viernes, diciembre 02, 2011

omoplato, escritura




A veces me da miedo que escriba otras cosas que no son las cosas que escribo y que al escribirlas abandone las cosas que supuestamente digo escribir, pero que no estoy escribiendo. Rápido se me ocurre que ese tipo de escritura (las que escribo) también tiene algo que ver con la otra escritura, que las divisiones las escribe alguien de nombre ye. Me lo repito y me lo repito frente al espejo y no me convenzo. Las motivaciones son las mismas, digo, insisto. Lo que mueve mis intereses académicos y periodísticos tiene que ver algo con lo que mueve mis intereses literarios, porque son escritos que vienen del mismo tecladeo y que me causan el mismo dolor de muñeca y de brazo y me empeoran el carpal tunnel y  me emocionan de la misma manera. Me pregunto entonces cómo afectaría mi escribir académico, mi escribir periodístico, y mi escribir literario si un día amaneciese sin una mano, o sin un ojo, o sin el codo, o quizás inclusive sin algo que no me parezca obvio inmediatamente, como el coxis, o el apéndice, o el omoplato. 


Quizás la mejor forma de diferenciar lo que escribo sería por fechas. No porque estos números signifiquen algo, sino porque así podría hacer un paralelo y ver cómo fue afectada mi escritura cuando equis le pasó a mi cuerpo. Por ejemplo, ¿existe una prueba textual, un trazo, que esté ligado a la operación a la que me sostuve en marzo, en la que un pedazo de mi cuello fue removido? ¿Cambiará algo cada vez que mi miopía empeora, o cada vez que gano o pierdo una libra? ¿No serían estas divisiones un poco más lógicas que aquellas que me dicen que lo literario está separado de lo académico, si es que existe tal cosa como lo uno o lo otro? ¿Y quién me dice esto sino yo mismo, porque nunca, en realidad, lo he escuchado de alguien? 


Y estas preguntas me las hago haciéndole eco a Mario Bellatin, supongo. Aunque no me gusta Bellatin, no me gusta si uno habla del gustar como eso que te divierte,  o eso que te incomoda, o eso que te causa cosquillitas en algún lugar entre el costado y el dedo índice del pie, siempre un poquito más largo del gordo. No me gusta Bellatin pero una y otra vez en lo que escribe brillan estas pequeñas marcas, pequeñas huellas, que bien pueden aburrir a veces, pero que insisten en que el espacio de la literatura, de la obra incompleta es el cuerpo y siempre es el cuerpo (que no es ni un adentro ni un afuera), porque el cuerpo es el que escribe, y el cuerpo es el que lee, y cuando lees mucho rato sin parar tienes que cambiar de posición, tienes que reacomodarte en la silla, o acostarte bocabajo, y eso creo que lo dijo Mayra en un ensayo, lo de leer con el cuerpo, aunque lo dijo quizás con un poquito más de zas, de zas caribeño, y yo le huyo al zas caribeño porque simplemente me gusta leerlo y no escribirlo porque hay quien abusa, abusa y abusa y entonces ni se da cuenta que abusa, y eso algo también debe tener con el cuerpo. Pienso todo esto cada vez que llego a este momento en el semestre, o en realidad, esta es la primera vez que lo pienso, que lo pienso porque me veo atraído a este asunto y comienzo a ver que leer, leer bien, me enseña por qué leo en primer lugar, o me acerca a esa pulsión que me hace leer, y no a la que me hace escribir, pero supongo que son las mismas, o que están relativamente cercanas, porque aunque tenga la una en el talón de mi pie derecho, lo más lejos a lo que la otra puede llegar es a mi coronilla que algún día será calva.

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