuerpo, comunión.

[Esta columna se publicó en Buscapié de El Nuevo Día, el miércoles 23 de marzo del 2011. La coloco en el blog porque los links del periódico sólo sobreviven por dos meses]

domingo, marzo 20, 2011

el mundo arde, a translation

El mundo arde , by Rafah Acevedo.
The world may be in the eyes
of the flattened bug on the windshield.
I am thirstier than a wandering tourist
in the kingdom of Bahrain.
Nevertheless, there’s god’s cocacola there
in the hands of the king’s friends putting an end to the protest.
I hurl everything into the backpack and go my way.
The world is right there, across
the windshield.

I truly believe that water
is a mirror you lose through your fingers
and there is as much thirst
as a tight crowd at noon
on the outskirts of Tripoli
about to burn an edition of a thousand copies
of the eternal Colonel’s Green Book.
However, I wait for god's tea
served by the intellectuals in the Colonel’s payroll looking
at how planes prevent other planes from flying
I keep everything in the backpack and go my way.
I believe
the world is right there, across the windshield.

I stop for some gas.
Stretch my legs a little bit.
A sip of bottled water and suddenly
this yearning to light a cigarette.
This yearning to light a cigarette
while filling the tank.

This is a slightly altered version (by me) of a translation published along with the poem in Spanish by the author. | Esta traducción es una versión levemente alterada que hice de la traducción original de Rafah en Facebook.

the world is on fire, dice rafah acevedo

The World is Burning, un poema de Rafah Acevedo.

El mundo cabe en los ojos
del insecto aplastado en el parabrisas.
Tengo más sed que un turista perdido
en el reino de Bahréin.
Sin embargo, está esa cocacola de dios
en los amigos del rey poniendo fin a la protesta.
Lo tiro todo en la mochila y sigo mi camino.
El mundo está allá al otro lado
del parabrisas.

Tengo para mí que el agua
es un espejo que se pierde entre los dedos
y la sed es tanta
como una multitud apretada al mediodía
a las afueras de Trípoli
apunto de quemar una edición de mil ejemplares
del libro verde del coronel eterno.
Sin embargo, espero el té de dios
servido por los intelectuales a sueldo del coronel mirando
como los aviones impiden volar a los aviones.
Lo guardo todo en la mochila y sigo mi camino.
Tengo para mí
el mundo al otro lado del parabrisas.

Me detengo a poner algo de gasolina.
A estirar las piernas un poco.
Un poco de agua embotellada y de repente
estas ganas de encender un cigarrillo.
Estas ganas de encender un cigarrillo
mientras lleno el tanque.

Me tropecé con este poema por Facebook, y me gustó bastante. Digamos que me pareció necesario. Después de esta entrada, subiré una traducción al inglés que alteré de una versión con la que el mismo autor acompañó al texto. Aquí va.

martes, marzo 15, 2011

inventario de marzo

La salida al brunch con amigos, uno de esos tempranos domingos de primavera. La hora y media en el parque que se estira de jardín frente al complejo de apartamentos donde vivo, con lecturas requeridas y el germen de una historia en la cabeza. Las visitas al café cercano con otra camarada. Las conversaciones triviales como razón para evitar trabajo. Los mensajes de textos que alcanzaron el teléfono horas después de la cirugía. Las dos noches de insomnio consecutivo, como homenaje a esos cada vez más lejanos primeros meses en Atlanta. El siempre interesante proceso de acoplarse a la sombra de uno, tras una ruptura. La llamada indicada para evitar estar a solas. Los dos discos que se hacen canción de fondo para este marzo particularmente comedido. Esos primeros lapsos de silencio en los que se fundan nuevas rutinas sin querer queriendo. La repentina revelación que surge de una salida al cine a solas. La conversación amena en el campus universitario. La caminata en el día lluvioso. El irrisorio descubrimiento de hallarte en proceso de una reflexión lanzada hacia atrás que viene como brisa refrescante. La gracia de que el teclado recobre lo obtuso del golpe. La habilidad de tornar a los inventarios como proceso de flanquear la vigilia, como intento de desatascar la cita que lleva horas pillada entre vértebra y vértebra y que, al sentarme a escribir esto, encuentro en un documento sin nombre (que debí transcribir en algún momento mientras leía la respiración artificial de Piglia el mes pasado), lista para hacerse conclusión a una entrada de blog a cinco minutos de la medianoche.

El argentino dixit: Porque a lo sumo ¿qué es lo que uno puede llegar a tener en su vida salvo dos o tres experiencias? Dos o tres experiencias, no más (a veces incluso, ni eso). Ya no hay experiencia (¿la había en el siglo XIX?), sólo hay ilusiones. Todos nos inventamos historias diversas (que en el fondo son siempre la misma), para imaginar que nos ha pasado algo en la vida. Una historia o una serie de historias inventadas que al final son lo único que realmente hemos vivido. Historias que uno mismo se cuenta para imaginarse que tiene experiencias o que en la vida nos ha sucedido algo que tiene sentido. Pero ¿quién puede asegurar que el orden del relato es el orden de la vida?

jueves, marzo 10, 2011

de citas en este blog

Alguien me preguntó qué responsabilidad yo tomaba con un texto al citarlo en el blog, al sacar un pedazo y postearlo; si, al hacerlo, me suscribía a la obra entera. Y la respuesta, por supuesto, viene en negativa: claro que no. Por ejemplo, no creo que el análisis de Avelar, a quién cité hace algunas semanas esté acertado, ni me convencen demasiado sus argumentos sobre, digamos, Respiración Artificial. Pero ese pedazo puede ser reapropiado, puede ser utilizado para otros fines (en esa parte de su introducción, el autor habla de la literatura que no cede a un supuesto facilismo comercial).
Si este blog ha devenido en cuaderno de lecturas, los fragmentos que arranco de textos son esos que me resuenan, quizás por lo que dicen, o quizás por el lenguaje que utilizan, un sampling, creo que le dicen, aunque yo nunca usaría esa expresión.

sábado, marzo 05, 2011

mesa st.

Partí caminando hacia mi hotel porque pensé que no estaría demasiado lejos. A la distancia, veía un letrero de un restaurante que quedaba a la izquierda de la habitación de cuarta que renté.
No más de una milla, me dije.
Eran las cinco y pico. El sol descendía tras una montaña y así catalizaba esa máquina rube golberg de luces y sombras en las que las negruras se estiran hacia el absurdo, y a un lado yacen montañas desérticas ahogadas en oscuridad, y hacia el otro, esas colinas yermas bañadas en el tizne rojizo del ocaso que supongo sólo se puede dar en el oeste, o en el desierto, o quizás sólo en lugares como El Paso, que figuran como un fin del mundo militarizado (y que hacen pensar en ese subtítulo de la novela del meridiano sangriento de McCarthy).
Era la avenida Mesa que recorría, para quién conoce la ciudad, pasando restaurante de comida mexicana tras restaurante de comida mexicana. Los automóviles lanzados a mi derecha, cristales prensados, aire acondicionado. La brisa estaba fuerte. El calor menguaba.
Por supuesto, mal del mar, se me olvidó esa pequeña observación que tanto se hace en toda la literatura del oeste de este país,:la naturaleza engañosa del horizonte en el desierto, la distorsión magullante de las distancias y los destinos. Caminé mucho más de lo que esperaba.
Al llegar, hora y algo después, ya había anochecido.