martes, septiembre 04, 2018

Caguas, una columna




En junio, salí tempranísimo de la casa de mis papás en Bairoa y encontré la Avenida Luis Muñoz Marín de Caguas tan vacía que pude hasta casi imaginármela nueva. No tenía ni idea de cuándo la construyeron, pero supuse (incorrectamente) que no hacía tanto, que seguramente el municipio entero rebosó los cauces que lo mantuvieron ruralía en algún momento de los años sesenta. Pero me la estaba inventando, claro. En mi recorrido madrugador, me di cuenta que me habría gustado poder racionalizar el entorno, historizarlo. Desafortunadamente, sólo cuatro o cinco municipios en esta isla se permiten a sí mismos la vanidad de tener historia. Los otros se entregan a la merced de la memoria de sus habitantes.
Si cierro los ojos y pienso en el municipio, veo la plaza, el Paseo de las Artes, y un tramo vulgar y cotidiano pero específico de la carretera que me encanta desde niño. Es el pedacito que va desde la irrupción violenta de la Avenida en una de las orillas de la PR#1 hasta el punto donde coincide con la Rafael Cordero. Justo a la mitad de ese trayecto de milla y media está el Caldero Chino, un restaurante al cual nunca he ido a pesar de que le he pasado por el lado un millar de veces, y casi diametralmente opuesta a este, la inmensa torre de los Condominios Santa Juana. Cuando era niño, toda esa área apestaba mucho.
Otro lugar que puedo visualizar sin mucho esfuerzo, también en la Rafael Cordero, es el Parque de béisbol Solá Morales, antiguo hogar de los Criollos de Caguas, a pesar de que fui sólo dos o tres veces de niño. Pero no insistiré en este aquí, ya que recientemente han anunciado que, en vez de conservarlo, o museificarlo, lo derribarán. He decidido que sólo recordaré las calles cagüeñas y nada más, así me será posible hacer las paces con el hecho de que mi municipio insiste en hacerse estandarte del afán del olvido y la desmemoria.

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