viernes, marzo 09, 2018

ciento veintisiete, una columna





Ciento veintisiete

Ciento veintiseis familias puertorriqueñas han emigrado, después de María, a Lorain, Ohio un pueblo limítrofe al mío. El número varía siempre que me lo mencionan—le suman o restan veinte, aunque desde enero ha sido bastante estable. Así lo reportó, también, el Cleveland Chronicle ayer.
La verdad es que me lo mencionan mucho. La última vez fue el jueves pasado, como a las cuatro de la tarde. Iba de camino a casa y alguien me detuvo. Me preguntó si sabía que ciento veintitantas familias boricuas se habían mudado a Lorain. Le dije que algo así había escuchado. Sonrieron y ya, se despidieron.
En ese momento llovía. A las cinco, granizaba. A las ocho, se fue la luz por un ratito y entre ráfagas logré ver la nieve acumulándose encima del buzón, el cual accidentalmente dejé abierto al llegar. En la isla, Palo Seco se había ido a pique. Pensé el nuestro como un acto de solidaridad.
La primera vez que me mencionaron lo de los puertorriqueños fue poco después del huracán. Alguien me comentó, en un bar, que los expertos decían que llegarían seis mil boricuas al área antes de que diera el día del pavo. En mi pueblo apenas hay ocho mil personas. No había duda que se trataba de una exageración. Sin embargo, antes de que el tipo terminara de explicarme cómo esto cambiaría el mapa electoral o salvaría la economía local, o terminaría de sepultar el sistema escolar (ya no sé cuál de esas fue la suya), se me empañó la vista y juré ver, en el único televisor del bar, el edulcorado rostro del gobe Ricky Roselló; escuchar el suave susurro de Chayanne en la radio; y, por mi madre, oí, pasando las mesas altas del bar y llegando al 2005, la tierna voz de mi difunta abuela, regañándome y obligándome a besar una bolsa de pan tras haberla dejado caer.
Cientoveintiseis familias puertorriqueñas han emigrado a Lorain, Ohio. A mi pueblo, sólo llegó mi hermana. 

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