miércoles, febrero 11, 2009

fantasmagoria

Es tan fácil comenzar escribiendo que el personaje se ve al otro lado del vidrio que no puedo resistir hacerlo. No puedo resistir lo sencillo de su descripción: ojos grandes, pestañas demasiado femeninas, nada de barba, una calvicie que le pica por el parecido a su padre. Mucho menos evitar llevar su mano hasta la mejilla, para deshacer una lágrima vieja. Acto seguido, lo hago mirar el monitor, abrir su correo electrónico y cliquear compose new message. Todo sucede demasiado lento: el colocar sus dedos índices sobre el teclado (nunca ha aprendido a tecladear como secretaria, la taquigrafía, piensa que se le llama), el incrustar en el cuadriculado blanco el correo que él mismo le creó a ella (de la que no he hablado como es de esperarse de un narrador irresponsable). Se detiene un segundo. Lo piensa: el correo electrónico es tan impersonal, es tan falto de cojones que insulta. Pero eso ya no importa un pito: dejó de importar en el momento que se asomó al diario que ella había dejado abierto sobre la coqueta cuando se fue a visitar a su madre. A él sólo le quedaba responder. A él sólo le tocaba responder. Se trata de un personaje pasivo: todo le ha sucedido y él nunca ha hecho suceder.
Sí, lo hace: comienza a escribir, primero lento, primero sin faltas en la ortografía, primero siguiendo la etiqueta que debe existir para este tipo de cosas, pero mientras avanza todo esto se va para el carajo y comienza a olvidarse de las comas y escribe y escribe y escribeysedesaparecenlosespacioshastaquesedacuentamirandoseenelespejoqueestállorando y para.
Lleva su dedo índice, otra vez, hacia la mejilla de su reflexión, que ve al otro lado del vidrio, y esfuma una lágrima. Lee lo escrito. Lo lee dos, tres veces. Quiere corregirlo. Mas no lo hará. Le añade una despedida civil. No le menciona nada de que no volverá a pisar esa casa. No le menciona nada de que jamás buscará la ropa que ha dejado, ni los papeles en la impresora, ni reclamará las cartas que lleguen a su nombre. No le dice que su plan es hacerse abstracción, es hacerse espectro, desaparecer de aquél lugar como lo deben hacer los hombres que confían demasiado en sus mujeres. Hombres como él: hombres zombis a los que les toma días, meses, años descifrar que lo que sale de su pecho es el sobrante de una apuñalada ya vieja. no le dice nada de eso.
no: ni lo hará.
Apaga la laptop y la deja sobre la mesa de la cafetería: que alguien se la lleve, porque no la quiere. Llama de su teléfono celular a un taxi, se monta, y cuando se baja lo deja sobre el asiento: que alguien se lo lleve: a él ya no le pertenece nada.

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