domingo, enero 03, 2016

corillo, una columna


CORILLO

No fui a ver Star Wars porque estaba profundamente interesado en la serie. No corrí solo al cine el viernes luego de dar un examen final porque quería saber en qué terminaron los amoríos de Han Solo y la Princesa Leia. 
A decir la verdad, una vez pasé cierta edad ninguna de las películas realmente fue capaz de superar los rumores y especulaciones que la precedían. Esas versiones vernáculas, libres como lo estaban de cualquier impulso mayor al capricho personal, siempre extrapolaron mejor y con mayor fuerza que las tramas de las cintas mismas, tan inevitablemente atadas a vaivenes presupuestarios. 
En fin, la fui a ver porque mi corillo de amigos la vio el día antes entre San Juan y Bayamón, y quedamos en discutirla, en nuestro chat, una vez que yo, que estoy en la porra desde hace seis años, lo hiciera.
Tal vez así no es. Tal vez se supone que la distancia pese más en los corillos, que nos veamos obligados más a menudo a disfrutar y sufrir del gozo ansioso del comenzar desde cero entre extraños. No digo que todo sea siempre igual. Los reencuentros navideños con el corillo cada vez más están matizados por quince minutos, después del saludo, en los que ocurre una rápida renegociación en la que cada parte hace inventario de las diferencias, antes de pasar, en los mejores casos, a refundar la amistad sobre nuevas bases. 
Es cierto que en los puntos más bajos de la relación hemos dicho que quizá deberíamos darnos la oportunidad de poder participar, tras años de ausencia, en el “tanto tiempo”, o en el “estás igualito”.
Pero eso aún no ha venido a ocurrir y Rubén escribió que The Force Awakens le pareció una chapucería. Orlando y Juanluís le llevaron la contraria: hasta se les salió una lágrima. Y Samuel, criticón al fin, pasó a especular, en una de aquellas versiones vernáculas, una alternativa reivindicativa para una serie que, quizás, ya sólo es pura nostalgia.

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