viernes, agosto 27, 2010

telecómicas, una columna

Esta columna, Telecómicas fue publicada el miércoles, 25 de agosto, en la sección de Buscapié de El Nuevo Día. La pueden leer directamente en la página del periódico presionando aquí. La coloco en el blog como manera de archivo.

Telecómicas


Al tropezarnos el uno con el otro en París, era predecible que X y yo instituyéramos una de esas complicidades fundadas en el gentilicio compartido. Lo que no nos esperábamos era que este mismo dato amenazara la joven amistad. En esos días, X se preparaba para regresar a la Isla. Él estaba allí por unos cursos y conocía la ciudad como si fuese suya. Yo estaba por siete días, aprovechando una beca de mi universidad gringa, ya que nunca había estado en Europa.
En algún momento, entre algún dulce de hojaldre, X hizo un comentario acerca de mi mudanza a Atlanta. Le expliqué la situación de la beca que conseguí y terminó el tema. Al día siguiente, volvió a mencionarlo. Fue entonces que vi el problema.
No tenía que ver precisamente con política, ya que nuestras ideas no eran tan distintas. Estaba más relacionado a nuestras crianzas. Ambos crecimos viendo el “show” de Pacheco y tuvimos un Super Nintento; de preadolescentes escuchamos a Vico C, y años después bajamos el mp3 de Xplosión, ya graduados de la iupi. La diferencia y raíz del problema estribaba en el hecho de que mientras mis papás me llevaron a Disney dos veces antes de los quince años, a él lo llevaron a Europa. Que cuando “teenager”, él cantaba a coro con Roy Brown, y yo escuchaba a Metallica con mi hermano; que mientras él amaba a Almodóvar, a mí me gustaba Linklater; que él podía citar de memoria a Lorca y Unamuno, y yo a Girondo y George Carlin.
Aun con el asunto superado tras una cerveza, no me pude sacar la espinita. Era claro que para X existía la necesidad de tomar una decisión identitaria. Y él tomó la correcta: esa puertorriqueñidad 100% hispánica. Ante sus ojos, las tradiciones se excluían. Ante sus ojos, yo estaba “agringado”. Quizás estaba en lo correcto.
Pero, ¿cómo se hace? ¿Cómo se escoge entre el colonizador de ayer (¿por nostalgia?) o el de hoy (¿por contemporaneidad?)? Todavía no sé cómo responder. O si tan siquiera es necesario. Ver el Gran Bejuco nunca excluyó al Fresh Prince, ver el Cartoon Network nunca me quitó mi chim-bum-bam.

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