viernes, agosto 27, 2010

desidia, una columna

Esta columna, Desidia fue publicada el miércoles, 28 de julio, en la sección de Buscapié de El Nuevo Día. La pueden leer directamente en la página del periódico presionando aquí. La coloco en el blog como manera de archivo.

Desidia

Tras enterarse de lo que sucedía en la Isla, el tipo, entre inglés y español, preguntó que qué se ganaba al final. Yo lo miré y me reí, repetí su pregunta incrédulo, y le dije que no entendería. Asintió, “no entendería”, coreó con una sonrisa y desalojó el tema. Su pregunta, sin embargo, como un grano de arena que se hace perla negra, permaneció. El cambio, esa mutación de pregunta de pasada a idea incómoda, fue imperceptible al principio. Cuando me percaté, ya el salto estaba hecho. ¿Sería tan siquiera posible discutirlo sin ser denunciado de reaccionario? El desencanto no ya como condición, como mal juvenil, sino como decisión.
¿A qué me refiero? A cansarse de todo el asunto y tirar los hombros. El que calla, otorga, dicen. Pero, ¿qué importa si se otorga al mismo colectivo del que nos desasociamos? ¿Podríamos solamente considerarlo?
Hablo hipotéticamente, claro. Decir, “ya, ya” y dar un paso hacia atrás. Salirnos del medio, abandonar el ring con la pelea sin terminar. Y no hablo de tomar el tiempo de retiro como guarida de preparación y robustecimiento, o como un respiro antes de la batalla final. Me refiero simplemente a olvidarnos del asunto.
¿Rendirnos? Exactamente. ¿Es posible rendirse? ¿Conceder la victoria, regalar la corona, pasar el trofeo? ¿Podría llevarse a cabo? Llamar desde los portones a los troyanos, y decirles que dentro del caballo escondemos un ejército que los hará leyenda. ¿Nos creerían? No intercambiar cuatro espías por diez, sino concederlos, y ya. Un acto de buena fe al poder, digamos, sin trucos, ni secretos, sin vueltas a la tuerca. Nada de redobles literarios. Si la intención es hundir la Isla, ahí la dejamos. Si la intención es desarmar la democracia, desháganla. Si la intención es privatizar todo, vendan hasta la bandera misma.
¿Cómo se llevaría a cabo? Estamos tan acostumbrados a pelear, o por lo menos a la idea de la pelea desde el sofá, que incomoda considerarlo. Escribir esto me da asco, me retuerce el estómago, pero se trata de una pregunta válida: ¿qué sucedería si abandonamos la embarcación y ni siquiera, ya secos y seguros en la orilla, nos volteamos a observar el naufragio?

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