domingo, mayo 22, 2011

función de medianoche (o, hay tiempo para una historia)

Ella me pregunta que si hay tiempo para una historia. Por un momento pienso que me está ofreciendo una, preguntándome a mí si tengo tiempo, para escuchar algo sucedido. Le pregunto, ¿tienes una historia? Se ríe. O, mejor dicho, escribe una risa.

Estamos hablando por internet.

Dice que no, que soy yo el que tengo que contar la historia. Que ella es mi público nocturnos, tecladea, equivocándose en la última ese. Hace notar el gazapo.

Todo esto es parte de una dinámica algo nueva para mí. Así que intento buscar una historia, una anécdota fresca. Entonces, me da algo de miedo de que ya le haya contado todo. No todo de mí, pero todo mi acervo de historias. Esas que acumulo de la radio, o de libros de no-ficción, o biografías, o de documentales que he rescatado como un viejo archivista de provincia, con la idea de practicar más y más el arte de narrar historias a personas. Por un momento se me ocurre pedirle tiempo, tomarme unos minutos para sacar una anécdota propia y darle estructura narrativa. No tengo que hacerlo. La comunicación electrónica nace de la paciencia. Recuerdo un doctor que observé mientras almorzaba ese día. Le escribo.

“Mientras almorzaba frente al Cox, una ensalada deliciosa, con habichuelas (nunca había puesto lechuga con habichuelas), había un doctor al lado mío.”

“Un tipo joven.”

“De esos doctores que cuando los ves te asustas, porque se ven como de tu edad y porque a uno les gusta los doctores viejos, paternales, o maternales.”

“Aja”, escribe ella, y siento que se está desesperando.

“Pues, estaba en el teléfono. Seguía marcando un número y nada. Cuando por fin le responden, habla un rato, pero yo me distraigo y termino no prestándole atención. Pero, cuando sintonizo nuevamente, está diciendo que luego de algunos intentos de revivir a alguien, (no me acuerdo el nombre que dijo) no lo habían podido lograr. Dice que por el "accidente", el paciente tenía las costillas quebradas. Y comenzó a dar detalles.

Ella pone una carita en el chat, de esas que se forman con dos puntos y una ese. Me la imagino tirando el labio para un lado, como hace. Tan bonita.

“Y luego hay un silencio. Y repite, sí, señora, eso, no pudimos revivirlo. En serio, señora, y hay como largos silencios entre los momentos en los que dice eso, y se pone de pie y comienza a caminar como de un lado a otro…”

Ella dice, “Parece una historia de T. Capote”.

“No he leído historias de Capote. Pero el doctor camina hasta que cuelga el teléfono al rato. Y se sienta, y no hace nada. Literalmente, se queda sentado y ya. Yo comí (me tomó como veinte minutos), y el tipo estuvo sentado todo el rato. Mirando la pared, o los zafacones, no sé”.

Ella pregunta, “¿Y le dijiste algo?”

“Nop”, le respondo, “¿Qué le voy a decir? Ese es el tipo de momento en el que quieres añadir algo, decir una de esas cosas como de novela decimonónica, una sentencia fuerte. Pero no te llega nada.”

“Entonces te fuiste y ya”, dice ella.

Y añade: “¡Qué fuerte!”

“Super anticlimático”, digo yo.

“Qué fuerte esa media conversación”, dice ella y la veo diciéndomelo, en su colombiano.

“Pero las cosas son anticlimáticas en la vida real, supongo”, le digo, porque por internet uno puede decir estas cosas sin sentirse como un tonto, o queriendo sentirse como un tonto, sin la necesidad social del bochorno por aquello que suena a refrito.

“¡Concordo! Estoy de acuerdo”, dice, “Voy a tener pesadillas”

“Ay, lo siento, A., nunca te cuento cosas bonitas”.

Se ríe, con jotas, y continúa: “No te preocupes que entre eso y los mil venados muertos al lado del camino voy a tener una producción de sueños fabulosa.”

No sé de qué está hablando, pero me río. Porque así mismo habla ella. Así de articulada. A diferencia de otros. A diferencia de mí.

“¿Venados muertos?” Le pregunto, “¿dónde?”

Acto seguido, ella me cuenta una historia, una historia del viaje que hizo esa semana alrededor de los Estados Unidos, de cómo por las carreteras del nortes hay signos de venados saltando para prevenir a los conductores, de cómo la primera vez que los vio fue en Francia, y se rió, pero en estos días, a diferencia de aquél sojourn francés, fue diferente, trágico, una cadena intermitente de venados muertos, dice, cada equis cantidad de millas, un animal desbocado, un pequeño arroyo, finísimo, en carmesí deslizándose de su boca. Quizás lo adorno ahora. De seguro lo adorno ahora. Pero eso es lo rico de que el fragmento de la conversación que copié, con la intención de ponerlo aquí, se acabe antes de que ella me la cuente. La ausencia de un original permite la tergiversación, la literalización. Pero sigue siendo su historia. O nuestras historias. Cuando ella se desconecta y yo me desconecto, me regreso a mi cama, a dormir, y me siento como el artesano residente, el campesino sedentario del que habla Benjamin (recién releí El narrador, porque ella me instó), que intercambia historias de lo local con el marino mercante, que trae historia del más allá, y que en este caso tiene nombre de mujer y pelo largo, y rizo.

sábado, mayo 21, 2011

everything flows freely into you, dice doña Smith

Leí esto hace algunos meses en el blog de Celibelle. Me pareció chévere. Cosas veredes, Sancho, pensé. Y entonces lo olvidé. Hace algunos días, cuando llegué a mitad de la primera parte de mi proyectito matutino, salí a ver una película con A.M, y me dije, coño, esto está directamente relacionado a lo que estoy escribiendo. Línea que, al llegar a casa, me recordó este pedazo que pongo a continuación. Es un fragmento de un ensayo (de esos de auto-ayuda literaria que se dan en los talleres literarios o en los MFAs americanos) de Zadie Smith, titulado That crafty feeling acerca de su escritura. Gracias otra vez a Celi, por conseguírmelo.

In the middle of a novel, a kind of magical thinking takes over. To clarify, the middle of the novel may not happen in the actual geographical centre of the novel. By middle of the novel I mean whatever page you are on when you stop being part of your household and your family and your partner and children and food shopping and dog feeding and reading the post—I mean when there is nothing in the world except your book, and even as your wife tells you she’s sleeping with your brother her face is a gigantic semi-colon, her arms are parentheses and you are wondering whether rummage is a better verb than rifle. The middle of a novel is a state of mind. Strange things happen in it. Time collapses. You sit down to write at 9am, you blink, the evening news is on and 4,000 words are written, more words than you wrote in three long months, a year ago. Something has changed. And it’s not restricted to the house. If you go outside, everything—I mean, everything—flows freely into your novel. Someone on the bus says something—it’s straight out of your novel. You open the paper—every single story in the paper is directly relevant to your novel. If you are fortunate enough to have someone waiting to publish your novel, this is the point at which you phone them in a panic and try to get your publication date brought forward because you cannot believe how in tune the world is with your unfinished novel right now, and if it isn’t published next Tuesday maybe the moment will pass and you will have to kill yourself.
Zadie Smith, That crafty feeling

literatura aquí, columna

Esta columna fue publicada el miércoles, 27 de abril del 2011, en el Buscapié de El Nuevo Día. La subo acá por motivo de archivo.

Literatura aquí,

Recién esta semana salió mi primera novela, “Palacio”. Se lo comenté a uno de los instructores que trabaja conmigo y, con el ceño fruncido, sentenció que publicar en Puerto Rico es como encender un fósforo en un desierto, o en el fondo del Atlántico, no recuerdo. Lo dijo con algo de enojo, del resentimiento de viejo que ha publicado poemas de juventud y añora supuestos tiempos en que se solía escribir Escritor con mayúscula.
En un momento en el que se están publicando más libros que en ningún otro, y en el que existe un público que los consume, creo que formular la pregunta de para qué la literatura (aquí y hoy) no cae en ese territorio borrascoso de la masturbación mental.
Sin embargo, imposible partir hacia esta reflexión sin deshacernos del peso muerto de quienes quieren devolver la literatura al espacio que supuestamente ocupó en el pasado, de los que ignoran que la expresión artística de nuestros tiempos (y me refiero a la narrativa) es la cinematográfica. Que es a través de esta que la gente satisface esa necesidad tan humana de querer conocer historias ajenas y tejer empatías. En otras palabras, que la literatura es un género minoritario.
La insoslayable realidad neoliberal tampoco permite recurrir a llamados con motivaciones nacionalistas de ‘consumir lo de aquí’ solo por el mero hecho de que su lugar de enunciación sea el compartido. Y aún si se recurriera a estos, habría que preguntarse, cómo masificar el acceso a esta literatura cuando le debemos su supervivencia a unos pocos y admirables libreros que han soportado la presencia y el impacto de tres megalibrerías, dos de las cuales ahora desaparecen, y de e-tiendas como Amazon.
Además, hay aun rastros populistas que insisten en que la solución es simplificar la literatura, evitar la complejidad y así alcanzar a un público que ‘no entiende’ una trama entramada. Para otros, el hecho de que la literatura puertorriqueña no haya sido asumida por un mercado mayor abre un espacio de experimentación imposible de otro modo.
Nomás lanzo las preguntas. Cuales sean las respuestas, si las hay, la literatura sigue, seguirá.

miércoles, mayo 18, 2011

sudden masterpiece, dixit jocosamente don blanchot

It is true: the writer is willing to put the highest value on the meaning his work has for him alone. Then it does not matter whether the work is good or bad, famous or forgotten. If circumstances neglect it, he congratulates himself, since he only wrote it to negate circumstances. But when a book that comes into being by chance, produced in a moment of idleness and lassitude, whithout value or significance, is suddenly made into a masterpiece by circumstantial events what author is not going to take the credit for the glory himself… see his own worth in that glory… the workings of his mind in providential harmony with his time?

Me encanta el sentido de humor de este tipo. Literature and the right to death por Maurice Blanchot

domingo, mayo 15, 2011

nota de palacio, en el nuevo día

Mi amigo Orlando me interrumpió el sopor laboral, por Facebook, para decirme que había aparecido una nota en el periódico acerca de Palacio. Como él tiene algún grado de santidad, además de poseer uno de los pares de ojos críticos en los que más confío, me transcribió la nota y me la envió. [Tengo que añadir que mi dulcísima y querida Celibelle Falcón fue la que escaneó el periódico.] Aquí la pego (que feo suena paste en español).

Vida de otros tiempos, por Carmen Dolores Hernández.
Dos estudiantes graduados -el puertorriqueño Frank, y Ayesha, de ascendencia paquistaní- se conocen en Atlanta. No son ellos el centro de la "acción" de esta breve novela, sino más bien el filtro a través del cual conocemos otros personajes: Alice, la esposa que ha abandonado a Frank, y le escribe mensajes desde Japón; el ornitólogo japones Abe, para quien ella trabaja; Kaedo, la hija muerta del ornitólogo, cuyos diarios les lee Alice a unos papagayos que los repiten. Están también los padres paquistaníes de Ayesha y la familia de Willow, la trompetista vietnamita con quien ella hace amistad. Sus voces diversas llegan a nosotros de segunda y hasta tercera mano, como un juego de reflejos espejeados. ¿Cuál es la realidad? No lo sabe ya Frank, que al ir en busca de la fugitiva Alice no encuentra sino el eco de su voz.
Resulta sugerente que este entramado de historias se transmita a través de dos personajes que viven de paso en Atlanta, una de las ciudades con más advenedizos de los Estados Unidos. No se "hacen" allí las historias: todas vienen de otra parte o de otro tiempo. Aún más sugerente es la pericia con que esta primera novela recoge la inestabilidad de la memoria, el vuelo de la imaginación y el reconocimiento de las muchas caras que presenta la realidad. (CDH)


to your question on writing and ethics, escribe Blanchot

Contradictions without conciliation: it is not a question of dialectics.
And I will add, to stammer an answer to your question on writing and ethics: free but a servant, in front of the other.

Maurice Blanchot, traducido por Paul Weidmann, Enigma, carta a Claire Nouvet, con relación al número Literature and the Ethical Question de Yale French Studies (79, 1991).

sábado, mayo 07, 2011

they have carried me to the threshold of my story, dixit Becket

…all words, there’s nothing else, you must go on, that’s all I know, they’re going to stop, I know that well, I can feel it, they’re going to abandon me, it will be the silence, for a moment, a good few moments, or it will be mine, the lasting one, that didn’t last, that still lasts, it will be I, you must go on, I can’t go on, you must go on, I’ll go on, you must say words, as long as there are any, until they find me, until they say me, strange pain, strange sin, you must go on, perhaps it’s done already, perhaps they have said me already, perhaps they have carried me to the threshold of my story, before the door that opens on my story, that would surprise me, if it opens, it will be I, it will be the, where I am, I don’t know, I’ll never know, in the silence you don’t know, you must go on, I can’t go on, I’ll go on.
The unnamable de Samuel Beckett