domingo, julio 24, 2011

itinerarios del hombre caja

1.
El hombre salió del río sin cabeza. O, por eso de acarrear precisión, tenía cabeza, pero en vez del tradicional cráneo de ascendencia homínida, tenía una caja, cuadrada, marrón, desechable, con una estampa que advertía acerca del contenido “Frágil”, coronando el cuello. Vestía un gabán—un traje de tres piezas de chaqueta blanca, pantalones color burgundy, y un chalequito interior de un tono tinto de verano. Tenía manos de humano, eso sí, puesto que emergió del estrecho riachuelo caminando con ellas en el bolsillo, totalmente seco, y con un flow medio de jazzman, medio de cantante de reggaetton, o hip hop. Quizás por esto fue que supe que era negro, o que si tuviera rostro, el rostro fuera negro, de nariz ancha, y quizás un afro culminando en unas patillas voluminosas, como las de Alex Cuba.
Yo estaba en la orilla. Una orilla como de playa, a pesar de lo de río, muy parecida a la de Ocean Park, con el edificio ese destartalado detrás de las palmas, el que dicen que fue un hotel, y frente al cual una señora vende hot dogs desde los noventas, o vendía, porque hace tiempo que no voy. Me quité los audífonos y puse en el suelo la botella blanca que tenía y cerré los ojos un poquito, como hacemos los miopes para ver mejor. No me había confundido: el hombre de la caja por cabeza caminaba hacia mí. A pesar de su ritmo, de su actitud nonchalant, supe que tenía que huir.
Justo antes de que echara carrera, recordé que había una novela de Kobo Abe que se llamaba The Box Man , y que según su sinopsis se trataba de un hombre que tenía una caja por cabeza. Nunca la he leído, pero recordé que había visto su descripción en Amazon hace como cinco años, cuando leí dos veces corridas Woman in the Dunes, y sentía que me había tropezado con una joya. Así, con ese recuerdo relámpago, me percaté que soñaba.

2.
Hace tiempo que no ponía nada acá. Por eso, esto.

3.
El otro día fui a una lectura de poesía acá, y le compré un libro a uno de los tipos que leyó: Rauan Klassnik, el libro Holy Land. Son poemas cortos, buenísimos.
Acá uno:

The day he was hanged my wife and I sat at a bar, bewildered by the speed and beauty of a sushi chef. Everything he does—each wrap, each cut—says we are immortal. Especially when he plants the mutilated head and torso of a lobster in a bowl of ice, its long feelers tasting the air, and in a small dish its flesh. My wife’s hand is hot. I can feel eternity tightening around us. I can feel the bones in it gleaming. In the doorway of his cell, he looked at the guards as though they would tell him he had a chance—and we walked with him, to his death, singing.

4.
No quiero comentar nada acerca del cabrón de Oslo. A veces, la violencia debe ser enterrada: un vómito de silencio sobre el nombre del malhechor.

5.
Vi blues en vivo el otro día, en Blind Willy’s. El hombre tocaba su instrumento con los dientes. Y las parejas bailaban. Le tome una foto al saxofonista, porque cantaba mientras el bandleader descansaba, y lo hacía con lo que me pareció verdadera angustia azul.

No hay comentarios.: