sábado, noviembre 23, 2013

Viernes, aunque eso no sea un título sino un día

Esta foto no tiene que ver nada con nada.
Ya va mucho tiempo desde los días en los que los blogs eran otra cosa. No piensas mucho en ello, por supuesto, aunque sigues sintiéndote como si no mucho hubiese cambiado. Aquello era un mundo, te dices. En aquel momento no usabas la segunda persona y preferías esa otra e iniciática, apta para los guardianes de los centenos, y cualquier adolescente medrando en las sobras del día. Pero el tiempo pasa, guey, te diría algún mexicano, o quizás tipo, o quizás carnal, o quizás mano, dependiendo en el momento en el que intentes posicionarte. Ya va tiempo de la autoficción que reinaba en aquellos días, del gesto autobiográfico, aunque no lograste  nunca saber a qué se refería aquel escritor peruano que dio el taller en la universidad, y que sólo era reconocido por un blog de farándula y una novela en la que hablaba de la oreja de un can y que, a pesar de haberte gustado, olvidaste muy pronto hasta este momento, en el que recuerdas algo sobre dos personajes en una litera y el frío y el sorroche, como diría tu novia, que es la mía. 

En aquella breve y fugaz época del blog uno nunca pensaba en ser escritor sino más que nada en escribir y comentar y escribir un poco más. Ahora te das cuenta que nunca dejaste de ser bloguero y que nunca lograste poder comenzar a sentirte escritor precisamente porque no lograste entender la diferencia entre la virtualidad de esta página electrónica y la de la página impresa que te decían circulaba en la isla. Quizás, ahora, te dices que es para lo mejor, auqnue estés traduciendo esa expresión en inglés de it's for the better, porque sientes que no logras entender ninguno de esos discursos sobre la ida o la venida, aunque siempre que dices venida quieres hacer un chiste al respecto. 

No te importa mucho, y mucho menos ahora, porque estás borracho y pasaste las últimas dos horas de tu viernes viendo una de las adaptaciones de los libros de Charles Dickens hechas por la BBC. A pesar de que acabas de terminar de verla no recuerdas mucho el título, aunque sabes que era una adaptación de la obra inconclusa de Dickens y que el guionista había tomado todas las decisiones equivocadas al completarla. Aun viéndola sabías qué cosa iba en qué lugar y qué cosa no iba, y te decías qué maravilla es la novela, ese monstruo tan asquerosamente imperfecto y qué maravilla son los guionistas, esos artistas para siempre limitados a la presión del financiador--es eso una palabra, te dices. 

Te meses de alante para atrás con los ojos cerrados y esperas que no cometas errores ortográfico pero me da una pena decirte, Sergito de mi vida, que siempre habrá uno aquí y uno allá, o veintidos como en la primera edición de tu novela, según te informó tu madre que gusta de contar los errores ortográficos. ¿Es eso último verdad o es pura mentira o es producto de esas cervezas 10% alcohol por volumen que te compraste para celebrar que le dedicaste un día entero a la tesis--siete horas y media según el reloj que parabas cada vez que te interrumpías--, luego de convencerte dos días antes que no había razón alguna de sentir ansiedad ante la misma porque justo siempre estás escribiendo y qué es la tesis sino una novela, una novela que intenta contarse a sí misma a través de un formato tan limitado como el soneto? Una vez, en la universidad, en el departamento de inglés, fuiste a la presentación de un libro de un profesor de quien no recuerdas nombre aunque sí recuerdas que escribió una novela en sonetos y que ese otro escritor, el de los vicios de construcción la tradujo o por lo menos leyó la traducción, y tambien recuerdas que fuiste con tu compinche en aquel momento en el que la literatura no era más que la amistad que ustedes dos tenían y sus ganas de decir cosas que sonaran distintas a los libros que conseguían por buenas o malas mañas.

Y ya, escribes eso y escribes esto, y te vas quedando sin nada más que decir, porque tienes sueño, y el sueño es importante al escribir porque no hay nada más importante para constatar la purísima idiotez de la literatura que esas pulsiones que vienen del cuerpo y te obligan a terminar sin explicación. 

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