sábado, agosto 29, 2009

austeridad

1.
Mientras más leo a Auster más pienso que es de los autores más relevantes y constantes de la literatura contemporánea. Definitivamente, es uno de los más consistentes en la estadounidense. Cada pieza que produce, cada novela, true story, y poema que escribe no hacen sino fortalecer y enriquecer la obra anterior. Incluyendo sus últimas y fallidas incursiones al cine, su trabajo—hasta donde lo he leído—revisita los mismos temas: la coincidencia, el fracaso, la identidad, la subjetividad, y los límites del lenguaje. Como si al comenzar a escribir un trabajo no buscase parir una pieza nueva, sino una variación.
2.
En una barra en Japón llamada España, Samuel me explicó el asunto de las variaciones. Partía de Mozart, de Glenn Gould, de las Variaciones de Goldberg, para explicarme alguna de las muchas teorías que había formulado en su cabeza. Según entendí, una variación era, pues, eso mismo, una variación. En la música, se trataba de repetir y alterar un tema y una idea de distintas maneras, para profundizar en él, o aumentarlo. Durante nuestra conversación, los dos japoneses que estaban en la barra, saludaban a todo el mundo que entraba gritándole un ¡señorita!, sin importar el sexo. Los clientes japoneses, sin entender, sonreían y saludaban de vuelta. Los dos hombres reían de su chiste secreto. Atrás, sonaba un tango. Pedí una copa de vino, y me la tragué a raspadientes, porque la cerveza estaba fuera del alcance de mi wallet.
2.
Me tropecé en la biblioteca de Emory con las ediciones originales de los primeros poemarios de Auster, mientras buscaba aplacar el entumecimiento que me causó la emigración. Sentado en el suelo, entre anaqueles eléctricos que susurran al moverse (para poder acceder a un pasillo, presionas un botón, y los libros acatan la orden y se apartan, como una caricatura del mar rojo), ojeé las páginas, pensando que encontraría una poesía, no sé, inmadura, o quizás, distinta al material de sus novelas. Pero no fue así. Me sorprendí al percatarme que esos nueve años (’70-’79) en los que estuvo publicando poesía, un Auster de 23 años coqueteaba con los fantasmas que lo arrastrarían por los próximos treinta o cuarenta años.
3.
Como toda lectura está cargada por circunstancias y contexto, supongo que todo esto tiene que ver de alguna forma con mis actuales inquietudes. No puedo negar que esto, de alguna forma, sosegó esas molestias que sentía con lo que he escrito últimamente: la piquiña de que, por más distintas las historias que cuento, y las técnicas con las que intento contarlas, siempre, al fin y al cabo, tratan de lo mismo.
4.
En Decatur, donde ahora vivo, anochece a las 8:30 de la noche. Eso, también, tiene mucho que ver. No escucho ni el batallón de coquíes que se posaba en las ventanas miami de mi cuarto, en Caguas, y que odiaba; ni los golpes que daba mi tortuga, al intentar escapar de su pecera de quince años.
5.
¿No dijo Borges que cada persona crea, de una forma u otra, a sus precursores?
6.
Un poema, de Fragments of the Cold, escrito por Auster a los 29 años, entre el ’76 y el ’77.

Aubade

Not even the sky.
But a memory of the sky,
and the blue of the earth
in your lungs.

Earth
less earth: to watch
how the sky will enclose you, grow vast
with t he words
you leave unsaid—and nothing
will be lost.

I am your distress, the seam
in the wall
that opens to the wind
and its stammering, storm
in the plural—this other name
you give your world: exile
in t he rooms of home.

Dawn folds, fathers
witness,
the aspen and the ash
that fall. I come back to you
through this fire, a remnant
of the season to come,
and will be to you
as dust, as air
as nothing
that will not haunt you.

In the place before breath
we feel our shadows cross.

1 comentario:

Natalie dijo...

Como si supiera que ninguno de nosotros era su roommate, Tortuga parece inmovible en el centro de su pecera. Hasta espera que los palitos-comida se acerquen a ella.

Solo la vi moverse una sola vez, cuando la agarré para limpiarla. Por un momento creí oirla preguntarme por ti.