domingo, junio 08, 2008

verano, 10: folclor

1.
A veces pienso que no existo dentro del colectivo mayor que ha sido denominado como Caribe. Por más que intento inmiscuirme, no lo logro de ninguna manera. Nada de lo que escribo me parece caribeño. Ninguno de mis personajes parece tener sofrito ni sazón.
¿Se supone que mientras más inmerso esté uno en lo global, más local sea su producción? ¿No es esa la idea de lo glocal? ¿Cómo diferencio mi manufactura artística de la de los miles otros ciudadanos del planeta que sufren de la misma condición, sin recurrir a estereotipizar mis alrededores? ¿Sin recurrir al folclor que hace visible al colonizado?
2.
¿Cuál es mi folclor?
¿Lo son las décimas, la fritanga, el lechón asado, las fiestas de navidad que hace mi familia materna en la montaña?
¿O lo será la desconocida ascendencia dominicana de parte de padre? ¿Debo apropiarme de la bachata y el merengue?
Todo lo folclórico me parece tan ajeno. Siempre lo había pensado como la tradición de mis otro s familiares. A mis tíos y primos que viven en el campo, lo jíbaro. A mis tíos y primos desconocidos que vienen de la mediaisla, lo dominicano.
3.
Mi folclor es la urbanización de clase media. Primero, como lo eran en los ochentas y primera mitad de los noventas; ese Bairoa Park en el que todos los muchachitos de la calle se reunían a jugar Street Fighter, o al escondite. Y luego, la urbanización de acceso controlado con sus calles vacías y el silencio autoimpuesto. Pero, ¿cómo es esto literariamente caribeño?
4.
Puedo buscar mil formas de caribeñizarlo. Puedo hacer hincapié en que, de mil en cien, algún vecino pone en su radio alguna canción de merengue, o de salsa; aunque en realidad esto sucede las menos de las veces. Las más, mi vecino cubano pone los Beatles o alguna ópera que no conozco. Tal vez por eso, al descubrir las Historias Atroces de Pedro Cabiya, o el Exquisito Cadáver de Rafa Acevedo, o No todas las suecas son rubias de Abreu Adorno, hace algún tiempo, me ilusioné tanto. En ellos, el Caribe no es tan intenso como lo es en, digamos, las novelas de Mayra Santos-Febres, o los cuentos de Ana Lydia Vega.
5.
He pecado, en ocasiones, de obligar a mis textos a ser caribeños. He escrito exitosamente de esclavos africanos, he hecho referencias claras a religiones afrocaribeñas, de inmigrantes dominicanos, he escrito cuentos jíbaros—el primer cuento que publiqué, en el 2004, se trataba de un muchachito adolescente en algún pueblo del interior en la primera mitad del siglo veinte.
A mí me parecen forzadísimos, aunque sean los favoritos de algunos de mis conocidos. Me apropio de lo que siempre he pensado como lo otro de una forma tan rata que a veces me siento mal. Para mí lo caribeño es un parto que requiere cesárea y no algo tan fluido como me parece que es en los trabajos de Xavier o de Juanluís . ¿Está esto mal? ¿Importa en realidad lo que experimente uno, lo que viva uno, en la literatura si todo producto bien hecho se siente real? Y todo esto me lleva a preguntar: 1. ¿qué tan real es el Caribe que aparece en los textos de Mayra, de Yolanda Arroyo, de Ana Lydia, de Luis Rafael Sánchez, de todos los demás? 2. ¿Cuánto es esta ilusión caribeña una construcción para pertenecer en algún colectivo? 3. ¿No es un texto caribeño por el mero hecho de que su autor habite un espacio caribeño?
6.
Como era de esperarse, dejo todas las preguntas abiertas. Tal vez, como reflexión, o tal vez, para exigirles alguna contestación a las personas que me leen. Dirá usted.

2 comentarios:

De las imagenes a las letras dijo...

Mira como tu nadie, te lo digo yo que siempre estoy buscando y leyendo blogs

Ser Aquí dijo...

yo lo único que me puedo asomar a responder es que la identidad es una cosa fluida, que lo mismo funciona que no. Que anda en huída... redefiniéndose siempre... no sé...