viernes, febrero 26, 2016

zona, una columna en memoria de rosario ferré


Fue la escritora del diecinueve George Eliot quien comenzó esa extraña novela sionista “Daniel Deronda” diciendo que es difícil bregar sin la fantasía de los principios; que hasta la ciencia, esa medidora tan escrupulosa, recurre a esa vana unidad y fija puntos entre las estrellas a los que llamar “origen”. Sin embargo, la literatura, decía, no tiene problema alguno en comenzar en el medio, justo en la mitad. Más que Eliot, sería esa otra británica Virginia Woolf la que nos daría la lección más explícitamente, al dejarnos caer en el medio del suceso, sin aviso alguno, y de repente ver que Mrs. Dalloway decidió que compraría las flores ella misma.
Con esta historia literaria como coartada, confieso que me gusta pensar que la narrativa puertorriqueña tiene uno de sus comienzos en 1972, con Rosario Ferré y la revista “Zona Carga y Descarga”, escrita así, sin la preposición (como solían gritar esas portadas de la cubana Zilia Sánchez imaginó).

No dudo que la bomba se haya confeccionado antes. Ya sea en el mismísimo siglo de Eliot a manos de Zeno Gandía y Tapia, o después, en la nostalgia de René Marqués, o inclusive en el salón de clase de la iupi en el que dicen que el crítico uruguayo Ángel Rama dictó el curso sobre lo fantástico que le hizo prender el bombillo a Ferré y sus conspiradores. Pero el punto es que Ferré decidió que compraría las flores ella misma (discúlpenme el reguero de metáforas) y fue entonces, en Zona, que la bomba explotó. Que estalló y no dejó santo con cabeza, pero sí un agujero, un roto, un cráter del tamaño del mundo en el horizonte literario.

En su memoria, vale recordar ese agujero. Porque fue por ahí que nos entró Manuel Ramos Otero, y muchísimos y muchísimas más. Fue y es en ese aparatoso roto, boquete, y cráter donde se fundó y reside, creo, todo lo que viene posteriormente a llamarse literatura puertorriqueña.

Rosario Ferré y Elena Poniatowska, foto de La jornada.



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