lunes, marzo 02, 2009

manifestofilia

1.
Confieso que me divierte leer los manifiestos de las “vanguardias” literarias de la primera mitad de siglo veinte. Hasta hace algunos meses sólo había tenido acceso a aquellos de las más famosas, las antologadas en libros acerca de las vertientes latinoamericanas de este movimiento masivo (el de “romper”). De las cuales, no debe sorprender, los de las vanguardias puertorriqueñas no formaban parte. No obstante, me tropecé, a principios de este año, con un viejo ejemplar de Nuestra Aventura Literaria de Luís Hernández Aquino publicado en el 1964, reimpreso en el 1980, que me regaló Juanluís tras tropezarse con una montaña de ejemplares en venta a un dólar, en un almacén de liquidación en la Ponce de León.
2.
En enero, además, descubrí al poeta Graciany Miranda Archilla, gracias a una clase que dicta Félix Córdova. No debo ocultar que es mi obsesión del mes, junto al poeta estadounidense Morri Creech (sacado de la biblioteca de Samuel). Y motivado por la curiosidad acerca de este poeta, rebusqué entre mis libros hasta tropezarme con el libro que mencioné en el punto anterior. En las últimas páginas de este, se encuentran algunos manifiestos escritos por Clemente Soto Vélez y Graciany bajo los títulos Acracia Atalayista y Manifiesto Atalayista. Y son tan geniales y juveniles como el resto de los manifiestos, cargan esa ilusión ingenua de los poetas de “vanguardia”, ese atrevimiento perspicaz que estoy seguro que no se creen ni ellos mismos, pero que les permitió retar al establishment y crear un poquito de revuelo en los finales de la segunda década del siglo pasado.
3.
A continuación, una de mis líneas favoritas de Acracia Atalayista, escrita por Soto Velez, quien se titulaba el Atalaya de los Dioses, y publicado el 16 de septiembre del 1929 en el periódico El Tiempo, página 4:
Nuestro hiparca atalayista Graciany Miranda Archilla, dice: «Puerto Rico antes de nosotros no había tenido poetas.» Maravilloso acierto. Si afirmamos por ejemplo, que un versifgicador es un poeta, Puerto Rico ha tenido un millón de poetas. Ahora, si decimos que un poeta es un creador, un inventor, un constructor de mundos, se reafirma lo que dice nuestro hermano Archilla. Un versificador no sabe más que hacer consonantes. ¿Podría un versificador darle a un río la forma de una estrella? Y así, agarrados de las cabelleras de los huracanes de la libre emoción, retamos al universo desde las torres de nuestra Atalaya”

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