sábado, abril 28, 2012

fósiles, una columna

Esta columna fue publicada el miércoles pasado, 25 de abril del 2012, en El Nuevo Día, como parte de su sección Buscapié. La coloco aquí a modo de archivo.
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Digamos que hay un plebiscito: uno de verdad, uno con consecuencias. Digamos que el plebiscito tiene dos opciones, dos opciones radicales, dos opciones entendidas como anexión total, o independencia “tout court”. Digamos que una de estas opciones gana.

¿Qué significaría esto? ¿Qué significaría que un país se haga independiente hoy en día, en pleno siglo veintiuno, cuando bajo el baile de la globalización se profesa una supuesta debilitación de las soberanías, una romántica desaparición de los centros de poder (aunque se trate más de un doble proceso de encubrimiento e intensificación de éstos)? 

O, por el otro lado, ¿qué significaría, para unos Estados Unidos en estado de crisis la adquisición de un nuevo integrante, en un momento en el que una derecha libertarianista rasga cada vez más su discurso político, a 53 años de la suma de su único otro archipiélago? ¿Qué consecuencias geopolíticas tendría tal acontecimiento? 

Digamos que no es una pregunta gratuita. Que es un imperativo pensar y renovar los guiones de ambas opciones, guiones que surgen acérrimamente, aquí y allá, sin importar el tema, matizados siempre por la anacronía de sus enunciaciones. 

Digamos que es una forma de llevar la conversación un paso más allá del impasse operante de culparlo todo a la situación colonial, en el que se deposita la solución a cualquier problema en un futuro por venir, de la mano del advenimiento de la opción equis. 

Digamos que para esta especulación hay que volver a reflexionar críticamente (como lo han intentado algunos en los pasillos de las “u-pe-erres”), libre del nacionalismo rancio de tanto los estadistas, los estadolibristas, o los independentistas. Digamos que hay que suspender por un momento la linda división de “izquierdas” y “derechas”. Digamos que pensemos en ello desde el presente, tomando en cuenta las idas, venidas y caídas de un ELA con sarna y los pasados treinta años de política global y regional. Digamos que lo hacemos para librarnos de ellos, perros fosilizados en alguna playa, esperando por el regreso de un guardián del cual ya no recuerdan ni rostro, ni olor. 

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